Eduardo Mozo de Rosales-El Correo

  • Europa no deseaba la vuelta de un dirigente impredecible, cuando el Sur Global, bajo la batuta de China, busca un liderazgo alternativo al occidental

Hace cuatro años, Joe Biden ganó las elecciones y gestionó la crisis del Capitolio. Él y los suyos pensaron que los procesos judiciales pasarían factura al líder republicano, pero ocurrió lo contrario. Su base aguantó, y su líder controló, aún más, el partido. Después vino un triunfo edulcorante para los demócratas en las elecciones intermedias, un resultado que nubló su visión porque les permitió pensar que podían repetir candidato, que fue perdiendo gas en los meses siguientes hasta quedarse grogui en el debate electoral.

A partir de ahí, todo son prisas. Los demócratas pasaron de la tranquilidad al terror y eligieron cambiar de caballo en la mitad de la carrera porque no tenían otra opción. Eligieron la fórmula aparentemente menos mala porque Harris ya cabalgaba el caballo, aunque detrás de Biden y muy tapada por él. La verdad es que no despertaba simpatías, ni era popular, pero todas las demás opciones implicaban la necesidad de un difícil consenso y la dificultad de poder contar con los fondos existentes de la campaña, de los que sí pudo beneficiarse Kamala.

El error se había cometido un año antes, por no preparar el terreno para elegir un candidato idóneo. Después vinieron los momentos de euforia, con el apoyo de los grandes del partido y, sobre todo, con el segundo debate entre Trump y Harris, donde la demócrata se llevó el gato al agua. Pero se pudo apreciar que las dotes de comunicador del republicano seguían vigentes. Por su parte, Harris ha medido tanto su posición en los grandes temas, salvo el aborto, que mucha gente no sabe lo que piensa. Su mensaje sobre la libertad no ha calado en el electorado porque, como anunciaba ‘Financial Times’ la víspera electoral, pasara lo que pasara Trump ya había ganado la conversación política americana.

Una conversación compuesta de tres elementos: precios altos, emigración descontrolada y relaciones exteriores sin liderazgo. Con esta conversación lograba sintonizar con una parte de la población a la que no le gusta actualmente su país. En cuanto a la economía, el primero de los grandes temas, Biden lo ha hecho bien y ha acabado controlando la inflación, pero lo ha contado poco y mal, y el americano medio se ha quedado con la subida de precios, que reduce su bolsillo. En cuanto a las relaciones exteriores, Trump lo resume así: conmigo no había problemas; no había invasión de Ucrania, ni ataque a Israel, porque cuando los adversarios ven a un líder fuerte se frenan.

En cuanto a la emigración, parece generalmente aceptado que los demócratas no le prestaron atención suficiente al inicio del mandato; precisamente, uno de los pocos asuntos que el presidente dejó en manos de Kamala. El fondo del mensaje republicano, más allá de las toscas maneras con las que su líder lo describe, se basa en una idea sustancial: no voy contra el emigrante, pero primo a mi conciudadano, que necesita esa protección, de la que los demócratas se han olvidado. Reflexión que se conecta directamente con una de las palabras mágicas de la campaña, que no es otra que ‘arancel’. Una vuelta al proteccionismo, que quizás quede limitada por la realidad económica, que exige un intercambio, como por ejemplo en los procesos industriales entre México y Estados Unidos.

Quedan por ver los primeros pasos del nuevo presidente. Una buena piedra de toque será Ucrania, donde parece probable que veamos un acuerdo de ‘paz por territorios’. La posición israelí se ve fortalecida y Trump intentará recuperar su liga árabe para manejar el futuro, aunque el asunto está más que difícil. Realmente, el único asunto exterior que preocupa a Trump es China y su creciente influencia, pero eso era ya moneda común en la política americana.

En cuanto a nosotros, hace cuatro años Biden visitaba Europa para recuperar la relación transatlántica porque Trump nos había desconcertado hasta hacernos parecer más rivales que aliados. Nos considera colaterales y por eso nos presiona y ningunea, pero además esta segunda entrega de Trump puede obligarnos a hacernos mayores de golpe, con los liderazgos del eje francoalemán muy tocados en asuntos relevantes, como las relaciones exteriores y la defensa, donde habrá que ver qué pasa con la OTAN.

Trump llega otra vez. Europa no lo deseaba por su carácter impredecible y su escaso cariño por las organizaciones multilaterales, que han sido el soporte de nuestro orden internacional, ahora precisamente muy cuestionado. La reciente reunión del renovado grupo de países BRICS, tratando de establecer un sistema de pagos alternativo al dólar y una modificación del Consejo de Seguridad de la ONU, llama a la puerta. La realidad es que el llamado Sur Global, bajo la batuta china, alienta una alternativa al liderazgo occidental. En este contexto, llega el nuevo mandatario estadounidense que, en su primera etapa, abandonó curiosamente el escenario internacional dejando mucho espacio libre a China.