Nacho Alarcón-El Confidencial
- Mientras, el país sigue bajo el intenso bombardeo ruso y la resistencia ucraniana mantiene el control de las grandes ciudades dos semanas después de que comenzara la invasión
Ucrania recibió el jueves un baño de realidad diplomática tras el rechazo de los Veintisiete a su petición de iniciar un proceso de adhesión exprés a la Unión Europea, con el que esperaba un guiño político europeo que atemperara el furor bélico de Vladímir Putin. Tampoco le ha ido bien en la mesa de negociación, donde Moscú dejó claro que no declarará un alto el fuego para establecer corredores humanitarios o para negociar el fin de las hostilidades. Mientras, el país sigue bajo el intenso bombardeo ruso para abatir la resistencia ucraniana, que a dos semanas del arranque de la invasión mantiene todavía el control de las grandes ciudades del país. Aunque nadie sabe cuánto más podrán aguantar.
El Kremlin está inmerso en una guerra de desgaste contra un enemigo atrincherado en núcleos urbanos. El Ejército ruso ha incrementado la virulencia del fuego aéreo, de artillería y mortero, como muestra el bombardeo del hospital maternidad de Mariúpol —en el que murieron tres personas, una de ellas un menor—. Esta ciudad portuaria en el sur del país se ha convertido en un objetivo estratégico para los invasores, que necesitan asegurar el control de un corredor terrestre entre la península de Crimea (anexionada por Moscú ilegalmente en 2014) y los territorios prorrusos del Donbás para liberar a sus fuerzas en la retaguardia.
La urbe, de unos 400.000 habitantes, lleva siendo atacada sin descanso por aire, mar y tierra desde el primer día de la invasión, con un saldo de 1.200 muertos, según las autoridades locales. Naciones Unidas ha verificado hasta la fecha 500 víctimas civiles en la guerra, aunque apunta a que pueden ser muchas más. «La gente ha comenzado a pelearse por la comida [en Mariúpol]», dijo Sasha Volkov, del Comité Internacional de la Cruz Roja, en declaraciones enviadas a periodistas. «Algunos rompieron coches ajenos para quitarles la gasolina», agregó el trabajador humanitario, quien describió una creciente crisis humanitaria, con gente enferma por el frío, sin medicinas, falta de agua, electricidad y calefacción.
El cerco también se estrecha sobre ciudades como Chernihiv —cerca de la frontera bielorrusa— y Kiev. El lento y penoso avance de los rusos hacia la capital estuvo el jueves jalonado de pequeños éxitos, como la toma de Bucha, un pequeño pueblo a las afueras de la capital, y la entrada en los suburbios de Brovary, donde se han reportado intensos combates ante el avance de una columna de blindados. Sin embargo, el poderoso convoy que acecha en el noroeste de la ciudad sigue paralizado desde hace una semana.
Europa entorna la puerta (pero no la cierra)
Mientras las bombas siguen cayendo sobre Ucrania, los líderes europeos iniciaron el jueves en Versalles, Francia, una cumbre informal para recalibrar su respuesta a Putin. El presidente ruso no se ha inmutado ante la histórica andanada de sanciones lanzada por Occidente contra el país y sus dirigentes, desde la congelación de 600.000 millones de euros del banco central al cierre del espacio aéreo a las aerolíneas rusas, y el goteo de multinacionales que están abandonando el país. El jueves, Goldman Sachs, JP Morgan, Disney y Burger King se sumaron a la diáspora empresarial que detiene o limita lazos con la economía rusa.
Todos los ojos estaban puestos en la petición de adhesión de Ucrania, solicitada formalmente el pasado 28 de febrero por el presidente Volodímir Zelenski. La expectativa estaba justificada porque el texto llegaba sin pactar. Se trataba de una discusión netamente política, que no pertenece al dominio de los técnicos, embajadores y diplomáticos, que afinan los detalles. Es el terreno de los líderes. Y en este punto se encuentran divididos sobre qué hacer con esa petición. Las diferencias son de fondo y van más allá del caso concreto de Ucrania.
