La cumbre de Sharm El-Sheikh de este lunes 13 de octubre de 2025 pasará a la historia como el momento en que Oriente Medio comenzó a escribir un nuevo capítulo de su historia.
Tras décadas de guerras cíclicas y negociaciones frustradas, convertido el territorio de Israel en el campo de batalla donde han chocado a lo largo de los últimos 75 años los intereses de Estados Unidos, Irán, Arabia Saudí, Egipto, Jordania, Siria y tantos otros países, el mundo fue testigo ayer de algo que parecía imposible: un acuerdo de paz viable entre israelíes y palestinos, respaldado por una coalición árabe sin precedentes y articulado por la figura más improbable de todas, Donald Trump.
La imagen de más de veinte líderes mundiales firmando en la península del Sinaí un documento que pone fin a dos años de guerra devastadora en Gaza trasciende lo simbólico.
Representa la cristalización de una transformación geopolítica que tiene sus raíces en acontecimientos que han rediseñado el mapa estratégico regional: el bombardeo de las instalaciones nucleares iraníes, la derrota militar de Hezbollah y Hamás, y el colapso del régimen sirio.
Que Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Turquía, Egipto y Jordania se hayan unido para respaldar un plan de paz israelí-palestino bajo liderazgo estadounidense habría sido impensable hace apenas tres años.
Esta ‘alianza de los improbables’ refleja un cálculo estratégico frío: Irán ya no representa la amenaza existencial que durante décadas vertebró las alianzas regionales. Sin su red de proxies terroristas, sin capacidad nuclear inmediata y con un régimen debilitado internamente, Teherán ha perdido su capacidad de chantaje regional.
Y esa es una inmejorable noticia para las democracias liberales.
No tanto para sus enemigos, principalmente Rusia, China y, por supuesto, Irán. Tampoco para sus aliados, entre los cuales no debería estar jamás, ni siquiera como hipótesis, España.
Los países árabes han comprendido que la integración económica con Israel y la normalización de relaciones ofrecen mayores dividendos que la confrontación perpetua.
El éxito de los Acuerdos de Abraham, que resistieron incluso durante los momentos más oscuros de la guerra de Gaza, ha demostrado que la cooperación tecnológica, comercial y de seguridad entre Israel y el mundo árabe no sólo es posible, sino también mutuamente beneficiosa.
Resulta paradójico que quien se perfila como el artífice de la paz más duradera en Oriente Medio sea precisamente Donald Trump, una figura conocida por su imprevisibilidad y su retórica incendiaria. Sin embargo, ha sido precisamente su capacidad para romper moldes diplomáticos tradicionales lo que ha permitido alcanzar lo que parecía inalcanzable.
Su plan de veinte puntos, lejos de ser una imposición unilateral, como han vendido en la UE aquellos que critican el acuerdo por intereses generalmente de política interna, ha logrado equilibrar las aspiraciones palestinas con las preocupaciones de seguridad israelíes. Y todo ello bajo el paraguas de una arquitectura regional que domestica las ambiciones desestabilizadoras de Irán.
La primera fase del acuerdo, con la liberación exitosa de todos los rehenes israelíes y el intercambio de prisioneros palestinos, ha demostrado que cuando existe voluntad política real, los obstáculos aparentemente insalvables pueden superarse.
Las implicaciones de este acuerdo trascienden las fronteras de Oriente Medio. Un Irán domesticado, sin proxies terroristas operativos y sin capacidad nuclear, significa menor financiación del terrorismo internacional, menos amenazas a las rutas comerciales globales y menor riesgo de escalada nuclear.
La estabilización de Oriente Medio libera además recursos diplomáticos y militares para enfrentar otros desafíos globales, desde la competencia con China hasta la guerra en Ucrania.
Europa, que ha sufrido las consecuencias del terrorismo islamista durante décadas, se beneficiará directamente de la neutralización de las redes que Irán había tejido desde Beirut hasta Madrid. La reducción de la migración forzosa desde una región en paz contribuirá a aliviar las tensiones internas que han fragmentado el proyecto europeo.
Por supuesto, el verdadero desafío comienza ahora. Las fases subsiguientes del acuerdo (la desmilitarización completa de Gaza, el establecimiento de una administración palestina funcional y la implementación efectiva de la solución de dos Estados) requerirán una diplomacia paciente y un compromiso sostenido de todas las partes.
La historia de Oriente Medio está plagada de acuerdos que prometían la paz definitiva y terminaron siendo meros paréntesis entre conflictos. Sin embargo, las circunstancias actuales son cualitativamente diferentes. La derrota militar del ‘Eje de Resistencia’ iraní ha eliminado el principal actor interesado en perpetuar el conflicto. Los incentivos económicos para la paz son mayores que nunca, y existe por primera vez una coalición árabe sólida comprometida con el éxito del proceso.
El acuerdo de Sharm El-Sheikh no es perfecto, pero es realista. No promete el paraíso, pero ofrece algo más valioso: una vía creíble hacia la convivencia pacífica.
Después de décadas de posiciones irreconciliables y maximalistas, la región tiene ante sí la primera oportunidad genuina de construir un orden basado en la cooperación en lugar de la confrontación.