JESÚS PRIETO MENDAZA , EL CORREO – 02/12/14
· También aquí se incita al odio, se insulta al contrario, se canta para humillar a los visitantes y se ha coreado «ETA, mátalos».
Ha vuelto a ocurrir. Esta vez, un hombre de 43 años ha sido el asesinado. Un esposo y padre, al que suponemos cierta madurez, embarcado en un autobús de energúmenos con tantos antecedentes violentos como los de sus agresores. ¿Alguien, por favor, podría explicarme esta locura?
Desde 1982 nueve personas han muerto como consecuencia de la violencia desplegada por eso que denominamos de forma genérica ultras o hinchas radicales de los equipos de futbol. Aun así, lejos de enmendarnos, seguimos alimentando el monstruo del odio, del racismo y del enfrentamiento con el diferente aludiendo a excusas que tan sólo puedo entender desde el intento por parte de algunos de alimentar el negocio, tanto en términos deportivos como económicos. Realmente, resulta patético asistir a la cadena de reacciones y comentarios posteriores a este hecho.
Para el señor Enrique Cerezo, presidente del Atlético de Madrid, que se ha presentado en la rueda de prensa con su homólogo del Deportivo, lo ocurrido ha sido un «lamentable accidente, ocurrido lejos del estadio y que no es nuestra responsabilidad». El consejero delegado del mismo club, Miguel Ángel Gil Marín, ha afirmado que él no es quién para disolver el Frente Atlético. Quizás sea necesario recordar a estos señores, y a otros tantos repartidos por clubs de toda España, que hace dieciséis años seguidores del Grupo Bastión, del Frente Atlético, apuñalaron y asesinaron al joven Aitor Zabaleta. También sería menester refrescar su memoria al recuperar los hechos acaecidos en octubre de 2003, cuando un grupo de ultras de Riazor Blues asesinó al aficionado Manuel Ríos Suárez en presencia de su novia (pocos años después el presidente Lendoiro les hizo entrega de una placa de agradecimiento del club).
Creo que no hoy valen excusas. Es hora de denunciar la pasividad ante el horror que se vive todos los domingos en cientos de campos de fútbol de este país, algunos de Primera División y otros auténticos patatales, pero unidos todos por permitir a ciertos aficionados hacer del odio y la visceralidad su lema. Los directivos de los distintos clubes son culpables por su pasividad. Porque toleran esas expresiones violentas, cuando no las subvencionan, bajo la excusa de dar color a las gradas (y a sus bolsillos). Los árbitros también deben aceptar su dosis de culpa, puesto que nunca se ha suspendido un partido por la presencia de pancartas o cantos que incitan al odio al contrario. Los jugadores también tienen su responsabilidad; cuántas veces les hemos visto acercarse a grupos violentos para agradecerles su apoyo y ofrecerles el trofeo obtenido, relegando a los verdaderos aficionados, a esos hombres, mujeres y niños que disfrutan en paz de un partido a la injusta categoría de ‘segundones’. Y finalmente la propia sociedad, esa que observa a estos asesinos en potencia como «esos chavales que animan sin descanso a su equipo» y que perdona su comportamiento con excusas de este tipo «es que son jóvenes, ya sabe usted».
No. No ha sido un accidente. Ha sido la consecuencia lógica (lo extraño es que no ocurra todos los fines de semana) de tolerar el odio inoculado en vena a nuestros jóvenes durante décadas en los estadios. Agresividad y violencia alentada por discursos travestidos de política, de ultraizquierda y de ultraderecha, de fascismo y antifascismo (que resulta igual de fascista), de arengas identitarias que llevan a insultar al diferente, de banderas bajo las que disimular nuestra más profunda idiotez. Ciertos políticos, presidentes de clubes, entrenadores, comentaristas deportivos, aficionados, padres solícitos en un campo deportivo escolar y ciudadanos normales, también, que lo justifican con sus comentarios en una tarde de domingo en la taberna.
Todos, repito, todos tenemos algo de responsabilidad en estos luctuosos hechos. Y no sirve esa excusa tan recurrente: ya, eso es cosa de otros equipos… pero en mi club no pasa esto. También aquí, incluso en campos alejados de los oropeles de la Primera División nacional, se incita al odio, se insulta al contrario, se canta para humillar a los visitantes, se ha coreado «ETA, mátalos». Cierto que nuestros jóvenes no han asesinado a otros, es verdad… pero puede ser que no tuvieran necesidad, pues alguien ya se encargaba de hacerlo por ellos.
No miremos para otro lado, la violencia en los estadios, como la violencia contra las mujeres, como la violencia racista, como la violencia terrorista… sólo podrá erradicarse con la oposición activa y mayoritaria de toda la sociedad. Si no hacen pedagogía social quienes pueden y tienen la obligación de hacerla no conseguiremos nada, todo quedará en buenas palabras y mejores intenciones. Y… dentro de unos meses podremos de nuevo encontrarnos con otro ‘lamentable accidente’.
JESÚS PRIETO MENDAZA ANTROPÓLOGO Y PROFESOR, EL CORREO – 02/12/14