DANIEL REBOREDO-EL CORREO

  • La disolución de la URSS se acompañó de la promesa de no extender la OTAN hacia el Este. Su incumplimiento da alas a Putin

Ucrania, el país de la orquestada ‘revolución naranja’, vuelve a estar de plena actualidad por unos supuestos informes de la Inteligencia estadounidense que indican que las tropas rusas estacionadas en la frontera invadirán el país eslavo en enero próximo. La eterna amenaza rusa vuelve a ser actualidad. No sabemos si esto ocurrirá, pero lo que sí conocemos es que, cada cierto tiempo, los países de la antigua órbita soviética adquieren protagonismo en las cabeceras de los principales medios de comunicación occidentales. Ha ocurrido con Ucrania en varias ocasiones y en estos momentos todos podemos visualizar el conglomerado militar que Rusia ha desplegado a pocos kilómetros de la frontera entre ambos países.

La siempre difícil relación entre EE UU, la OTAN, la UE y Rusia se ha deteriorado y las tensiones se han reavivado hasta el punto de que, entre amenazas de intervención y de sanciones, la OSCE ha abogado por rebajar la tirantez y el nerviosismo y así evitar el riesgo de enfrentamiento militar aplicando los Acuerdos de Minsk (11 de febrero de 2015).

No deja de ser cuanto menos curioso que se aluda a unos acuerdos cuyos compromisos no han sido cumplidos y que se obvie señalar que los habitantes del Donbass (cerca del 100% de rusoparlantes) se rebelaron, aunque no fueron los únicos, contra el golpe de Estado, apoyado por Occidente, que derribó el Gobierno de Viktor Yanukóvich y que consolidó el proceso del Euromaidan, ofreciendo el país en bandeja al nacionalismo más agresivo.

Y tampoco está de más recordar que la ex secretaria de Estado para Europa, Victoria Nuland, reconoció que EE UU había invertido más de 5.000 millones de dólares (4.430 millones de euros), entre 1991 y 2013, para impedir que se estrechasen las relaciones entre Rusia y Ucrania. A pesar de ello, nacieron las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk para oponerse al control, sometimiento y opresión de las autoridades de Kiev que consideraban a sus ciudadanos de segunda clase.

Después de Minsk y sus acuerdos (sacralizados en la Resolución nº 2202 de 17 de febrero de 2015 del Consejo de Seguridad de la ONU), el conflicto se enfrió mientras las autoridades ucranianas incumplían e incumplen lo acordado. Así lo hizo Poroshenko y así lo hace Zelenski, a la par que han fortalecido su ejército bajo el amparo y la influencia de la OTAN.

De esto no se dice nada. Tampoco del traslado de tropas, artillería y vehículos blindados en estos días a la zona del Donbass, violando una vez más los famosos acuerdos a los que alude constantemente el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken. Y mucho menos de la insistencia de Zelensky en formar parte de la OTAN para enfrentarse a Putin en un polvorín que una sola chispa puede hacer estallar.

Las manifestaciones anteriores no pretenden santificar al ‘zar’ ruso, Vladímir Putin, ya que su responsabilidad en los acontecimientos es evidente. Claro que defiende sus intereses y actúa según su conveniencia, claro que interfiere en terceros países sin pudor alguno y claro que entiende sus relaciones con EE UU y Europa como un juego geopolítico que aspira a reconstruir el espacio de la antigua URSS. Pero no por ello se convierte en el único responsable de todos los conflictos que padece el planeta. En un mes en el que hace 30 años, el día 9, se firmó el Acuerdo de disolución de la URSS, por los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, y en el que hace 80 años se inició la Batalla de Moscú (5 de diciembre), la que cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial y no el desembarco de Normandía de 1944, Putin vuelve a encarnar el mal absoluto.

Y quizás no esté de más recordar que la citada disolución de la URSS fue acompañada de la promesa de que la OTAN no se extendería hacia el Este, algo incumplido (en 2004 se incorporaron a la misma Estonia, Letonia y Lituania) y que da argumentos al líder ruso para sentirse engañado y agredido, junto con el despliegue de misiles balísticos en países como Polonia o la archiconocida base militar de Camp Bondsteel en Kosovo. Putin no aceptará nunca esta línea roja e insiste en llegar a acuerdos que impidan esta expansión militar, aunque Biden haya manifestado recientemente que para él no existen dichas líneas. Qué diría, y haría, éste, si en sus países vecinos ocurriera lo mismo y se cercase a EE UU.

La crisis ucraniana llega en un momento en el que la relación de Occidente y Rusia está en uno de sus peores momentos tras años de acusaciones, sanciones y provocaciones. La exclusión en la lista de 110 países invitados a la Cumbre de la Democracia de Washington (9 y 10 de diciembre) de Rusia, China, Hungría y otros países y el reciente decreto ruso para acelerar la integración económica y política de las regiones separatistas ucranianas enrocan a ambas partes y perpetúan la disputa.