Carlos Sánchez-El Confidencial
- La historia está contra Putin. Tarde o temprano, los pueblos se levantan. Pero conviene no olvidar por qué se ha llegado a esta situación. Ucrania ha sido un juguete en manos de todo
«Si usted está tan seguro, general Giap, de que EEUU saldrá derrotado de la guerra, ¿cuándo sucederá esto?», le preguntó Oriana Fallaci en los primeros meses de 1969 al hombre que humilló a la mayor potencia del mundo en Vietnam después de haber hecho lo mismo con Francia en Dien Bien Phu, 15 años antes. «Oh, esta es una guerra que no se resuelve en pocos años», le respondió Giap a la periodista italiana. «La guerra contra EEUU», prosiguió, «requiere tiempo, tiempo… A los norteamericanos les está derrotando el tiempo, les está cansando. Para cansarlos tenemos que continuar, durar… mucho tiempo… Siempre lo hemos hecho así. Porque nosotros, sabe, somos un pueblo pequeño. Somos apenas treinta millones, la mitad de Italia, y éramos apenas un millón al principio de la era cristiana, cuando vinieron los mongoles después de haber conquistado Europa y Asia. Y nosotros, que éramos apenas un millón, los derrotamos. No disponíamos de sus medios. Pero resistimos y duramos: es necesario que el pueblo se bata. Lo que era válido en 1200 es aún válido en el siglo XX. El problema es el mismo. Somos buenos soldados porque somos vietnamitas».
El general Giap murió en 2013 a los 102 años y entre las reflexiones que hizo a la Fallaci, una leyenda del periodismo de guerra en un tiempo en el que no había casi mujeres en el campo de batalla, hay una que merece ser rescatada. Los norteamericanos, pensaba Giap, no podían ganar porque aunque pudieran avanzar militarmente habían ya sufrido una derrota política. Y el mejor ejemplo había sido la ofensiva del Tet, que significó, paradójicamente, un fracaso del Vietcong, pero que a la postre fue el principio del fin de la presencia de EEUU en Vietnam porque la opinión pública norteamericana se dio cuenta de que aquello era una sangría. Y esto era así porque el Gobierno títere de Saigón no estaba en condiciones de asegurar la estabilidad política, lo que obligaría a EEUU a estar de forma permanente en Vietnam sufriendo cada año miles de bajas y con un enorme coste económico. «Después de la ofensiva del Tet», dijo Giap, «los norteamericanos pasaron del ataque a la defensa, y la defensa es siempre el principio de la derrota».
Regreso al neocolonialismo
Nadie sabe qué pasará con Ucrania, aterrorizada por un matón, pero lo que está claro es que la Rusia de Putin, aunque conquiste Kiev y derroque a Zelenski, ya ha perdido la batalla política. Ningún Gobierno sicario próximo a Moscú podrá detener el avance de la historia. El siglo XXI, por mucho que lo intente Putin, no es el siglo XX y, hoy, la globalización, los avances tecnológicos y el derrumbe de las fronteras físicas, además de la propia evolución biológica, hacen impensable el regreso al neocolonialismo que surgió de Yalta.
Ribbentrop confesó a Churchill que el mejor lugar que había encontrado Hitler para la ‘lebensraum’ eran Polonia, Bielorrusia y Ucrania
Churchill, en sus memorias sobre la guerra, cuenta que tras entrevistarse en 1937 con Von Ribbentrop, entonces embajador en Londres, este le dijo que la Alemania nazi necesitaba su ‘lebensraum’, concepto que el propio primer ministro británico tradujo como ‘espacio vital’. Ribbentrop le confesó que el mejor lugar que había encontrado Hitler para ejecutarlo era la Europa del este: Polonia, Bielorrusia y Ucrania.
Años más tarde, en 1946, en la célebre conferencia que impartió en el Westminster College de Fulton, en Misuri, donde propuso la creación de unos Estados Unidos de Europa, el propio Churchill dijo: «Se han cubierto de sombras los lugares que hasta hace poco iluminaban la victoria aliada (…) Bienvenida sea Rusia al lugar que le corresponde entre las principales naciones del mundo (…), sin embargo, desde Stettin, en el Báltico, hasta Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero. Varsovia, Berlín, Praga, Viena, Budapest, Belgrado, Bucarest y Sofía quedan dentro de lo que debo llamar ‘esfera soviética'». Había comenzado la guerra fría.
