Las declaraciones de Donald Trump sugiriendo que España «debería ser expulsada de la OTAN» muestran, una vez más, el estilo histriónico que caracteriza al presidente estadounidense.
Sin embargo, sus palabras reflejan una realidad incómoda. Porque España está perdiendo credibilidad ante sus aliados tradicionales por una política exterior que prioriza el tacticismo, siempre por motivos internos, sobre la coherencia democrática y los compromisos con sus socios.
Desde el punto de vista jurídico, Trump carece de poder para expulsar unilateralmente a España de la OTAN. El Tratado del Atlántico Norte no contempla la expulsión de miembros. Sólo permite la retirada voluntaria tras un año de preaviso.
Esta limitación revela que las amenazas de Trump no son reales. Pero sí son una forma de presión política que busca forzar cambios en el comportamiento español.
La imposibilidad legal no elimina, en cualquier caso, el daño político que estas declaraciones infligen a los intereses españoles, sobre todo frente a nuestros rivales, nuestros enemigos y nuestros competidores.
Las críticas públicas de Washington debilitan la posición de España frente a terceros países. Especialmente ante Marruecos, que mantiene ambiciones territoriales sobre Ceuta, Melilla y las Islas Canarias. Pero también frente a Francia, competidora en el mercado interno europeo.
La desconfianza que genera España entre sus aliados tradicionales puede ser aprovechada especialmente por Marruecos para intensificar sus presiones territoriales. El reino alauí ha creado recientemente el llamado Comité para la Liberación de Ceuta y Melilla. Es un paso institucional hacia la reivindicación formal de estos territorios que considera «ocupados».
Las críticas de Trump debilitan la capacidad española de contar con el respaldo incondicional de Washington ante futuras escaladas marroquíes. Y Marruecos podría interpretar estas tensiones como una oportunidad, confiando en que España no tenga el respaldo pleno de sus aliados occidentales.
Pero lo más grave no es la retórica de Trump. Es la deriva unilateral de la política exterior española. Porque Pedro Sánchez ha roto el consenso tradicional que España mantuvo durante décadas, alineada con las potencias democráticas occidentales. No ha sometido estas decisiones al debate parlamentario. Tampoco ha buscado el acuerdo con el principal partido de la oposición.
El gobierno ha sido felicitado por Hamás y por los talibán. Pero ha mantenido un clamoroso silencio de horas tras la concesión del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado. Esta selectividad no es casual. Refleja una coincidencia preocupante con actores internacionales que representan todo lo contrario de los valores democráticos que España debe defender.
España debe comprometerse seriamente con el 3,5% del PIB en gasto de defensa hacia el que camina la UE, como etapa intermedia hasta el 5% que exige la OTAN.
Y no mediante artimañas contables que incluyan partidas climáticas. La reciente reprimenda de la Comisión Europea por intentar incluir gasto climático como inversión en defensa demuestra la frivolidad con que el Gobierno aborda estos compromisos.
Lo cierto es que la seguridad europea se encuentra bajo una amenaza múltiple: Rusia en el este, inestabilidad en el Mediterráneo, presiones migratorias instrumentalizadas y el rearme de potencias no democráticas.
En este contexto, destinar recursos genuinos a la defensa no es un capricho de Trump. Es una necesidad existencial.
España debe, por tanto, decidir si quiere ser un aliado fiable de las democracias occidentales o un puente hacia las dictaduras del Sur Global. No puede ser ambas cosas simultáneamente sin pagar un precio en credibilidad y seguridad.
EL ESPAÑOL defenderá siempre que el rol de España no está, ni debe estar, en el Sur Global, sino en la defensa sin tacticismos ni ambigüedades de la democracia, los derechos humanos y el Estado de derecho. Es decir, de las democracias liberales occidentales.
Trump puede ser histriónico, pero no está equivocado al señalar que España se está alejando de sus compromisos con Occidente. Sus declaraciones son un espejo incómodo que refleja las consecuencias de una política exterior errática.