Jean Meyer-El Correo

Historiador en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE, México)

  • Bombardea con decisiones que buscan poner fin al Estado de Derecho

Robert Paxton, historiador estadounidense, es un gran conocedor del fascismo. Se hizo famoso con su libro sobre ‘La Francia de Vichy, un fascismo francés’ (1972), que despertó a los historiadores franceses que evitaban un tema desagradable. En 2004 publicó ‘Anatomía del fascismo’, en parte para evitar el uso abusivo de ‘fascismo’, ‘fascista’, a la hora del auge de los populismos. Consideró, durante el primer mandato de Donald Trump (2016-2020), que su Gobierno no podía ser calificado como fascista. Luego, el 6 de enero de 2021, al ver en directo en televisión la toma del Capitolio por las turbas lanzadas por Trump, horrorizado, cambió de parecer y comparó el asalto con la marcha de Mussolini sobre Roma en 1922. Habría sido más interesante comparar el intento con el ‘putsch’ fallido de Hitler en Múnich en 1923. Entonces, Goebbels sacó la conclusión de que era preferible llegar al poder por la vía democrática para, después, destruir la democracia. En 2024, Donald Trump llegó al poder por el camino institucional democrático y, desde el primer día de su segundo mandato, se dedica a destruir las instituciones.

El 11 de enero de 2021, reflexionando sobre el ‘putsch’ fallido de Trump, Robert Paxton publicó un ‘mea culpa’ en forma de rectificación conceptual: «Por lo que vimos, levanto mi objeción al calificativo de fascismo (…). Cruzada la línea roja, el calificativo se vuelve no solo aceptable, sino necesario». En el verano de 2024, poco antes de las elecciones presidenciales, Paxton, muy preocupado, dijo: «Eso es, fascismo, es la cosa real, es, desde abajo, un fenómeno de masa (…) con una sólida base social». O sea, centrar la atención sobre la persona del ‘fascista’ Trump no solo es insuficiente, es un error. Más allá de Trump hay un fascismo en marcha, sin el cual él no habría llegado a la presidencia.

Rob Riemen, filósofo-politólogo holandés, ratifica el diagnóstico del historiador. Acaba de declarar en Madrid que con Trump «estamos ante el regreso del fascismo (…). Es un fascista contemporáneo (…). EE UU es ahora nuestro enemigo, hermanado con Putin y Corea del Norte». Como Robert Paxton, reniega de la definición de «populismo autoritario» y afirma que hay que llamar «gato al gato»: «Son fascistas que llegan al poder por medios democráticos. Por favor, hay que olvidar ese término estúpido, ‘populista’. Estamos enfrentados ahora al regreso del fascismo».

Se juzga al árbol por las frutas que da. En tres meses, ¿cuáles han caído del árbol plantado en la Casa Blanca? El asunto va más allá del hombre del Despacho Oval. Si no, imposible entender la granizada de decretos que lanza a los cuatro puntos cardinales, tanto dentro como fuera de su país. Trump emite órdenes en lugar de pasar por el Congreso, a pesar de contar con la mayoría absoluta. ¿Por qué? Para manifestar que durante su campaña dijo la verdad. Acuérdense: «El primer día de mi toma de posesión seré dictador». Lo ha seguido siendo hasta la fecha y no se ve cuándo parará la avalancha de decretos, por más inconstitucionales que sean. Es un ‘blitzkrieg’ dictatorial que bombardea con decisiones para poner fin al Estado de Derecho, una masacre con motosierra (fabuloso símbolo, el regalo de una verdadera motosierra que Milei hizo al siniestro y nefasto hombre más rico del mundo, al que no quiero nombrar hoy).

Donald Trump no solo ignora el papel del Congreso y de los tribunales, los otros dos poderes que equilibran al sistema institucional, sino que utiliza una plataforma para animar a sus partidarios a denunciar y amenazar a quienes no están de acuerdo con él (y con ellos), a participar en su asalto contra las universidades, la educación y la historia. Su delfín, el vicepresidente Vance, ha dicho claramente que «las universidades, los profesores, son el enemigo».

El ‘jefe’ suspende los servicios de los bufetes de abogados que cataloga como nocivos, aumenta los aranceles sin decisión del legislativo, amenaza a los gobernadores demócratas con recortes presupuestales drásticos. Así maneja una forma de terror. Se burla de los tribunales y sabe que puede conseguir su objetivo antes de que cualquier juez revierta alguno de sus movimientos. Estas son precisamente acciones fascistas sin precedente en la historia de Estados Unidos y no sé por qué el Partido Demócrata no dice que Trump es fascista.

Guerra al derecho, a los jueces, a la ciencia, a las democracias europeas, con abrazos para Vladímir Putin y las extremas derechas de todo el continente (el innombrable haciendo el saludo nazi); guerra a las universidades y a los colegios que Trump considera como el caballo de Troya lanzado para destruir a la ‘gran América’. Se me acaba el espacio, pero ¿qué pensar cuando Trump ordena que «las instituciones culturales dejarán de ser lugares de adoctrinamiento ideológico» y decreta que el Smithsonian debe expurgar sus museos, que las bibliotecas militares deben eliminar los libros inconvenientes? ¿Asistiremos a la quema de volúmenes, como en el Tercer Reich? Por lo pronto, Trump exige «restaurar la verdad y la cordura en la historia de EE UU».