- En modo alguno, Cataluña está infrafinanciada, sino que dilapida lo propio y lo ajeno. Por esta cabal razón, hay que desmontar el «cuponazo» que se quiere blanquear y que redundaría en una condena perpetua para España a fin de satisfacer a los que nunca se darán por satisfechos
En su aguafuerte Como suben los borricos, en el que dos labriegos agotados soportan sobre sus espaldas a dos asnos felices, Goya anota: «Tú que no puedes». El genial sordo de Fuendetodos carga las tintas con la afrenta de que recaigan en pobres y gentes útiles los gravámenes de los que, según el informe que la Sociedad Económica de Madrid remitió al Supremo Consejo de Castilla de pluma de Jovellanos, son exonerados otras clases y ocupaciones. Al cabo de los siglos, aquel mundo del revés es el que está a punto de perpetuar el nacionalismo catalán, cuyo emblema es a la sazón un burro, con una izquierda reaccionaria que parece su servicio doméstico, pese a engalanar ante los suyos postizos de progresismo a la violeta. Convendría reponer a la mayor brevedad «el arancel de necedades» que el pícaro Guzmán de Alfarache se topó en Zaragoza contra ocurrencias punibles como esta de la izquierda arbitrista para pagar a plazos la independencia negada al contado.
Si en la Rebelión en la granja, de Orwell, los animales promueven una revolución por querer ser todos iguales, pero pronto comprueban que unos son más iguales que otros, el «cuponazo» catalán («La grossa») con el que transige la izquierda gobernante para que el separatismo le consienta seguir un tiempo más en La Moncloa dejaría al Estado en las raspas y a la solidaridad interterritorial en cosa de beneficencia. Algo que columbra cualquier hijo de vecino que no se despiste con las bolitas y el cubilete del juego del trile. De aplicarse la aritmética catalana, tras saltarse la premisa básica de que los impuestos los abona el ciudadano, no el territorio, los mayores contribuyentes percibirían mejores contraprestaciones.
Sin duda, tiene su aquel que la izquierda eternice como el mismísimo Trump ‘el arancel Cambó’ que puso las manufacturas catalanas (y la siderurgia vasca) al socaire de la competencia extranjera y exorbitó el precio del mal paño. Tras aquel histórico arancel como rescoldo de la pérdida de Cuba, llegó el coeficiente de inversión obligatoria franquista de las Cajas para financiar sus industrias, amén de aprovisionarla de mano de obra barata, y ya en democracia la leva de caudales prosiguió al disponer el nacionalismo del «voto de oro» del Presupuesto, amén de otras regalías por garantizar la estabilidad gubernamental. Como hay que acudir a los hechos, no debieran hacerse las cuentas del Gran Capitán porque ni todos los gastos e ingresos públicos se contabilizan donde se saldan.
Si Cataluña liquidara más impuestos que ninguna otra hasta convertir el soberanismo en su primera industria fue porque atesoraba mayor número de rentas superiores hoy mermadas y fritas a cánones, pero su saldo comercial enjugaba de sobra su déficit fiscal hasta que su cleptocracia tribal ha evaporado sus fuentes de crecimiento. Transigir con singularidades alimenta una bulimia nacionalista que se arroga privilegios feudales por la puerta de atrás de la Constitución, sentenciando el principio de que nadie es más que nadie. A base de dejarla rodar, la trola nacionalista ha tornado en descomedida y grosera.
En modo alguno Cataluña está infrafinanciada, sino que dilapida lo propio y lo ajeno. Por esta cabal razón, hay que desmontar el «cuponazo» que se quiere blanquear y que redundaría en una condena perpetua para España a fin de satisfacer a los que nunca se darán por satisfechos. Así, mientras buscan sustraer la bolsa común, gritan «¡España nos roba!» que el impostor Illa transmuta en «Madrid nos roba» tras presentarse como constitucionalista para acabar acatando los designios secesionistas como Sánchez.
En esta mascarada, el desaprensivo presidente de la Generalitat usa las mismas falacias de su criminal gestión de la pandemia del COVID, después de que Sánchez le designara titular de una «cartera María» para que llevara de tapadillo la interlocución con los socios nacionalistas. Hay que ser osado, aunque lo haga con apariencia de mosca muerta, para acusar a la presidenta madrileña Ayuso de dumping fiscal» y de aprovecharse del «efecto de capitalidad». Vayamos por partes, el «dumping» –«vender a pérdida»– no tiene nada que ver con la exitosa política fiscal de Madrid secundada por comunidades como Andalucía tras décadas viajando en el furgón de cola, pese a recibir subsidios a troche y moche desviados a sustentar un corrupto régimen clientelar de súbditos atados a la estaca del Gobierno amo.
Si Cataluña emprendiera esa ruta, en vez de sabotearla, mejor le iría sin desollar al conjunto de los españoles. Claro que ello aminoraría la dependencia ciudadana y mermaría una secesión a cargo de la colonia española. Ítem más, si Madrid goza del mayor PIB español, recauda más y triplica el aporte a la solidaridad de una Cataluña con más presión fiscal, no será por el «efecto capitalidad» cuando lo es desde Felipe II y nunca anduvo por encima de Cataluña, sino porque lo hace mejor. No cabe mayor riqueza que gobiernos que gestionen bien y coadyuven al bienestar, incluso allí donde la naturaleza no fue pródiga.
En Por qué fracasan los países, Daniel Hardy y Daron Acemoğlu explican cómo la degradación institucional está en la base del orto y ocaso de sociedades como la ciudad-imperio de Venecia en el siglo XIV. Tras un esplendor floreciente que la elevó a la cima del mundo, la ‘Ley de la Serrata’, por la que la nobleza se reservaba el Gran Consejo de Venecia, suprimiendo los instrumentos institucionales de movilidad social, el emporio inició su letargo como la Cataluña de una casta atenta solo a capturar rentas públicas. Enmascara su declive con bombas de humo como el que el criptonacionalista Illa ha arrojado contra Madrid ejemplificando la victimización del privilegiado. Por eso, el capricho goyesco del ‘Tú que no puedes’ satirizando los vicios de su época refleja asimismo los de un precario presente en el que los jumentos tampoco disimulan su contento con la connivencia de Sánchez que, por vivaquear en La Mareta, agravia al conjunto del país con sus dispensas a quienes hacen rancho aparte.