El lehendakari y su sanedrín han elegido un concepto con pedigrí. Tiene el lema resonancias bíblicas, pero sólo es apariencia. En la Biblia, las llaves no poseen el cariz optimista que le atribuyen la civilización actual y el lehendakari. Las llaves servían para abrir, pero además cerraban, y en eso estaba la gracia. Tal ambivalencia ha pasado inadvertida para los soberanistas.
«Zeu zara giltza. Tú eres la llave», fue el lema, representado por un cachivache llavoide, con que el lehendakari sorprendió a quienes fueron a su recepción navideña. No debían haberse sorprendido. Nuestro lehendakari, como concepto, es un proceso permanente de construcción de metáforas. La de la llave, que volvió a figurar en su discurso de fin de año, ha sido fruto de una lenta, pero apasionante elaboración, en la que la protometáfora se fue despojando poco a poco de atributos accesorios hasta llegar a la síntesis. La lucha por la esencia constituye el hilo conductor del soberanismo, un camino místico, una expiación en la que este Pueblo con identidad va deshaciéndose de los michelines conceptuales.
La cabal comprensión de tal trayecto exige enmarcar la alegoría patriótica en sus precedentes intelectuales. Esta vez el lehendakari y su sanedrín han elegido un concepto con pedigrí.
Tiene el lema resonancias bíblicas, pero sólo es apariencia. En la Biblia, las llaves no poseen el cariz optimista que le atribuyen la civilización actual y el lehendakari, que sólo le ven cosas positivas. Las llaves bíblicas servían para abrir, pero además cerraban, y en eso estaba la gracia. El propio Yahvé le aseguraba a mi admirado santo Job que había cerrado con llaves las puertas del mar. Cuando a San Pedro le nombraron pilar de la Iglesia (nótese: piedra, no llave), le dieron las llaves del reino, pero dejándole claro que eran de doble uso, abrir, pero también cerrar, y que lo que no atare en la Tierra desatado quedaría en el Cielo. Tal ambivalencia de la llave ha pasado inadvertida para nuestros soberanistas. Menos mal que en el siglo IV San Efrén les abrió un resquicio argumental, con su rezo a la Virgen: «Tú eres la llave que nos abre las puertas del Paraíso», el precedente más remoto de lo que nos traemos entre manos y su mejor expresión. Fue una gota soberanista en el vacío.
Los siglos arcaicos insisten en la llave como artefacto abridor y cerrador, hasta que Don Quijote aportó una idea revolucionaria, que acabaría rebotando en el «tú eres la llave» del lehendakari, lo que son las cosas. Dulcinea «de mi corazón y libertad tiene la llave»: un humano (o humana) puede abrir lo cerrado, si tiene la llave.
Ahora bien, la jaculatoria soberanista no dice «tú tienes la llave», sino «tú eres la llave». Tal trasmutación del concepto llave se produjo por dos vías y quizás ambas influyen en nuestros pontífices. Uno: los cursos de autoestima, que aseguran que «tú eres la llave para salir del sufrimiento» o que te tienes que convencer de que «tú eres la llave para el cambio, tienes que hacer el trabajo tú mismo». Tales significados encajan como anillo al dedo del lehendakari. Por si había dudas: un autoestimista propone repetirle todo el rato a la pareja «tú eres la llave de mi corazón» y así la relación se salva -y eso que la lógica llevaría a pensar que al tercer día de la monserga te manden a tomar viento-. Y está el parapsicólogo mexicano que desembruja y recomienda rezarle a Obtala, uno de los Siete Poderes: «Tú eres la llave y te rezo para que tenga dinero para mis necesidades», una asociación imprevisible, pero quizás necesaria en el armazón de la espiritualidad soberanista.
Hay otra fuente intelectual decisiva en la forja del lema: la pléyade de cantantes -unos veinte, en un primer cotejo- que han cantado «tú eres la llave», desde Joselito (Campanera: «Tú eres la llave de la verdad») hasta Malú («Eres la llave que abre mi alma»), pasando por Big Mountain, Kayma, Mario Guerrero, Paolo Meneguzzi, Diego Torres, María Conchita Alonso, Arcángel o Sergio Rivero, entre un largo etcétera que, como el lehendakari, han exclamado «tú eres la llave», un concepto crucial de la lírica contemporánea y por tanto de la imagen actual del mundo. El soberanismo pisa en tierra abonada.
En tanto canto salta a veces tú eres la llave de mi alma, de mi juventud, de mi felicidad, pero la principal escuela de pensamiento sigue a Juan Luis Guerra: «Tú eres la llave de mi corazón». Todo ello entra en la proclama del lehendakari. Pero los bardos que le inspiran, sus clásicos, coinciden en dos cosas: que las llaves son para abrir y que abren algo concreto. Es una palabra transitiva: no hay llave a secas, sino llave de algo. Lo explicó John Lennon: «I`m the door and you are the key»; yo la puerta, tú la llave. En la modernidad, llave sólo tiene sentido si hay algo que abrir. Eso sí, en todos los ejemplos corazones y puertas aspiran a que les abran. No hay reticencias, sino lo contrario. Lo expresa bien la portorriqueña Olga Tañón: «Tú eres la llave de mi locura, de mi deseo», y se ve que le va la marcha.
El lema lehendakaril no explica bien de qué somos llave, ni si la puerta a abrir ansía ser abierta, actitud ineludible según las convicciones culturales del día. ¿Emplea llave como sinónimo de ariete? Es antónimo.
La hermenéutica muestra que la idea de llave penetró en la mente del lehendakari en 2001. Aseguró varias veces que ETA no podía ser la llave de la política, ni del futuro ni de la solución. Depuró tal discurso en 2002. De la fase anterior quedó la idea de que la cosa vasca tiene una llave, una sola, un concepto que se convertiría en capital. Desde entonces habla el lehendakari de la llave de la solución y de nuestro futuro. A fines de 2004 formuló que «la llave de la solución es el derecho a decidir el futuro»; el año siguiente, depuración minimalista, «la llave es el derecho a decidir»; y en diciembre de 2006, cuando los cursos de autoestima hicieron estragos, aseguraba que todos somos la llave de la solución. Era inevitable la actual reducción a «tú eres la llave».
Un anuncio asegura «solo tú tienes la llave». Ofrece una cerradura inteligente que reconoce tu huella digital. Vende llaves, pero cada una con su cerradura. Lo dice el refranero: «A cada puerta su llave». Tal correspondencia no se ha aclarado.
Manuel Montero, EL PAÍS, 2/1/2008