TONIA ETXARRI-EL CORREO
Y Pedro Sánchez rectificó. No por convencimiento, sino por necesidad. Volvió a protagonizar un giro de guion para desdecirse de lo que había contado en la entrevista del lunes en TVE. Se había mantenido en no enviar armas directamente a la sitiada Ucrania. Pero se estaba quedando en el furgón de cola de la Unión Europea.
Y ayer anunció su giro copernicano en el Congreso oficializando el envío de material ofensivo a los atacados por Putin. Condicionado seguramente por el vibrante discurso de Josep Borrell en el Parlamento Europeo, en donde emplazó, alto, claro y en castellano, a quienes pretenden ponerse de lado ante esta barbarie del siglo XXI. El presidente de Ucrania viene pidiendo apoyo bélico desesperadamente desde hace unas semanas. Con su tenacidad y arrojo, ha logrado que la Unión Europea reaccione con una contestación sin precedentes. El domingo, la embajada de Ucrania enviaba a La Moncloa un SOS desesperado pidiendo material bélico. Y Sánchez ayer solemnizó su viraje con unos días de desfase en relación a la comunidad internacional.
La oposición se mostró con sentido de Estado. Desde el PP que le ofreció su apoyo, pasando por Ciudadanos o los independentistas conscientes de que no basta con un ‘No a la guerra’. El PNV, una vez visto el toro, aplaudió el cambio de Sánchez diciendo la obviedad que otros partidos habían señalado desde hace días: que con vendas y hospitales sólo no se repele una agresión.
Pero el verdadero problema que tuvo Sánchez en el Congreso no fue con Vox que pidió su dimisión, sí, pero se desmarcó de Putin y no se opuso a sus medidas. El impedimento se lo pusieron sus socios. Un día antes, Bildu, Podemos e IU se habían opuesto en el Parlamento Europeo a ampliar sanciones a Rusia y a conceder a Ucrania el estatuto como país candidato a pertenecer a la UE. La pertenencia a Europa, la razón principal por la que Putin quiere eliminarlos de la faz de la tierra.
Y ayer en el Congreso Podemos criticó a Putin pero sin apoyar el envío de armas en Ucrania. Pedro Sánchez pedía la unidad porque en realidad necesitaba una aclamación. En Francia, desde que Macron se ha puesto al frente de la crisis, ha ganado cinco puntos en intención de voto. Pero no es su caso. Sánchez no logró la unanimidad. Sus ministros socios no le aplaudieron. Belarra cogió una rabieta mientras Yolanda Díaz hizo uso de su guerra personal para secundar a Sánchez. Y Echenique queriendo alinear a Abascal con Putin en un intento patético de desviar el foco de sus contradicciones que dejan al aire una fractura en Podemos.
El presidente del Gobierno quitaba hierro a las discrepancias. Pero él sabe que no es una cuestión de matiz. No es una discrepancia cualquiera. Se trata de la defensa de Europa, de su seguridad. España será país anfitrión de la próxima reunión de la OTAN. Y el Gobierno tiene en La Moncloa a ministros antiatlantistas. Una de las razones de los desplantes de Biden. Y la incomprensión de muchos mandatarios de los países vecinos. Seguimos siendo la excepción de Europa.