Bernard-Henri Lévy-El Español
  • El ejército ucraniano acaba de demostrar que domina las tecnologías más avanzadas y que sobresale tanto en la guerra fantasmal como en las trincheras.

La operación ucraniana del pasado domingo, el ataque coordinado (hasta Siberia) contra cuatro aeropuertos rusos y la neutralización de cuarenta y uno de los aviones estratégicos que allí estaban estacionados, es una hazaña sin precedentes, cuyas consecuencias aún no alcanzamos a medir.

Primero, la proeza.

Cientos de drones introducidos clandestinamente, durante más de año y medio, en lo más profundo de Rusia, a miles de kilómetros de sus bases.

Cargados en camiones civiles cuyos remolques tenían dobles fondos, donde los drones estaban ocultos en cajas móviles.

El techo de estas cajas, controlado a distancia por operadores que permanecían en territorio ucraniano, pero conectados a la red telefónica rusa, se abría a la hora señalada y dejaba despegar enjambres de pequeños aeronaves.

Y sus cuarenta y un objetivos, todos cuidadosamente estudiados por la inteligencia ucraniana, explotaban al mismo tiempo, sin causar víctimas civiles.

Parece una película de ciencia ficción. O un guion de James Bond. Pero no. Es el equivalente ucraniano del ataque con buscapersonas que permitió a Israel, en septiembre de 2024, neutralizar a Hezbolá. Y es una de esas operaciones de audacia e ingenio sin igual que hacen historia militar y que se enseñarán durante mucho tiempo en las academias de guerra.

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Luego, el revés para Rusia.

En realidad, no es el primero.

Al comienzo de la guerra, el crucero Moskva, buque insignia de su flota, fue hundido frente a Odesa por dos misiles de fabricación ucraniana.

Después, el doble ataque al puente de Kerch, orgullo de Putin, joya de su corona de cartón piedra y símbolo de la continuidad que creía instaurar entre Crimea y Rusia.

Luego, en 2024, el resto de su flota en el mar Negro fue aniquilado en parte y obligado, en la otra, a replegarse vergonzosamente a Novorossisk o al mar de Azov.

También en 2024, la ofensiva sorpresa del comandante en jefe Syrskyi, en la región de Kursk, en Rusia.

Y esto no es más que la última de esas acciones que deberíamos saber ya que Ucrania domina con maestría.

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Freud hablaba de las tres humillaciones infligidas al hombre occidental por CopérnicoDarwin y él mismo. Zelenski, si estuviera de humor para reír, podría hablar de las cinco humillaciones que ha infligido a esa enemiga de Occidente que es la Federación Rusa: esa gente son fanfarrones, tigres de papel.

Eso es lo que dice el último de estos ultrajes cometidos por la Ucrania combatiente contra un Goliat cuyo territorio es, sin embargo, treinta veces más grande que el suyo.

Esta operación es otra prueba de que el ejército de Ucrania se ha convertido, en medio del sufrimiento, en el más audaz, el más brillante y el mejor de Europa.

Yo lo sabía, en parte.

Filmaba a sus geeks, escondidos en cabañas en el bosque, improvisando sus primeros drones caseros.

Después, para otra película, a los batallones de dronistas de Lyman, cerrando el cielo en lugar de sus aliados temerosos.

Y este invierno, en Pokrovsk, en salas de mando de alta tecnología donde se libraban batallas a distancia, revolucionando la teoría clausewitziana de la guerra “de contacto”, concebida como un “duelo” y una “dialéctica de voluntades opuestas”.

Incluso oí al presidente Zelenski anunciar que sus ingenieros estaban desarrollando una nueva generación de drones capaces de golpear a Rusia hasta el Ártico.

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Hoy, el rey está desnudo.

Putin aterrorizaba al mundo con su chantaje nuclear.

Pues bien, había un ejército capaz de mostrar la parte de farol en ese chantaje, y lo ha hecho.

“Usted nunca da las gracias”, le decía J. D. Vance a Zelenski en el Despacho Oval. ¿Quién debería dar las gracias?

¿Zelenski a Trump? ¿O nosotros, a una pequeña nación que dejó en tierra a un tercio de los bombarderos que prometían el apocalipsis a Varsovia, Berlín y París?

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La verdad es que esta operación es un paso más hacia la victoria.

He anunciado esa victoria desde el principio.

Formo parte de los pocos que, porque estuvimos sobre el terreno, nunca perdimos la esperanza.

Y, por terrible que pueda ser la inevitable venganza rusa, creo en ella más que nunca.

No sé qué forma tomará esa victoria.

Ni si, en Rusia, cederá primero el frente, la retaguardia o el régimen.

Pero la relación de fuerzas está clara.

De un lado, un alto mando ridiculizado; un arma suprema que, a los ojos del mundo, se ve muy disminuida y desprestigiada; una tropa tan desmoralizada que ya sólo combate con la ayuda de mercenarios norcoreanos, chinos, ghaneses, bangladesíes, iraníes.

Del otro, un ejército ciudadano, motivado, que sabe por qué lucha. Un ejército que acaba de demostrar que domina las tecnologías más avanzadas y que sobresale tanto en la guerra fantasmal como en las trincheras.

Ucrania, para citar a Trump, tiene las cartas en la mano. Le corresponde jugarlas y, probablemente no en Estambul, sino más adelante, imponer por fin los términos de una paz duradera y justa.