ABC 24/01/17
JAVIER RUPÉREZ, MIEMBRO DE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS
Tiempo le ha faltado para darnos la primera en la frente. A nosotros y a los otros trescientos millones que tienen el español como primera lengua. Incluidos los cincuenta que lo hablan en los Estados Unidos. Claro que tiene todo el derecho del mundo para exigir una comunidad monolingüe, monosilábica, monoideológica y mononacional. No sé de qué nos extrañamos. ¿O es que de verdad creímos que su campaña electoral era una broma, que el Espíritu Santo le visitaría en caso de ganar las elecciones o que su pelo naranja iba a convertirse en marrón cuando llegara a la Casa Blanca?
Y esto nos llega tanto porque somos españoles, a nosotros, que poseídos de la buena voluntad del temeroso nos hemos conformado con expresar píos deseos de que aquí no ha pasado nada. Ahora vendrá el chirrido de dientes y protestarán las Reales Academias, y el Instituto Cervantes a lo mejor osa decir algo, e incluso el ministro de Exteriores se atreve a musitar no es esto, no es esto. Luego vendrán los desplantes contra la OTAN, y los insultos contra la UE, y los desprecios a Rota y a Morón–y si no al tiempo– y las quejas tardías e inútiles.
Todo por no comprender a tiempo lo que se nos venía encima y esperar, contra toda esperanza, que el temporal no fuera con nosotros. ¿Cómo era aquello del liberal germano de los años 30 que no era ni comunista, ni judío, ni católico ni protestante y que cuando las hordas de Hitler fueron a por él no tuvo más remedio que poner la cerviz para que se la rebanaran? Pues eso. Por cierto, ahora se llama Trump. No quiere que la gente hable español.