JUAN VAN-HALEN-EL DEBATE
  • Se mantiene por el Gobierno y sus masajistas que el denunciante es un sindicato de ultraderecha, Manos Limpias, con el fin de estigmatizarlo, y se oculta que es la misma acusación que llevó a condenas a Urdangarin, y al banquillo a la infanta Cristina

De los episodios que me han sorprendido últimamente acaso el que muestre más a las claras mi ingenuidad sea considerar impensable que Begoña Gómez repitiera en su comparecencia del 19 de julio su estrategia del día 5: no responder a las preguntas del juez, según su abogado y exministro socialista, Antonio Camacho, por su consejo. Conociendo sus experiencias verbales anteriores, con acceso en internet, no debería extrañarme la precaución del abogado porque Begoña Gómez en el uso de la palabra resulta vacuamente ampulosa, un tanto confusa y por ello incomprensible. Está en segundo de Yolanda Díaz y progresa adecuadamente. Pero lo cierto es que a la esposa del presidente parece que no la salvaría de su complicación judicial ni Perry Mason, el abogado penalista de la serie más vista de la televisión en América y en España, en un tiempo en el que los televisores en nuestro país no habían llegado a todas partes. Además, Camacho no querrá ser Perry Mason.

Inmediatamente se movilizaron las fuerzas acorazadas del PSOE. El triministro Bolaños reiteró que las acciones judiciales respecto a Begoña Gómez «son una persecución cruel e inhumana contra el presidente y su familia que no sabe de qué se le acusa». Pues, a pesar de no saberlo, reitera que es mentira. Es mentira ¿qué? El ministro de Industria y Turismo, Hereu, declaró que Begoña Gómez «hace bien en no declarar ante una instrucción basada en pruebas falsas». Una instrucción judicial se dedica precisamente a conseguir que aflore la verdad en una cuestión de la que existe una denuncia previa. Y sobre esto también las fuerzas acorazadas del PSOE, entre los que cuentan lo suyo los masajistas mediáticos, han mentido no poco. Y piden que el juez cierre las actuaciones. ¿Por qué? Porque pillaron a alguien que no convenía. Déjese actuar a la Justicia y sin suponer el final, que desemboque en el terreno de la ley.

Se mantiene por el Gobierno y sus masajistas que el denunciante es un sindicato de ultraderecha, Manos Limpias, con el fin de estigmatizarlo, y se oculta que es la misma acusación que llevó a condenas a Urdangarin, y al banquillo a la infanta Cristina, y que actuó contra Bárcenas y de rebote contra el PP. Es una falacia pretender que es una actuación políticamente dirigida. Y en cuanto al juez Peinado, el profesional que fue encargado del caso por reparto entre los jueces de instrucción de Madrid, es vergonzoso que se le descalifique, mientras estamos viviendo la perversión judicial del TC en el que los socialistas inmunizan de delitos a los socialistas, compañeros de vacaciones de los favorecidos que no han tenido la honestidad de apartarse de las votaciones. Comprobamos, otra vez, que en este triste tiempo de Sánchez se amparan todas las irregularidades y atajos que se puedan concebir.

No sé si la esposa del presidente y el presidente mismo recordarán aquella aseveración de Tácito: «El deseo de seguridad está en contra de todas las grandes y nobles empresas». El historiador romano elogia los tiempos «en que se permite pensar lo que quieras y decir lo que pienses»; nada que ver con la memoria «histérica». Por si Tácito resulta una cita lejana y ajena, nuestro Quevedo dejó escrito: «No vive el que no vive seguro». Vienen a cuento estos pensamientos de genios reconocidos buscando una explicación a la preocupación de Begoña Gómez por su seguridad y a las medidas para preservarla. Las mayores conocidas para una ciudadana normal, que no otra cosa es la esposa de Sánchez. Si la infanta Cristina cumplió el paseíllo, se sentó ante fotógrafos y cámaras, y ocupó plaza en un banquillo. ¿Por qué Begoña no? No tiene estatus diferenciado, ni es aforada. Es como usted, lector, pero con residencia familiar en Moncloa. Incluso presidentes del Gobierno han comparecido como testigos y nunca se ha decidido ese dislate. Y no es cosa de la juez decana, aunque peca de débil, sino de más arriba. Se llama presión y miedo.

Ese despliegue policial no se ha visto en actos de S.M. el Rey, ni cuando asisten jefes de Estado o de gobierno extranjeros. Ni los papas. ¿Cuánto nos ha costado este desmadre de efectivos, visibles o en la sombra? Helicóptero, 200 agentes, furgonetas, drones, calles cortadas, ciudadanos intimidados, y periodistas aislados… Nadie dice ni pío pero Sánchez utiliza a su antojo recursos públicos como no hizo nadie antes. Conocemos el uso del Falcon para vuelos privados, para ir a actos familiares o de vacaciones. La utilización de Doñana, La Mareta y otros bienes del Patrimonio Nacional supera en mucho lo que sucedía en tiempos anteriores. Se filtró, aunque el Gobierno se resiste a dar la información, que Begoña Gómez había utilizado el Falcon, sin volar acompañada por el presidente, en viajes a la República Dominicana.

Acaso aclare algunas oscuridades el propio Sánchez ante el juez Peinado; por su condición de testigo no podrá mentir. Menuda situación para un mentiroso pertinaz y puede que patológico. El juez le visitará en Moncloa el próximo día 30; así se evita el paseíllo que no se evitó en su día Rajoy. Pero bien está. Todo para que la seguridad y el lío unido a ella no empañen explicaciones. No estoy seguro de que se consiga.

Me temo que en la próxima comparecencia de Begoña Gómez sucederá lo mismo que en las ya vividas. Ahora importa saber quién autorizó el despliegue de seguridad, por qué motivo objetivo, y con qué coste para el erario público. Espero que la oposición reaccione. Debería presentar iniciativas parlamentarias. No lo hará. Desde luego si Begoña Gómez hubiese acompañado a Trump en su mitin de Butler, aportando su equipo de seguridad monclovita, mayor que el que proporciona al expresidente su servicio secreto, seguro que el atentado se hubiese evitado. Tú tranquila, Begoña.

  • Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando
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