Bernard-Henri Lévy -El E·spañol

Febrero-junio de 2022. Nadie confía. En las cancillerías, pocos imaginan que esta pequeña gran nación, Ucrania, pueda resistir ante la apisonadora rusa.

¿Fue mi reportaje de hace dos años para Match, de Mariúpol a Lugansk, a lo largo de la línea del frente de quinientos kilómetros en el que el Ejército ucraniano ya resistía ante los perros de la guerra del Kremlin?

¿Fue por conocer a Zelenski antes del día del juicio final, cuando salió de su búnker, con la cabeza descubierta, a las calles de Kyiv, convertido en un nuevo Churchill?

¿Fue porque ya habíamos descubierto este país en el Maidán de febrero de 2014, el verdadero pistoletazo de salida de la guerra?

Las cosas son como son. No me cabe la menor duda. Sé que Putin no puede ganar. Y, con mi codirector Marc Roussel y mi compañero de toda la vida, Gilles Hertzog, me puse de inmediato a rodar una película que daba voz a los voluntarios, a los soldados, a los testigos de un Oradour aquí llamado Bucha y a los monjes que rompían con los patriarcas de Moscú, a los gamberros convertidos en miembros de la resistencia y a los vencedores, en el sur, de la poco conocida pero decisiva batalla de Juliaipole.

Así, rodamos Pourquoi l’Ukraine («Por qué Ucrania»).

***

Septiembre-diciembre de 2022. Segundo periodo. Y segunda película, Slava Ukraini, que documenta la victoriosa contraofensiva ucraniana.

Izum… Kupiansk… Las trincheras de Lymán… Jersón, en el sur, recuperada sin tener que luchar contra un ejército ruso que no quería presentar batalla…

Ochákiv, desde donde partieron los comandos de la Marina, dispuestos a recuperar la otra orilla del Dniéper y, desde allí, los territorios que se habían perdido en Crimea…

Tengo recuerdos terribles de ese período. Estampas de horror y miseria. Hombres que no saben qué han ganado, porque lo han perdido todo. Niños que han envejecido de la noche a la mañana. Una mujer de Kyiv que sobrevive en un piso donde lo único que queda es un cuarto de baño que no cae el vacío porque lo sujeta un último cable.

Pero lo que predomina son las imágenes de grandeza humana, de la fraternidad recuperada, gestos de caballerosidad, de heroísmo.

Y ahí sigo sin albergar dudas: no hay una sola batalla en la que los ucranianos hayan tomado la iniciativa y que hayan perdido. Rusia no tiene posibilidad alguna contra este pueblo que se ha levantado en armas.

***

Junio-septiembre de 2023. Nuestra tercera vez en el frente.

También es cuando rodamos nuestra tercera película, L’Ukraine au cœur («Ucrania en el corazón»), como muestra de apoyo a este pueblo que está reinventando, en el fragor de la batalla, el espíritu de resistencia y libertad que constituye lo mejor que tiene Europa.

Ahí es cuando, por primera vez, tengo dudas. No sobre el valor de los soldados ni sobre la determinación de ese hombre de hierro en el que se ha convertido Zelenski ­­­(y al que vuelvo a ver en la capital).

Ni siquiera sobre la segunda contraofensiva, que no fue un fracaso como tal, porque los ucranianos, en realidad, no perdieron terreno y sí que recuperaron el control del mar Negro.

Pero, ay, la «posición Macron», donde filmé lanzacohetes sin obuses…

Ay, esas noches marchando en silencio con armas improvisadas…

Ay, las unidades móviles de defensa antiaérea mientras diez baterías antimisiles Patriot vigilaban las ciudades…

Ay, esos combatientes exhaustos, sin relevo, sin que haya rotación, las unidades diezmadas y los supervivientes, que no pierden la valentía, pero son como muertos vivientes…

¿Así ayudamos a estos hombres?

***

Porque esa es la realidad que tenemos. En los albores de este tercer año de guerra total, los ucranianos siguen peleando. Bien al contrario de lo que leo en todas partes, no han perdido la moral, ni en sentido anímico ni ético. Tienen una lucha justa y razones para librarla.

En cambio, en el estado de desmoralización de los prisioneros rusos, a quienes también he rodado, veo todo lo contrario. Son pobres desgraciados, zombis cuyos superiores han vendido a empresas mercenarias. Son hombres que prefieren que los capturen a seguir luchando en una guerra que, para ellos, no tiene sentido.

Lo que falta no es moral, son armas. Apoyo. Pero no como la soga que sostiene al ahorcado. No vale un apoyo con cuentagotas.

Da la impresión de que un genio astuto está midiendo la cantidad exacta de armas, proyectiles y municiones que permitirán resistir, no ganar. Todas las armas, todas, ahora mismo, que ayudarían a Ucrania (de eso sigo convencido) a vencer sin más dilación.

***

En estos momentos, todo se reduce a una de dos opciones.

Podemos abordar este tercer año de guerra con el mismo talante que se ha mostrado desde el principio: cautela; prudencia; promesas inteligentes pero incumplidas; a los que se suman los malos tiempos que vienen con Trump y los populistas europeos camino del poder; y, entonces, tras una lenta debacle, tendremos una victoria por desgaste de Putin y una Rusia envalentonada que no se contentará con Ucrania.

O podemos entender, como dice Nicolas Tenzer en un libro que deberían leer todos los expertos en derrotismo, que esta guerra es «nuestra guerra».

Ucrania no es Ucrania y ya está, sino la primera línea de un frente cuya segunda línea son los países bálticos y Polonia.

También, que las entregas de armas no son regalos, ni siquiera dolorosas concesiones para la defensa de «nuestros valores», sino movimientos de arsenales que trasladan nuestros medios de defensa de lugares donde están cogiendo polvo a los campos de batalla donde está todo en juego.

Ahí es cuando volverá la paz porque, de Teherán a Pekín y de Pionyang a Ankara, los belicistas comprenderán que Occidente no se resigna a arriar su bandera.