Los paralelismos son evidentes. Putin, con la invasión de Ucrania, ha lanzado su propio ‘lebensraum’, como antes lo hicieron Hitler y Stalin, o la propia nomenclatura soviética a finales de los años 70, cuando su derrota histórica comenzó a fraguarse tras la invasión de Afganistán, y que aceleró el colapso de la Unión Soviética. Precisamente, porque los muyahidines, apoyados por EEUU, tenían no solo armas, sino, sobre todo tiempo, como sostenía el general Giap.
Los talibanes, ahora ya controlando Kabul desde el mes de agosto pasado, saben muy bien que las democracias liberales están sometidas a la presión de una opinión pública que no es capaz de soportar costosas guerras en lo humano y en lo económico. Ni siquiera la Rusia de Putin lo soportará, pese a tratarse de una autocracia, porque tanto la presión internacional como la de los propios ucranianos convertirá el país en un infierno para Moscú. Su Afganistán.
Resistir, ganar es tiempo, es, de hecho, la mejor estrategia para Ucrania. «Necesitamos aguantar un par de días más y las sanciones serán mucho más duras. Es inevitable. Hasta, quizás, la exclusión del Consejo de Seguridad de la ONU, que también se está discutiendo», como ha dicho a la agencia de noticias ucraniana el profesor Maxim Yali, de la Academia de Ciencias.
Una táctica defensiva
Tardará más o tardará menos, el tiempo lo dirá, pero hay pocas dudas, como han señalado estos días multitud de análisis independientes, que intentar volver a las fronteras anteriores a 1989 no solo es un anacronismo histórico, sino, sobre todo, no entender los cambios profundos que han sufrido los países del Este desde la descomposición del imperio soviético. Algo que demuestra que el ‘lebensraum’ es ante todo una táctica defensiva, más que ofensiva, aunque parezca lo contrario.
Putin sabe que a largo plazo, incluso, en el medio plazo, la expansión territorial no tiene futuro, y por eso, precisamente, tal vez merezca la pena mirar por qué se ha llegado hasta aquí. Las razones que explican la catástrofe. Por qué, en la tercera década del siglo XXI, se han recuperado conceptos que ya parecían obsoletos, como la disuasión nuclear o la escalada armamentista. O por qué cientos de miles de refugiados ucranianos huyen hacia Polonia o Rumanía.
Occidente ha subestimado a Rusia. Incluso, la ha ninguneado pensando que la expansión de la OTAN hacia el Este quedaría impune
Keynes, en 1919, y tras la firma del Tratado de Versalles, publicó un libro, enormemente influyente en su época, que tituló ‘Las consecuencia económicas de la paz’, en el que advertía que la imposición de extraordinarias sanciones a Alemania como reparaciones de guerra podía crear condiciones objetivas para una catástrofe posterior. «Si la guerra civil europea ha de acabar en que Francia e Italia abusen de su poder, momentáneamente victorioso, para destruir a Alemania y Austria-Hungría, ahora postradas, provocarán su propia destrucción», sostenía Keynes. «¿Quién puede decir hasta dónde se puede sufrir o qué camino tomarán los hombres para lograr, al fin, la liberación de sus desgracias?», se preguntaba Keynes al finalizar la Gran Guerra. Catorce años después, Hitler fue designado canciller por el anciano Hindenburg tras ganar las elecciones con una amplia mayoría.
Ya hay pocas dudas de que Occidente ha subestimado a Rusia. Incluso, la ha ninguneado pensando que las sucesivas oleadas de crecimiento de la OTAN hacia el Este quedarían impunes. Pensando que el Gobierno de un país que nunca ha vivido en democracia no respondería a la ampliación despertando el nacionalismo interior, siempre canalizado a través de líderes aparentemente fuertes, como el propio Putin (69 años), cuyos índices de popularidad son todavía elevados pese a llevar dos décadas en el poder. Un error de cálculo que probablemente tenga que ver por una cuestión de soberbia que hay que relacionar necesariamente con la propia debilidad de Europa para construir sus propias fronteras, al margen de la OTAN, estableciendo sus propias zonas de influencia. Al fin y al cabo, la guerra fría está tan cerca que aún se necesitan cinturones de seguridad, como lo fueron en su día Finlandia o Austria.
