Juanjo Sánchez Arreseigor-El Correo
- Putin no cambiará hasta que su ejército sufra una derrota definitiva
La desconvocatoria de la anunciada cumbre en Budapest nos empuja a reflexionar sobre las razones de que Trump fracase de forma reiterada en Ucrania. Putin es un hueso duro de roer, pero también lo es Netanyahu y el presidente de Estados Unidos le doblegó públicamente cuando le forzó a llamar por teléfono al emir de Catar para disculparse por bombardear su país. La gran diferencia es que Netanyahu sufre una estrecha dependencia militar de EE UU. Por grande que sea la infiltración israelí en Washington, era mejor no arriesgarse a tensar demasiado la cuerda con un sujeto tan inestable como Trump. Putin en cambio no sufre tal hándicap y goza de poderosos caballos de Troya en la capital federal, como el secretario de Defensa, Peter Hegseth, que recibe a Zelenski con una corbata con los colores de la bandera rusa; o el mismo Trump, que admira a los ‘hombres fuertes’ porque suele desearse lo que no se tiene.
El primer fallo es el simplismo del plan de paz: «Que se corte en la línea de frente actual. Que se vayan a casa. (…) Ya podrán negociar algo más tarde». Trump nunca ha mostrado constancia para tareas largas, caras y difíciles. Desentenderse de un asunto porque se ha cansado o aburrido es algo típico de su personalidad. Como es ignorante, desconoce lo que está en juego en el terreno geopolítico. Como es egocéntrico, le importa un bledo. Como carece de empatía, es incapaz de entender las motivaciones de ambos bandos para seguir luchando. Aunque se lo explicasen, no podría comprenderlo, igual que un ciego de nacimiento no podría entender la diferencia entre el rojo y el amarillo.
El segundo problema deriva en la estrechez de miras de Trump, antiguo empresario que se centra en las amenazas económicas porque es lo que conoce. No comprende que a Putin no le preocupa arruinar su país, luchar durante decenios o que mueran millones de rusos si ese es el precio para que la Santa Rusia conquiste Kiev. Además, Putin da por sentado que puede superar cualquier sanción económica gracias al petróleo.
El tercer problema es la volatilidad de Trump. ¿Qué más da que te jure amor eterno o que te presente un ultimátum? En unos pocos días defenderá lo contrario. Así pues ¿para qué preocuparse? En menos de una semana, Trump planteó entregar a Ucrania misiles de crucero Tomahawk, les amenazó con la destrucción total si no aceptaban ceder a Rusia todo el Dombás, incluidas las zonas que Putin no ha logrado conquistar, convocó una cumbre con Putin en Budapest y la desconvocó de forma unilateral para, acto seguido, imponer por primera vez sanciones directas cuando Putin rechazó un alto el fuego.
Eso nos lleva a la otra parte de la ecuación, la cerrazón de Putin. No es inmune a la presión, pues cuando temió que Ucrania recibiese misiles Tomahawk parecía dispuesto a flexibilizar su postura y canjear territorios para conseguir la paz. Pero en cuando logró hablar con Trump y convencerle de que se olvidase (por ahora) del tema, volvió a mostrar la más extrema intransigencia, para sorpresa de casi nadie excepto del propio Trump. Rusia decía que un alto el fuego no resolvería las «causas profundas» del conflicto -lo que no deja de ser cierto- y que eso le forzaría a aceptar un Estado ucraniano independiente -en su jerga: dejar la mayor parte de Ucrania bajo el dominio nazi-.
El verdadero problema con Putin es que es mucho menos listo de lo que aparenta, con ese aire gélido y reservado de jugador de ajedrez maquiavélico que planea doce movimientos con antelación. No es que sea tonto, pero hay factores que nublan su buen juicio de manera que el efecto final es casi el mismo: su ambición, su obstinación en sus objetivos, su temor a ser destronado si no logra una victoria total en Ucrania… Pero el factor decisivo es su desprecio por Trump y los demás lideres occidentales. Putin, al igual que Sadam Hussein o Milosevic, nunca va a creerse que tengamos redaños para entrar en la liza y darle jaque mate.
Putin podría seguirle la corriente a Trump y aceptar una tregua, para reponer fuerzas y atacar de nuevo unos años después, pero si mantiene la movilización militar, el drenaje de recursos a sectores no productivos seguiría lastrando la economía rusa, mientras que las potencias occidentales mantendrían su desconfianza y boicot. Y si Putin desmovilizase, gran parte de su poder militar actual se desvanecería, mientras que la transición a una economía de paz podría provocar una crisis. Entretanto, a Ucrania le iría mucho mejor, gracias a su mejor sistema de gobierno y la ayuda occidental.
Por lo tanto, Putin cree que su estrategia es la correcta, que está destinado a la victoria, y no cambiará de idea hasta que su ejército sufra una derrota definitiva. No hay otra manera de zanjar esto.