Gaizka Fernández Soldevilla-El Correo
- En 1975 la dictadura ejecutó a los dos miembros de ETA pm. Son victimarios-víctimas. ¿Qué hacemos con su memoria?
La propaganda y las celebraciones rituales los convirtieron en mártires de ETA. Cada año la izquierda abertzale conmemoraba la fecha de su fusilamiento con la jornada del Gudari Eguna. Le ha servido para premiar simbólicamente el compromiso de los terroristas, consolar a sus familias, mantener la fidelidad de los militantes, atraer a los inmigrantes (‘Txiki’ era extremeño), ofrecer un modelo de conducta heroica a los jóvenes y humillar a las víctimas.
Al hilo del 50º aniversario de las ejecuciones, el nacionalismo radical se ha embarcado en una nueva, intensa y larga campaña de homenaje a ambos, que ahora son presentados como antifranquistas que dieron su vida por la democracia. Se trata de reivindicar la herencia de ETA, pero tergiversando su historia.
La campaña ha dado un acelerón durante el verano, con profusión de actos y cartelería, pero hemos mirado hacia otro lado. Hasta que el gobierno municipal de Zarautz (PNV-PSE-EE) ha quitado una lona con las fotografías de ‘Txiki’ y Otaegi de un espacio protegido y simbólico: estuvo decorado por una gigantesca pintada a favor de los presos de ETA hasta 2011.
Zarautz ha provocado la airada reacción de una izquierda abertzale acostumbrada a enaltecer el terrorismo con impunidad. También ha molestado que Alberto Alonso, director de Gogora, y entidades de víctimas como Covite y la Fundación Buesa hayan subrayado lo evidente: que Paredes y Otaegi fueron víctimas del franquismo, pero no mártires de la libertad.
Por un lado, como repetía una y otra vez en sus publicaciones, la ETA en la que ellos militaron no luchaba por la denostada «democracia burguesa», sino que pretendía sustituir la dictadura franquista por otra de corte comunista, al estilo de Cuba o Vietnam. Eso sí, más pequeña: solo para Euskadi y sus territorios limítrofes.
Por otro, los consejos de guerra del régimen franquista, un sistema ilegítimo, no pueden ser considerados juicios justos desde la perspectiva de un Estado de Derecho como el actual. Sin embargo, eso no significa que los dos etarras fueran inocentes de los cargos que se les imputaban. Hay pruebas de que Otaegi fue cooperador necesario en el asesinato del guardia civil Gregorio Posada Zurrón y de que Paredes participó en el del subinspector José Díaz Linares, así como en el atraco en el que perdió la vida el cabo Ovidio Díaz López. Su memoria y sus familias merecen respeto.
‘Txiki’ y Otaegi fueron asesinos y asesinados. Entran dentro de la categoría de los victimarios-víctimas: autores materiales o intelectuales de violencia política que fallecieron en actos de violencia ilegítimos. Su caso resulta controvertido porque se entrecruzan la política de memoria histórica/democrática y la de las víctimas del terrorismo. Ocurre lo mismo con el dirigente de ETAm José Miguel Beñarán (‘Argala’) y con los etarras asesinados en atentados del primer terrorismo parapolicial y de los GAL, que a menudo son homenajeados públicamente.
Pero también hay victimarios del franquismo: víctimas del terrorismo como el presidente Luis Carrero Blanco y Melitón Manzanas, inspector jefe de la Brigada de Investigación Social de San Sebastián. El primero cuenta con una calle y un monumento en su localidad natal, Santoña. Respecto al segundo, más allá de los bulos abertzales (el más bizarro: que se le honra en el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo), hay que recordar que fue condecorado por el Gobierno en 2001 y que su nombre aparece en el monumento de Portal de Foronda (Vitoria).
En vez de enzarzarnos en una estéril polémica y en el ‘y tú más’, quizá esta sea una buena oportunidad para afrontar de una vez el debate público acerca de los victimarios-victimas que Galo Bilbao planteó en 2009 y que hemos estado esquivando desde entonces.
Pretendo contribuir a él con tres propuestas. La primera puede servir como base: aplicar la misma norma a todos los victimarios-víctimas. Partiendo de la universalidad del derecho a la vida, creo que es un error distinguir entre unos y otros dependiendo de en qué filas militaban o de quién los mató.
La siguiente idea es investigar con rigor la historia de los victimarios-víctimas con el fin de divulgarla en libros, documentales, unidades didácticas, exposiciones o redes sociales. Y es importante dejar constancia tanto del daño que sufrieron como del que infringieron. Ambas facetas son inseparables.
No obstante, informar no es lo mismo que homenajear. Hacerlo produce resultados muy negativos. Uno, falsear su currículo y, por ende, el pasado. Dos, revictimizar a sus víctimas. Y, tres, transmitir un mensaje antipedagógico a los más jóvenes: que cierta violencia estuvo bien. Por consiguiente, es imprescindible que se evite cualquier tipo de homenaje a los victimarios-víctimas.