José María Múgica-Vozpópuli
  • Lo que los españoles retenemos es que estamos ante una coalición destrozada por dentro y por fuera

Mañana se cumple un año de la invasión rusa a Ucrania. En las semanas previas al ataque ruso, en Europa no se esperaba que esa invasión se fuera a producir. Fueron sobre todo los servicios de inteligencia estadounidenses quienes mejor alertaron del riesgo cierto de aquella invasión. Es más, señalaron casi la fecha al anunciar que se produciría una vez finalizados los juegos olímpicos de invierno en Pekín. Y así fue, si aquellos juegos concluyeron el 20 de febrero, el día 24 nos despertamos en todo el mundo con la noticia de la invasión rusa que había comenzado esa misma madrugada.

Se pensó en aquel momento que sería una guerra relámpago, que Rusia ganaría con facilidad y rapidez. Pero ha pasado un año y la guerra prosigue, con un balance desolador: se calculan en más de 200.000 los muertos, por añadidura de un incontable número de heridos, con crímenes contra la humanidad perpetrados por los rusos en forma de matanzas sin fin.

Podemos hacernos una idea de lo que supone la devastación de un país como Ucrania, si tenemos en cuenta sus principales datos: es un país que tiene 600.000 kilómetros cuadrados, superficie un 20% superior a la de España; el número de sus habitantes antes de la guerra era aproximadamente de 43.000.000, un 10% menos que la población española. A ello se añade que unos 8.000.000 de ucranianos han partido al exilio para alejarse de la guerra, fundamentalmente en dirección hacia Alemania y Polonia. Y otros 4.500.000 se han desplazado dentro de las fronteras del país huyendo del fragor de los combates.

Sí, Ucrania se ha convertido en el escenario de una guerra dramática en Europa que con esa magnitud -tras el estallido de Yugoslavia en 1991- no se conocía desde el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945. Una guerra con un responsable máximo, el presidente ruso Vladimir Putin que la comenzó y la prosigue con una motivación guerracivilista, en el empeño de recuperar el viejo imperialismo ruso, al tiempo que el desprecio hacia Occidente, fundamentalmente hacia Europa, aquejada de declive y envejecimiento, en las palabras del autócrata del Kremlin.

Zelenski, en gira casi permanente por las principales cancillerías europeas, no hace sino ratificar la necesidad del ejército ucraniano en recibir armamento por parte de sus aliados occidentales

José Borrell, alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, no se cansa de reiterar que es fundamental que Ucrania gane esa guerra. Que ese país necesita la ayuda armamentista de Occidente, creciente y urgente, en la previsión de que el destino de la guerra se va a jugar esta próxima primavera y verano. A su vez, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, en gira casi permanente por las principales cancillerías europeas y también en el propio Parlamento Europeo, no hace sino ratificar la necesidad del ejército ucraniano en recibir armamento por parte de sus aliados occidentales. En ese sentido, el Presidente Biden ha estado en Kiev esta misma semana.

Se puede decir que los países occidentales y de la OTAN responden a esa petición de solidaridad que realizan las autoridades ucranianas. Es evidente el sentido de que hoy Europa se está definiendo en Ucrania. Que una victoria rusa en esa guerra sería una pésima noticia para todos nosotros.

Sin embargo, aquí en España, las cosas son distintas en la coalición gubernamental, con sus percepciones dislocadas, radicalmente dividida en dos sobre el apoyo militar a Ucrania. El socio Unidas Podemos persiste en tildar al socio PSOE de “partido de la guerra”; intenta que se frene la aportación armamentista por parte de España; insiste en que todo eso es un error, pues supone supeditarse a los intereses norteamericanos y a la OTAN. Tampoco se les oye formular alternativas, repiten, y mucho, lo de un acuerdo diplomático. Pero son incapaces de definir qué significa eso y cómo se frenan los ataques constantes que proceden de Rusia. Ahí, ni palabra.

No es el único caso, ahí están las relaciones con Marruecos, socio estratégico fundamental para España, en que de nuevo el Gobierno aparece dividido en dos mitades

Más todavía: el pasado fin de semana Unidas Podemos celebró en Madrid una conferencia sobre la situación ucraniana, en la que curiosamente no había ¡ni un solo ucraniano!, pero sí representantes de ERC y de Bildu que no pueden faltar a un solo acto donde se ataque a España. Conferencia en la que Ione Belarra solicitó al Gobierno que pidiera disculpas por su actuación en esa guerra.

Es difícil encontrar un campo como la política exterior de un país en el que sea más exigible una acción unitaria entre los socios de una coalición. Esa unidad se convierte en indispensable a la hora de llevar a cabo la política internacional, pues definirá la forma en que seamos vistos desde fuera así como el peso internacional de nuestro propio país. Se trata de conducir una política de Estado, que tiene como requisito imprescindible la unidad gubernamental.

Y es inconcebible que podamos proyectar en Europa una incoherencia mayor, en que una parte del Gobierno está plenamente integrada en la órbita occidental, en tanto que la otra combate permanentemente esa misma órbita. No es el único caso, ahí están las relaciones con Marruecos, socio estratégico fundamental para España, en que de nuevo el Gobierno aparece dividido en dos mitades.

La pregunta inevitable es no ya en qué está de acuerdo una coalición gubernamental que disiente radicalmente en asuntos medulares de política exterior, sino para qué sirve esa propia coalición. Cuando a tamañas discrepancias se suma la indignidad de la ley del “sí es sí”, con cientos de depredadores sexuales con rebajas en sus penas o incluso en libertad; más varapalos judiciales como ha hecho el Tribunal Supremo en cuanto el delito de sedición o el abaratamiento del delito de malversación; o cuando se aprueba la ley Trans con una insana desprotección hacia menores de edad, y con ataque a los principios del feminismo clásico. Lo que está en cuestión es el propio sentido de una coalición abiertamente rota.

Podrá el Sr. presidente del Gobierno, ante cada uno de los aspectos señalados, hacer como que le entra por un oído y le sale por el otro ese sin fin de discrepancias. Parece que lo mismo sucede en cuanto a Unidas Podemos, empeñado en elevar su tono contra el PSOE.

Y podemos seguir y continuar así. Pero lo que los españoles retenemos es que estamos ante una coalición destrozada por dentro y por fuera, que nos hace perder el respeto exterior, al tiempo que dentro de nuestras fronteras somos conscientes de que hay un país dividido y polarizado gravemente. De que, en suma, no vale la pena seguir por una deriva política perversa que a nada bueno conduce.