JAVIER ZARZALEJOS-EL CORREO

  • Iglesias ha trasladado al Gobierno de Sánchez su admiración por los precursores de la destrucción del sistema constitucional: ETA y la izquierda abertzale

Pónganse a la cola. A la cola de la historia, se entiende. Porque al cabo de cuarenta años de democracia en España podemos contemplar el alineamiento de los que, como hoy hace Bildu, declaran su propósito de «tumbar el régimen». Primero, hasta hace dos días, el terrorismo de ETA. Se calentaron la cabeza con la épica argelina de la liberación nacional y se quedaron en carniceros balcánicos de los de la limpieza étnica. Centenares de asesinados, miles de heridos, decenas de miles de desplazados por la coacción y la amenaza contemplan la persistencia de décadas en el crimen. Durante mucho tiempo se les creyó jóvenes antifranquistas en vez de lo que realmente eran: alucinados etnonacionalistas, odiadores armados, peligrosos sociópatas.

Tuvimos también nuestro trocito de siglo XIX cuando un golpe de Estado fallido, tramado en tertulias de bar con restos de serie del franquismo, nos retrotrajo durante una noche de angustia y con el Congreso secuestrado a aquellos pronunciamientos que, como el de Tejero, también querían «tumbar el régimen».

Hace tres años y tres semanas, en Cataluña el independentismo en estado lisérgico también echó su cuarto a espadas para tumbar el régimen. También el Parlamento catalán quedó secuestrado, no por las armas, sino por la imposición nacionalista en aquellas sesiones ignominiosas del 6 y el 7 de septiembre de 2017, cuando el independentismo por sí y antes sí se creyó con el poder y con el derecho a derogar la Constitución, el Estatuto y lo que se terciara para sustituirlo por su propia arrogancia soberanista.

Y ahora, el Partido Socialista compacta una coalición de populistas de extrema izquierda, independentistas y glosadores del terrorismo de ETA como un hito histórico que no van a condenar, todos ellos conjurados para cargarse el «régimen del 78».

De nuevo asoma la mentira en el argumentario gubernamental. Ni Bildu es un apoyo imprescindible, ni su incorporación como socio de número a la ‘coalición Frankenstein’ -esa insuperable imagen debida al ingenio de Alfredo Pérez Rubalcaba- puede aliviarse como si fueran cosas de Pablo Iglesias. No es un acuerdo para aprobar los Presupuestos del Estado, sino para desarrollar un proyecto ideológico esencialmente sectario y excluyente al que el Partido Socialista contribuye legitimando a Bildu como una fuerza «progresista». Pablo Iglesias elogió en su día lo que consideraba la clarividencia de ETA y de la izquierda abertzale al rechazar y combatir el pacto constitucional. Ahora esa admiración de Iglesias por los precursores de la destrucción del sistema constitucional la traslada al Gobierno encabezado por Pedro Sánchez. No deberían tranquilizarse los socialistas por el hecho de que Podemos sea una fuerza minoritaria. La lógica de la democracia no rige para quien se siente encarnación de la voluntad trascendente del pueblo.

Sólo faltaba que llegara José Luis Ábalos para explicarnos que, en realidad, con el pacto con Bildu los socialistas están reviviendo la Transición. El argumento da idea de lo que el PSOE actualmente entiende por memoria histórica y cómo contempla un pasado que en buena media es el suyo y fue bueno. Es una mala broma comparar el esfuerzo de conciliación de los que protagonizaron ese proceso con la negación del adversario que practican sus socios. Comparar una Constitución integradora y acordada con una estrategia sectaria y excluyente de toma del poder no sólo es una ofensa a la inteligencia, sino un síntoma más preocupante aun de que el PSOE o participa de esa estrategia o está en la inopia, y ambas posibilidades no son necesariamente excluyentes.

Vivimos una crisis inédita en la que la depresión económica, los factores de quiebra social y generacional y el fallo casi sistémico de la gobernanza arrastran al país a una situación en la que los proyectos de ruptura creen ver una oportunidad tal vez definitiva para ponerse en práctica. Y en este caso, ese proyecto de ruptura consiste precisamente en eso, en tumbar el régimen. Esperan que la polarización y el deterioro de las clases medias consigan enterrar las corrientes centrales de la sociedad española que siguen siendo mayoritarias. Confían en que la intoxicación sistemática y el revisionismo de la historia reciente hagan olvidar los valores que fundamentaron el pacto constitucional y el logro de la democracia. Prevén que una Europa en estado de desorientación estratégica y amenazada por la presión destructiva de los populismos deje de ser el baluarte democrático contra el que se estrellarían.

Para esta pandemia política es precisa también la inmunización colectiva. La vacuna nos la administramos los ciudadanos hace cuarenta años. Pero, sin duda, necesitamos una dosis de recuerdo. Especialmente la necesitan con urgencia quienes han demostrado haber perdido las defensas y hoy gobiernan el país con el que sus socios quieren acabar.