El problema de Sonia Polo, la txupinera bilbaína, no es que sea la hermana de un asesino sino que está muy orgullosa de serlo y que es una militante de los movimientos proetarras. El problema no es que acceda benevolentemente a no sacar la pancarta de ETA, sino que en su lugar debería haber alguien que represente algo bueno.
El cambio vasco es un lehendakari que llame a los asesinos por su nombre; es una víctima del terrorismo que se sienta arropada por la ciudadanía y las instituciones; es una escuela en la que el euskera deje de ser una imposición; es un mapa callejero que no tenga nombres de etarras y son también unas fiestas populares que no sirvan de refugio al mundo de ETA ni a la ideología de ETA, ni a las comparsas de ETA, ni a los presos de ETA ni a los familiares de los presos de ETA que no se han distanciado ni política ni moralmente de ETA sino que han hecho de ese parentesco una militancia. El cambio vasco es que ‘no se le dé bola a ETA’ ni en ETB ni en las fiestas de Bilbao ni en el txupinazo de esas fiestas. Pero ¿por qué hay que pagar ese ‘impuesto lúdico-revolucionario’ como una suerte extraña de penitencia por no sé qué misterioso pecado original que presuntamente hemos cometido? ¿Qué maldición hereditaria, qué fátum, qué insólito hado del destino nos obliga a automortificarnos con un infalible tótem de ETA que bendiga nuestras juergas colectivas y nuestro esparcimiento estival?
El problema de Sonia Polo, la txupinera bilbaína, que un año más nos quieren colar unas inquietantes comparsas que se erigen en depositarias de las esencias festivas pero que se representan sólo a sí mismas, no es que sea la hermana de un asesino sino que está muy orgullosa de serlo y que es una militante activa de los movimientos proetarras o paraetarras. El problema es que en las sociedades normales se elige para esas funciones a un personaje popular y querido por su simpatía, su carisma, su bonhomía, sus méritos o su labor en favor de la comunidad, alguien que representa unos valores consensuados. ¿Qué valores representa Sonia Polo? El problema no es que Sonia Polo acceda benevolentemente a no sacar la pancarta de la serpiente y el hacha cuando suelten las vaquillas o los fuegos artificiales sino que en su lugar debería haber alguien que represente algo bueno, como, por ejemplo, Paqui Hernández, la viuda del policía Eduardo Puelles, o como Carlos García, el joven y honesto concejal del PP que ha destapado esta premeditada politización y totalitarización del txupinazo bilbaíno. Las fiestas populares, como las vacaciones, son el derecho que una sociedad tiene a la evasión y a la celebración. Imponer a la Semana Grande de una ciudad una txupinera proetarra es algo tan lógico como obligarnos a cargar en el veraneo con un portero que sea concejal de ANV o un socorrista de piscinas que sea jarraitxu con el argumento de ‘por la paz un padrenuestro’. El cambio vasco es también enterrar ese peregrino argumento.
Iñaki Ezkerra, EL CORREO, 13/7/2009