Editorial-El Correo
- En pugna comercial con el mundo y con la guerra en Ucrania atascada, el presidente de EE UU busca un acuerdo en Oriente Próximo
Como ya ocurrió en su primer mandato, Donald Trump desprecia a sus vecinos y a los aliados tradicionales de Estados Unidos al viajar a Oriente Próximo en su salida inaugural al exterior. La gira que comienza mañana en Arabia Saudí, y que le llevará además a Catar y Emiratos, le ofrece la oportunidad de conseguir algún acuerdo en una agenda internacional para la que prometía soluciones exprés durante la campaña que le devolvió a la Casa Blanca, pero en la que aparece atascado.
Su ofensiva arancelaria apenas le ha reportado hasta ahora reuniones preliminares con China. La invasión de Ucrania sigue cobrándose vidas de civiles cada día y Vladímir Putin paga con descarados intentos de ganar tiempo el acercamiento a Rusia de la nueva Administración de EE UU. La guerra en Gaza seguramente no estorbará la mutua voluntad de un mayor entendimiento económico entre Washington y las monarquías del Golfo, pero un muro de 52.000 palestinos muertos y casi dos millones de desplazados obstaculiza la antigua ambición estadounidense de conseguir una normalización de relaciones de los Estados árabes con Israel.
Este viaje presidencial curiosamente esquiva una escala en su eterno aliado en Oriente Próximo. En el último encuentro en el Despacho Oval, Trump ya desairó a Benjamín Netanyahu al discrepar de manera pública sobre Irán. El presidente podría conformarse con limitar el programa nuclear de los ayatolás, que el primer ministro hebreo aspira a reducir a cenizas. El martes, EE UU anunció un pacto para dejar de bombardear a los hutíes de Yemen; un grupo de obediencia iraní que dos días antes había paralizado el aeropuerto de Tel Aviv y se ufana de que los mercantes israelíes quedan excluidos de la tregua.
Con su controvertida iniciativa de recuperar la ayuda humanitaria para Gaza -que quiere encomendar a contratistas privados-, la Casa Blanca trata de disfrazar la decisión de Netanyahu de «conquistar» la Franja, concentrar a los civiles en un gueto de diez kilómetros cuadrados y expulsarlos de su tierra. Un horizonte que incluso perturba la reprochable inacción con la que la mayor parte de Europa asiste al destino de los palestinos, privados desde hace dos meses de alimentos y medicinas. A EE UU le toca lidiar con un socio que incendia además los frentes de Líbano y Siria y dificulta la ambición de Trump por apuntarse algún éxito.