Tucker Carlson, el periodista conservador más influyente de la era Trump, ha caído devorado por una revolución que defendía en público mientras se mostraba ambivalente sobre ella en privado, como explicaba ayer el diario Washington Post. «Todos los negocios de Trump se hunden. Sólo es bueno destruyendo cosas. Ahí Trump es el campeón mundial. Podría destruirnos fácilmente si quisiera» respondió en un mensaje privado a su productor Alex Pfeiffer en noviembre de 2020.
En referencia a las acusaciones de fraude electoral en las elecciones presidenciales de 2020, Carlson respondió a Pfeiffer ese mismo mes: «Más vale que esas acusaciones estén blindadas. Trump está jugando con fuego».
Carlson creía al menos parcialmente en algunas de las acusaciones de fraude electoral, pero abominaba de cómo había gestionado el asunto Trump. También se mostraba aliviado de que la presidencia del magnate llegara a su fin: «Estamos muy, muy cerca de poder ignorar a Trump la mayoría de las noches. No puedo esperar. […] Le odio con todo mi corazón. […] Ha alimentado la teoría del fraude electoral. No tengo ninguna duda de que hubo fraude. Pero Trump y Lin y Powell han desacreditado tanto sus propias acusaciones, y al resto de nosotros con ellas, que el tema me saca de quicio».
«Es una fuerza demoniaca, un destructor» afirmó Carlson en privado tras el asalto al Capitolio. «Pero no nos va a destruir. He pensado en esto cada día de los últimos cuatro años».
Carlson no está libre de pecado. Desde febrero de 2022 ha replicado con llamativa precisión la propaganda del Kremlin sobre la invasión de Ucrania. También ha dado espacio en su programa a demagogos como el humorista conspiranoico Jimmy Dore, que responsabiliza a los Estados Unidos de la invasión de Ucrania (e incluso de una futura guerra con China) y que califica a su país de «Estado terrorista». Demasiado incluso para un aislacionista como Carlson: la línea roja en Estados Unidos sigue siendo Estados Unidos, sobre todo entre el republicanismo.
Esto de Jimmy Dore, señalando a Estados Unidos como causante de todas las guerras y Estado terrorista, es HISTÓRICO.
Y lo hace con Tucker Carlson en uno de los programas más vistos de todo el país. pic.twitter.com/ERaOju6tsZ
— Unai Cano (@unaicano10) April 24, 2023
El acuerdo de 787,5 millones de dólares que la Fox ha aceptado pagar a la empresa Dominion Voting Systems tras acusarla de amañar las elecciones, sumado a las críticas en privado de Carlson a los dirigentes de la cadena, han sido su sentencia de muerte.
Puede que Carlson no fuera un trumpista sincero, o que no lo fuera al menos al 100%. Puede que sólo fuera un conservador devorado por una batalla cultural que no podía domar, pero tampoco dejar de cabalgar. Carlson, y eso hay que reconocérselo, intuyó correctamente la capacidad destructiva del progresismo (eso que en Estados Unidos se llama wokismo), quizá porque inconscientemente vio reflejada en ella la capacidad destructiva homónima del trumpismo.
Pero se equivocó cuando creyó que esas eran las únicas dos opciones posibles y que la erradicación de una pasaba necesariamente por la defensa de la otra. Carlson no escogió el mal menor, sino uno de dos males mayores.
Resulta tan difícil desligar el auge de Carlson en 2016 de la llegada al poder de Trump como desligar su caída del hartazgo con un magnate convertido en una fuerza hoy ya declaradamente negativa. Trump en 2023 no tiene poder para ganar las elecciones a los demócratas, pero sí para aniquilar al candidato republicano (y a cualquier periodista) que se le oponga y proponga una alternativa a su liderazgo. Nada crecerá en mucho tiempo sobre el páramo de cenizas que deje Trump.
Trump es el líder de una contrarrevolución de idiotas opuesta a la revolución de los idiotas del signo contrario. El error de Carlson fue dejarse engullir por ese torbellino de odio y estupidez oligofrénica sin oponer resistencia a ella. Quizá no tenía otra opción, o no supo encontrar una salida honrosa que no le dejara a los pies de los caballos.
En pocas semanas sabremos cuál era el Carlson verdadero. Si el periodista arrastrado a regañadientes por la corriente de bilis trumpista o si un radical cuyas reticencias provenían más bien de su miedo por la velocidad con la que las aguas de la insurrección estaban anegándolo todo.
Carlson no se quedará en la calle. Un podcast suyo se convertiría sin duda alguna en el más visto (y más rentable) del planeta junto con el del también conservador Joe Rogan. Y ahí, sin presiones de la Fox, de Trump o del Partido Republicano, se vería al fin al verdadero Carlson.
Hagan sus apuestas.