- Cabe, con ironía no exenta de malicia, preguntarse si en realidad la víctima de lo ocurrido no es Donald Trump si no Joe Biden
No cabe ninguna duda: hay que agradecer al Altísimo que Donald Trump siga vivo. Y así hacérselo llegar a él y a los suyos, condenando además el alevoso atentado. Tal como ha hecho Joe Biden. Y después, por supuesto, inquirir sobre el asesino y sus razones, su entorno, su creencias y motivaciones.
Claro que un ciudadano normal hubiera esperado que Trump empleara el mismo razonamiento para agradecer al Altísimo el seguir vivo. Sin embargo, lo que se le ha ocurrido refleja harto bien la personalidad del personaje y sus finalidades.
«Increíble, un acto así en nuestro país», dicen que dijo. Como si ese país no fuera el de las armas vendidas a quien por ellas quiera pagarlas. El país donde la National Rifle Association (NRA), con éxito innegable, se ocupa fervorosamente en conseguirlo. El país en el que la noción de la libertad está asociada a la posesión de armas, según la más antigua de las enmiendas constitucionales. Sin que nadie hasta ahora, republicano o demócrata, haya podido –o querido– poner freno a la antigualla y sangrienta locura.
Y el país en el que si Trump ganara ningún cambio habría en el juego de los que disparan y matan. Y a los que la NRA protege con sus más que probables aportaciones a las campañas electorales de unos y otros. Porque hoy le ha tocado a Trump. Haría bien Biden, si es que consigue mantener viva la campaña, andarse con cuidado. En los Estados Unidos existen en manos de particulares más rifles que ciudadanos.
Que Trump aprovechará el trágico incidente en beneficio de su carrera presidencial es un dato tan previsto como ya en funcionamiento. Le falta decir que lo ocurrido ha sido un milagro en el que la misericordia divina le ha garantizado la supervivencia para llegar con vida a la Casa Blanca. Y es evidente que Biden y su entorno estarán, o deberían estar, tomando nota cuidadosamente de lo ocurrido, porque cabe, con ironía no exenta de malicia, preguntarse si en realidad la víctima de lo ocurrido no es Trump si no Biden.
Si bien se mira, solo le faltaba a la campaña del todavía presidente que su contrincante saliera milagrosamente vivo de un atentado. Esa campaña tan dolorosamente marcada por las confusiones, los cansancios, los errores, las imprecisiones de una persona cuya capacidad cognitiva no parece gozar de las mejores cualidades. Tanto como que, a raíz del debate que los dos candidatos mantuvieron el pasado 27 de junio, cada vez son más numerosas las voces del círculo demócrata solicitando un nuevo, o nueva, candidato para las elecciones del 5 de noviembre.
Seguramente lo sucedidos ahora incrementa la urgencia: unos y otros coincidirán que con el tiro en la oreja Trump está ya casi consagrado como vencedor de las elecciones. A lo mejor los demócratas deberían dirigirse al Altísimo para compensar lo ocurrido con otro milagro: que Biden ceda el paso a otro candidato o candidata y con ello ponga sobre el tapete lo que hoy parece imposible: que Trump pierda las elecciones. Que seria lo mejor que pudiera ocurrirle a «ese país» que tantas y tan buenas cosas ha sabido aportar para la libertad, la justicia y la prosperidad de sus ciudadanos y de una buena parte del mundo.