ABC 19/10/13
IGNACIO CAMACHO
· Cospedal metió el pie y Mas la pata; ha confundido la altivez de su mandíbula con la dignidad del pueblo cautivo
COSPEDAL ha tropezado con un árbol y Mas con una silla vacía, o tal vez ocupada, como en el Tenorio, por su propio fantasma. El traspié de la presidenta manchega fue real, un tumbo de tacones de aguja hendidos en un alcorque, pero el de su colega catalán es la metáfora de un ataque de orgullo, una rebeldía de cuernos protocolarios astillados por la presencia subalterna de Soraya en representación del Estado opresor, un confuso engreimiento que confunde la insumisión con la descortesía. A una le ha traicionado su hieratismo de stilettos altivos entre una nube de camarógrafos ansiosos de retratar su estela perseguida por el plasma de Bárcenas; el otro, simplemente, ha tenido un incidente con su propia mandíbula, tan avanzada que parece que va a atravesar la meta de la secesión antes que su propio cuerpo. Un día de éstos Mas se dejará los pies en un hoyo del trayecto hacia la independencia con tal de meter el careto bajo la pancarta estelada. Si le da permiso un señor de Castellón que se ha quedado con los derechos.
En la semana del debate de las balanzas fiscales, el Estado autonómico es un vaivén de tumbos, fugas, bamboleos e indecisiones. Duran Lleida, ese señor tan elegante que siempre parece ausente de sí mismo, quiere meter miedo en Madrid alertando de una sedición que no será posible si él no la respalda. El hombre que pudo ser ministro de Exteriores ya no está cómodo en ninguna parte de España; en su tierra le llaman botifler y en la Corte siente incomprendida su pasión tercerista, su vocación de cojín amortiguador de colisiones. En su momento debió haber aceptado una embajada: ahora va por Celtiberia trastabillando con su propia sombra, que es como la de Cambó estilizada con gafas de diseño posmoderno. Se le está poniendo cara de exilado interior, de explorador de causas perdidas. De expolítico.
El problema de las autonomías es que no se tienen de pie porque les está fallando la espina dorsal de los recursos financieros. Como Cospedal tiene doble personalidad, la de jefa del PP y la de presidenta de CLM, no se sabe cuál de ellas metió el tacón de su zapatito de Cenicienta en las raíces de un árbol que se cuadraba como los guardias municipales. Artur Mas no metió el pie, sino la pata; se cogió una rabieta al constatar que el protocolo le negaba la primacía ante una primera ministra en funciones y dio por ofendida en su augusta persona la dignidad del pueblo cautivo. Raro es que no lo hayan tildado de machista por repudiar el liderazgo oficial de una dama. Pero su desplante no fue al imperialismo español, sino a los empresarios catalanes; la silla vacía, minimalismo de ausencias, no es el retrato de un gesto de autoestima, sino de una simple grosería.
En todo este sainete tan doméstico de despropósitos y trompicones el único que ha estado en su sitio es el árbol toledano. Firme como debería plantarse el Estado.