Miquel Giménez-Vozpópuli
- Se habla mucho de la España vaciada, pero nadie asume que esta desgracia es hija de los políticos
¿Dónde reside la patria?, se preguntan quienes cuestionan fronteras e historia para sustituirlas por otras o, de forma más canalla, diluirlas en esa sopa de nada llamada cosmopolitismo. Cicerón creía que la patria es el lugar en el que uno se encuentra bien. No puede existir patria sin afecto ni afecto sin bienestar. Vivir en el lugar donde el placer abunda, insistía el preclaro prócer romano. De ahí la duda. ¿España sigue siendo la patria de todos o solo de algunos? ¿Los españoles se encuentran a gusto en esta tierra rasgada por odios cantonales, dividida por ideologías que predican el odio, por la tremenda desigualdad que cada día se hace más y más insalvable? Ya no somos una patria en la que el placer abunde ni un lugar donde puedas sentirte a gusto. Esa España vaciada ante la impasibilidad despótica de la clase política se ha quedado en el puro hueso económico, pero también moral.
Han vaciado a nuestra patria de todo lo que la hacía apetecible empezando por la armonía territorial, azuzando hermanos contra hermanos por el simple y accidental hecho de haber nacido en este o en aquel rincón del territorio nacional. Han convertido a la masa inculta de pasiones más bajas como protagonista del debate político, ahuyentando quién sabe si para siempre los puentes que construyen la ilustración, el sentido común y la empatía. Lógicamente, esto permite a demagogos sin conciencia manipular a su conveniencia a gentes que son zarandeadas de aquí para allá en manos de desaprensivos que solo buscan su ganancia a despecho de lo que pierda su país.
Hemos permitido que se consagrasen en tiempo récord a los villanos más abyectos como personas de rectas intenciones. Así, Otegui puede ofrecerse ante la opinión pública como hombre de paz, un terrorista abogado de terroristas y golpistas como Boye queda blanqueado escudado tras una toga que ensucia solo con mirarla, o una presunta delincuente como Laura Borrás se permite ocupar la presidencia de un parlamento. Todo parece normal a fuerza de hacérnoslo cotidiano. Cuando ves por primera vez un muerto te impresiona; cuando has visto muchos la impresión es menor. El padre intelectual de esta gentuza, Stalin, afirmó que una muerte es una desgracia, pero un millón es una estadística. En esta España en la que el más pillo acaba de ministro y los que abogan por cortar cuellos pasan por referentes periodísticos todo es posible. Vaciada de honor, de religiosidad, de trabajo, de cariño hacia el prójimo, lo normal es que sean los criminales quienes tracen el surco torcido del erial yermo y polvoriento de nuestra tierra.
Es muy difícil vivir en un país donde solo se puede sobrevivir si cultivas la adulación, la mediocridad o, directamente, el culto a la sangre ajena
La España vaciada no podrá ser nunca esa patria en la que la risa de un niño sea más poderosa que el escupitajo del enfermo de odio. Reconozcámoslo sin pudor, es muy difícil vivir en un país donde solo se puede sobrevivir si cultivas la adulación, la mediocridad o, directamente, el culto a la sangre ajena. Vaciada, esquilmada, engañada, reprimida, pobre España, en qué manos depositaste tu antiguo bienestar, en qué mal momento caíste en el infantilismo de dejar hacer a los aprendices de brujo, abjurando del consejo y ejemplo de tus mayores. España, ya no eres un buen sitio para vivir y, ¡ay!, mucho nos tememos que ni siquiera puedes aspirar a ser patria de todos porque asistes a tu desmembramiento por manos ávidas que te descuartizan a diario. Hay quien se opone a esto, bien lo sé, son personas de un coraje tremendo, exigible solo a los que no temen nada. No debería pedirse a un líder político que tuviera nada más que un limpio y sano sentido de servicio al interés general, pero aquí han de añadir el sobresfuerzo de la heroicidad ante la turba sucia maloliente, podrida hasta la médula, que clama ululante que hay que luchar contra la extrema derecha, contra los nazis, contra todo lo que no sea su miserable covacha hecha de carcunda y complejo de inferioridad.
Uno podría aceptar vivir en una cueva siempre que su patria fuese limpia y clara, con la luminosidad de un cuadro de Sorolla. Pero en esta España que nos están dejando unos y otros, es imposible sentirse a gusto aunque se habite en un palacio. No nos dejan ser patriotas más que en el sentido que argumentaba Sartre cuando dijo que la suya era la lengua francesa o Humboldt al afirmar que la lengua era realmente la patria de todo hombre.