ABC 01/02/17
EDITORIAL
AL margen de las evidentes dudas legales y morales en torno a la orden ejecutiva que ha firmado el presidente Donald Trump sobre las restricciones de acceso a EE.UU. para los ciudadanos de siete países musulmanes, su principal error es el tono unilateral y casi autoritario con el que se ha empeñado en llevar a cabo su política, ignorando la existencia de contrapesos institucionales que fueron pensados para evitar que un poder presidencial demasiado fuerte tomase decisiones que pongan en peligro ciertos principios constitucionales. Las formas con las que ha destituido a la fiscal general adjunta, Sally Yates (gritando en público «¡estás despedida!»), recuerdan demasiado a una figura populista de otro país americano, ya desaparecida, Hugo Chávez, con quien nadie hubiera esperado que se compararía al inquilino de la Casa Blanca.
En un caso como la inmigración, Trump debió reforzarse primero con el apoyo general del Congreso, porque sin un respaldo político sólido no se puede ir a una batalla legal como la que ha emprendido. En vez de eso, se ha lanzado en solitario a la confrontación en una clara muestra de prepotencia, hay manifestaciones de protesta por todo el país y en medio mundo, y un puñado de jueces han frenado sus planes. Que un asunto como este vaya a ser dirimido en los tribunales es la peor de las soluciones y anticipa una legislatura más que complicada en Estados Unidos. Y si Trump diera marcha atrás, que no lo hará, habría dilapidado su autoridad en apenas dos semanas de mandato. A quien ostenta una responsabilidad tan importante se le supone un mínimo de prudencia, con lo que se habría ahorrado esta crisis.
En muchos rincones del mundo crece la inquietud por la situación creada con la llegada de Trump a la Casa Blanca. La Unión Europea ya ha calificado sus primeras decisiones como «inquietantes», junto con otras «amenazas» exteriores, por lo que añaden de incertidumbre al futuro de la propia UE y de las relaciones internacionales. Y eso no es bueno.