La discusión de si Kiev debe entrar en la UE de manera exprés estaba ya fuera de la mesa precisamente porque no existe la unidad suficiente. Polonia, por ejemplo, ve la adhesión como una herramienta estabilizadora, y otros Estados miembros, entre los que se encuentra España, ven la entrada de un nuevo miembro como un paso fundamental y decisivo, casi traumático. De lo que se habla es de si el guiño político que se quiere enviar a Ucrania es otorgarle el estatus de candidato, como ha solicitado Zelenski, o si hay otras opciones, como profundizar el acuerdo de asociación que ya tiene con Ucrania.
“Todos los países de la parte occidental de Europa con los que hablo dicen que no debería haber un procedimiento de vía rápida o un proceso de adhesión acelerado”, explicó Mark Rutte, primer ministro holandés, uno de los menos proclives a acelerar este proceso. “¿Podemos abrir un proceso de adhesión a un país en guerra? No lo creo. ¿Podemos cerrar la puerta y decir ‘jamás’? Sería injusto”, confirmó por su parte el presidente francés, Emmanuel Macron.
Otro de los asuntos fundamentales de la cumbre, que concluye este el viernes, es la cuestión energética. Un debate espinoso con muchas aristas. Hay una derivada ofensiva y otra defensiva. La Unión quiere trabajar en lograr la independencia energética de Moscú porque el riesgo de que el Kremlin corte el suministro es real y también porque haciéndolo lanza un auténtico torpedo contra el pilar central de la economía rusa. La Comisión Europea ha presentado planes con los que cree que podría llegar a reducir en un 65% las importaciones de gas ruso ya en 2022, y planea dar pasos para sustituirlo por completo antes de que termine la década.
En el plano defensivo está la discusión sobre cómo proteger a empresas y consumidores europeos de las subidas de los precios del gas que amenazan la recuperación económica poscovid. La Comisión ya dio muchas pistas esta semana, abriendo la puerta a poner límites a la factura de la luz y establecer impuestos sobre los beneficios extraordinarios de las eléctricas, dos ideas defendidas por España desde septiembre sin demasiado éxito hasta ahora. En el comunicado final, los líderes invitarán al Ejecutivo comunitario a trabajar un plan con más detalle para que sea abordado en el Consejo Europeo regular de finales de marzo.
Fiasco en Turquía
Ucrania recibió este jarro de agua fría diplomático después de sumar otra decepción —la cuarta— en la mesa de negociaciones, que contó por primera vez con altos funcionarios de ambos gobiernos. En una reunión de 90 minutos en la ciudad turca de Antalya, los ministros de Exteriores ucraniano, Dmytro Kuleba, y ruso, Sergei Lavrov, permanecieron apegados a sus posturas. Moscú volvió a negarse en redondo a aceptar un alto el fuego temporal y el establecimiento de corredores humanitarios para Mariúpol, mientras Kiev insiste en que para negociar cuestiones fundamentales, primero debe cesar la agresión.
«Queremos que Ucrania sea neutral, el presidente Putin lo ha repetido en muchas ocasiones», insistió Lavrov tras el encuentro. «Estamos dispuestos a hablar sobre garantías de seguridad para el Estado ucraniano, junto con la seguridad para los Estados europeos y, por supuesto, la seguridad de Rusia», agregó el ministro, quien volvió a insistir en que Kiev es un arma que usa Occidente para atacar a Moscú.
Pese a que el Kremlin había dado sutiles indicios de una relajación de su retórica —por ejemplo, suavizó sus términos sobre derrocar a Zelenski—, sigue insistiendo en su narrativa, incluyendo el reclamo territorial de regiones ucranianas. «Nosotros no atacamos Ucrania —siguió Lavrov—, le hemos vuelto a explicar a Ucrania que una situación surgió que suponía una amenaza directa para Rusia. A pesar de que hemos hablado de esto durante muchos años (…) nadie escuchó nuestras peticiones».
Kuleba, por su parte, aseguró que llevaron una propuesta concreta para debatir sobre la eventual neutralidad del país, supervisada por potencias occidentales, algo que su contraparte no parecía dispuesta a discutir. También denunció que Moscú continúa violando los corredores seguros pactados, lo que impide sacar a los civiles de las ciudades sitiadas hacia zonas más seguras del país, del que ya han salido más de dos millones de habitantes —el mayor éxodo humanitario en Europa desde la Segunda Guerra Mundial—.
“La lista de exigencias de Rusia (…) no es una posición negociadora, es un ultimátum”, respondió Kuleba. “No nos rendiremos”, insistió.