Conviene recordar, como ha señalado ‘Foreign Affairs’, una publicación poco sospechosa de comulgar con Rusia, que en los últimos años Putin ha presidido cuatro oleadas de ampliación de la OTAN cerca de sus fronteras y ha tenido que aceptar la retirada de Washington de los tratados que rigen los misiles antibalísticos, las fuerzas nucleares de alcance intermedio y los aviones de observación desarmados.
Más emocional y menos pragmático
Europa, es más, ha sido incapaz de obligar a Kiev a cumplir Minsk II pese a que el acuerdo fue suscrito, junto a Rusia y Ucrania, por Francia y Alemania (Merkel y Hollande) bajo el paraguas del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y de la OSCE, lo que a la postre ha creado un caldo de cultivo para alguien que, con los años, como han dicho algunos analistas, «se ha vuelto menos pragmático y más emocional», y que hoy tiene algunos argumentos que defender. En este caso, con una excusa creíble, como es no haber dado autonomía a las provincias de Donetsk y Lugansk, donde existe un proceso manifiesto de desrusificación. Además de la eliminación de todo lo que huela a ruso en el resto del país.
‘Time’ eligió en 2007 a Putin como hombre del año, antes lo había hecho con Hitler (aunque no apareció en portada) y Stalin (dos veces)
Con todo, su respuesta, como han dicho algunos analistas, no resiste el mínimo análisis coste-beneficio. Entre otras cosas porque Rusia se enfrenta ahora a una situación económica desastrosa: fuga de capitales, hiperinflación (por el aumento del precio de las importaciones) y desempleo tras haber sido calificada su deuda como bonos basura. El enorme colchón de divisas internacionales acumuladas desde la invasión de Crimea para protegerse de las sanciones, 630.000 millones de dólares (ocho veces más que España) no será suficiente.
Rusia, es verdad, es un gigante transcontinental con 146 millones de personas y un ingente arsenal nuclear, así como un proveedor esencial de petróleo, gas y materias primas que mantienen en funcionamiento las fábricas del mundo. Pero a diferencia de China, que es una potencia manufacturera y está íntimamente imbricada en las cadenas de suministro, es un actor menor en la economía global.
Putin no tiene, evidentemente, suficientes argumentos porque la guerra es, precisamente, lo contrario al pensamiento lógico, y más si se trata de una agresión tan cruel como injustificada que convertirá a Rusia durante algún tiempo en paria del planeta. Pero conviene atender a la historia para comprender que cuando se da munición alguien sin escrúpulos puede aprovechar la oportunidad. Y ya Putin, también conviene no olvidarlo, la aprovechó cuando EEUU pensó que la implicación de Rusia en la guerra civil de Siria sería su Vietnam. No solo no ocurrió eso, sino que el presidente ruso reforzó su alianza con Bashar al-Assad convirtiéndose en un jugador imprescindible en una región de la que ha sido expulsado EEUU.
La revista ‘Time’ eligió en 2007 a Putin como el hombre del año, como antes lo había hecho con Hitler (aunque no apareció en portada) y Stalin (por dos veces). Hoy, paradojas de la historia, lo que vuelve a estar en juego en Europa es recuperar la estructura de seguridad que ha ayudado a mantener la paz en el continente desde la II Guerra Mundial y que ambos se encargaron de dinamitar tras repartirse Polonia.
Europa, sin embargo, como se ha escrito en el ‘Times’ de Nueva York, ha perdido un negociador inmejorable tras la jubilación política de la canciller Merkel, quien creció en el Este y habla ruso con fluidez, hasta el punto de que había desarrollado una buena relación de trabajo con el presidente ruso. Su sucesor, Olaf Scholz, ha tratado de asumir un papel de liderazgo, pero decisiones como la paralización del gasoducto Nord Stream 2 solo es munición para que un Putin acorralado por la historia que le han dejado sus antecesores sea hoy una bestia herida. De aquellos polvos, estos lodos.