Jon Juaristi-ABC

El socialismo español, con Rodríguez Zapatero a la cabeza, resucita el turismo revolucionario

Al contrario que muchos antiguos compañeros de rojerío juvenil, jamás practiqué el turismo revolucionario. Algunos de aquellos (pocos ya, la verdad sea dicha), inasequibles todavía a las evidencias, siguen reprochándome que carezca de un conocimiento directo de la realidad del socialismo realmente existente. No lo lamento demasiado. A menos que las cosas cambien, conoceremos también aquí, en España, una versión estúpida, anacrónica y criminal de la especie, quizás en breve plazo. Sospecho que el destino no me ahorrará esa experiencia, no ya como turista sino como autóctono sufriente. Ni a mí ni a la mayoría de ustedes, no se hagan ilusiones. Pero a los impávidos camaradas de antaño, que Dios confunda, visitantes de lujo de los paraísos comunistas, a los que todavía no han cantado ni cantarán la palinodia, como lo hicieron Debray o Enzensberger, tampoco se les mostró otra realidad que los complejos residenciales para tontos útiles y otros comemierdas, como les llaman muy justamente los cubanos y ahora también los venezolanos del exilio: un sustantivo tan justo y tan en uso todavía que debería figurar con su acepción política en el Diccionario de la RAE (lo que aún no es el caso).

Pero lo cierto es que juré no pisar Cuba hasta la desaparición del castrismo, cosa que todavía no ha sucedido. A la Venezuela del chavismo viajé una vez, como profesor invitado por la Universidad Católica Andrés Bello, de Caracas. Ex alumno de otra de las universidades de la Compañía de Jesús, la de Deusto, fue mi estancia en la UCAB una experiencia que me enriqueció interiormente. Entendí al fin lo que la espiritualidad jesuítica ha tenido y conserva de resistencia a las tiranías. Allí, en un campus sitiado y hostigado por las turbas bolivarianas, palpé mejor la realidad del comunismo que en los hoteles Potemkin de las dictaduras tropicales de izquierda.

Bueno, pues resulta que Ábalos, el ministro de fomento del Gobierno de Sánchez, se ha entrevistado en Barajas con la vicepresidenta de la dictadura venezolana. Él lo niega y afirma que se limitó a saludarla a petición del ministro chavista de Turismo, que viajaba en el mismo avión que aquella y que era el verdadero objetivo de su visita al aeropuerto. No sé lo que entiende Ábalos por entrevistarse. Entrevistarse es todo lo que se produce vis a vis entre dos personas, pero vale también para todo tipo de semovientes. En el fondo, da lo mismo el tipo de entrevista que mantuvieran Ábalos y la segunda de Maduro. No es lo importante del asunto. Lo que intriga es qué tenía que tratar el de Fomento con el chorizo venezolano de Turismo.

Que la dictadura de Maduro se permita tener un Ministerio de Turismo no es la menos cínica de las macabras humoradas del asesino caribeño. Es sabido que los venezolanos viajan mucho últimamente al extranjero. Millones, pero llamar a eso turismo sería una licencia poética excesiva. ¿Qué debía negociar Ábalos con el sicario Plasencia?

Acaso -es una hipótesis- su entrevista con este último tuviera algo que ver con los viajes de Rodríguez Zapatero a Venezuela. Numerosos, muy numerosos, como él mismo reconocía esta semana en la SER, donde defendió con ardor a su amiguete Maduro y al régimen en que se mira con arrobo el actual Gobierno español, por llamarlo de alguna forma. Mira por dónde, a estas alturas del siglo XXI, ha resucitado el castizo turismo revolucionario gracias a los socialistas españoles (por adjetivarlos de alguna manera), fascinados seguramente por las maravillas de Maracaibo en la noche que han debido contarles sus socios del frente popular (o copular, que ya no sabe uno de qué va la izquierda de los nuevos tiempos).