- El castigo y el enfado como arma política pueden ser buenas herramientas a corto plazo, pero a largo generan hartazgo, aislacionismo y huecos que otros llenarán.
«Nuestros socios comerciales pacíficos no son nuestros enemigos, son nuestros aliados. Deberíamos tener cuidado con los demagogos que están dispuestos a declarar una guerra comercial contra nuestros amigos, todo ello mientras ondean cínicamente la bandera estadounidense».
Esta frase fue pronunciada por Ronald Reagan, político republicano poco sospechoso de ser izquierdista y, mucho menos, de no amar a su país.
Lejos de fomentar los lazos con sus principales aliados comerciales, Trump ha ordenado la imposición de aranceles del 25% en la importación de todos los productos procedentes de México y Canadá y de un 10% para los productos chinos.
Si bien la imposición de aranceles a China no resulta sorprendente, el castigo a sus países vecinos sí.
Trump ha decidido castigar a México y Canadá por la inacción mostrada por estos en sus fronteras. Para el presidente republicano, este es el principal motivo de entrada de drogas en el país, particularmente de fentanilo, y de inmigrantes ilegales.
Pero ¿podrá el país soportar esta ofensiva?
Y más importante todavía, ¿es este el Estados Unidos que quiere Trump?
La respuesta a la primera pregunta parece sencilla. A Trump no le importa cuánto dinero les cueste esto a los estadounidenses, sino tan sólo ser capaz de imponer su nuevo orden mundial. Un orden en el que Estados Unidos no colabora, sino que mira por su propio interés; no lidera, sino que ordena; y no negocia, sino que impone su ley.
Por ahora, Trump está saliendo victorioso. Su primera ofensiva fue en Colombia: acepta inmigrantes o asume sanciones económicas. Petro quiso resistirse, pero acabó plegando velas ante un atisbo de recesión, y salió cara para Trump.
La segunda, en México. Pocos días después de la imposición de los aranceles, Trump anunció vía Truth Social (nuevo canal diplomático oficial de la Casa Blanca) que los dejaba en suspenso gracias a la fructífera negociación mantenida con Claudia Sheinbaum, presidenta del país azteca. México accedía a movilizar a 10.000 soldados en la frontera con Estados Unidos. Volvía a salir cara para Trump.
Ante estos triunfos, uno podría pensar que el camino escogido por el señor Trump es el adecuado, pero la realidad es que la imposición de sanciones económicas a terceros países conlleva numerosos riesgos.
El primero, que la imposición de aranceles puede suponer un incremento de los precios para los consumidores. Ante un coste mayor de importación como consecuencia de los aranceles, las empresas estadounidenses reducen sus importaciones y compran productos americanos (cuyo precio es mayor) repercutiendo el coste final en el ciudadano de a pie.
«Ante sus triunfos, uno podría pensar que el camino escogido por Trump es el adecuado, pero la imposición de sanciones económicas conlleva numerosos riesgos»
El segundo, el riesgo de represalias de esos terceros países.
Según datos del Financial Times, las empresas estadounidenses exportaron bienes por valor de 763.000 millones de dólares a los tres países en los once primeros meses de 2024: el 17% del total de las exportaciones se destinó a Canadá, el 16% a México y el 7% a China. Imagínense el coste para Estados Unidos de la imposición de aranceles sobre sus exportaciones.
En esta línea va Canadá, que ha anunciado la imposición de un idéntico 25% a la importación de todos los productos americanos y la resolución de un contrato con Starlink, la empresa de Musk, por valor de cien millones de dólares.
El tercer riesgo nos sirve para responder a la anterior pregunta sobre el modelo de país que está construyendo Donald Trump. Hablamos del riesgo geopolítico.
Que el presidente de los Estados Unidos impulse una política errática y completamente impredecible de castigo a terceros países supone un deterioro en la confianza, primero, de los mercados hacia ese país, temerosos de qué podrá venir después. Y, segundo, de terceros países.
«Si no podemos comerciar con el sur, diversifiquemos nuestros socios comerciales y eliminemos las barreras comerciales internas innecesarias para que los bienes y servicios sigan fluyendo hacia el norte, el este y el oeste», decía Candace Laing, presidenta de la Cámara de Comercio de Canadá.
Con estas palabras, Laing ilustra a la perfección mi argumento: si Estados Unidos deja un hueco, otro lo va a ocupar, y tanto China como los BRICS están deseosos de que eso suceda.
Que el presidente de los Estados Unidos sugiera en su red social que Canadá, el principal aliado de Estados Unidos, debería convertirse en un estado del país americano porque así «pagarán muchos menos impuestos y tendrán una protección militar mucho mayor» es demencial y delirante.
En su intención de hacer América grande de nuevo, el señor Trump no debería olvidar que América se hizo grande gracias al multilateralismo, la colaboración mutua y la altura diplomática.
El castigo y el enfado como arma política pueden ser buenas herramientas a corto plazo. Pero a largo plazo generan hartazgo, aislacionismo y huecos que otros, mucho más hábiles diplomáticamente, llevan llenando muchos años gracias a demagogos que, cínicamente, ondean la bandera de Estados Unidos.
*** Gabriel Rodríguez es abogado y diputado del Ilustre Colegio de la Abogacía de Madrid.