Cristian Campos-El Español
Un 11-M cada seis horas. O lo que es lo mismo, cuatro 11-M al día.
Ese es el balance de la epidemia de Covid-19 en España. «Una muerte es una tragedia, pero miles son una estadística», cuentan que dijo Stalin. Y es posible que no lo dijera. O que no lo dijera con esas palabras exactas. Pero la frase aplica en cualquier caso a la España de hoy, tan filosóficamente estalinista.
«Matanza de ETA en Madrid. 200 muertos y 3.000 heridos en cuatro atentados en trenes de cercanías».
«Un atentado terrorista de Al Qaeda en la Plaza de España de Sevilla mata a 200 personas y deja a 1.500 heridas».
«Más de 300 muertos y 2.000 heridos en la mayor masacre terrorista de la historia de España. Una cadena de ataques de Terra Lliure en el centro de Barcelona provoca una matanza sin precedentes en nuestro país».
«Masacre en Valencia. 200 muertos y más de 2.000 heridos tras un atentado de autoría desconocida en el Corte Inglés de Pintor Sorolla«.
Y ahora imaginen esos cuatro titulares el lunes. Y cuatro muy similares el martes. Y otros cuatro el miércoles. Y otros cuatro el jueves. Y otros cuatro el viernes.
Y ahora añadan los siguientes titulares, en el rincón de la portada del diario que aún quede libre, si es que eso es posible:
«La Seguridad Social pierde 833.979 afiliados, el peor dato de su historia«.
«La segunda tanda de test rápidos tampoco funciona: sólo un 50% de sensibilidad«.
«Estamos ya en un estado de excepción de facto».
«Un proveedor denuncia el pelotazo de una empresa catalana con los test».
Los cuatro titulares anteriores corresponden a un sólo día de epidemia, el de ayer jueves. El miércoles hubo otros cuatro titulares. Hoy viernes habrá otros cuatro titulares. Mañana, otros cuatro.
Eso es la actual epidemia de Covid-19 en España.
Y lo que vemos mientras tanto en las televisiones españolas es un estado de alarma que parece diseñado por los publicistas de Estrella Damm.
Lo que vemos es un estado de alarma protagonizado por ciudadanos que pasean al perro por ciudades convertidas en un remanso de bucólica paz.
O por enfermeros que bailan en sus hospitales el Covid-19-Shake frente a una puerta detrás de la cual hay un anciano en cuidados paliativos por falta de respiradores.
O por ciudadanos que aplauden sonrientes desde sus ventanas, henchidos de esperanza en un futuro mejor bajo la guía del Gobierno más social de la historia de la democracia.
O por cuatro cantautores de gasolinera, relamidos como una perdiz con ligas bailando al son de la música de los caballitos, matando el aburrimiento con unos vídeos «regalados» que no sólo no alivian la incertidumbre de los ciudadanos, sino que añaden el insulto de la falta de talento a la injuria del encierro.
O por unos cuantos liberados sindicales de Podemos, en realidad siempre los mismos, que cantan los parabienes de la actuación del Gobierno mientras cargan contra la de Isabel Díaz Ayuso. Una Isabel Díaz Ayuso que es sólo la presidenta de una comunidad autónoma, pero a la que se le exigen las responsabilidades que le corresponden al presidente del Gobierno.
O por la ministra que convocó el 8-M y que ha aprovechado la epidemia para pedir el fin del capitalismo. Una ministra cuya pareja, casualmente vicepresidente tercero del Gobierno, se salta la cuarentena aproximadamente cada 48 horas para exigir a los españoles que no se salten la cuarentena.
No parece que los españoles seamos todavía muy conscientes, en fin, de lo que está ocurriendo en nuestro país. De cuánto abultan 10.000 ataúdes. De la gravedad de que sean precisamente aquellos que han cotizado durante 40 o 50 años a la Seguridad Social los que están viendo cómo se niega su derecho a un miserable respirador.
Lo han logrado. Han conseguido que ese kilómetro emocional que hace que, en circunstancias de normalidad, nos afecte más un muerto en Salamanca que una docena de muertos en Yakarta, haya acabado aplicándose también a nuestros compatriotas. «¿Cuántos muertos hoy? ¿900? Bueno, a ver si mañana bajamos a 850. ¡Eso sí que serían buenas noticias!».
Ni uno solo de los 10.000 muertos de esta pandemia ha merecido ni una milésima parte de la compasión, por no decir de la atención mediática, que despertó el perro Excalibur en 2014. Hay que repetirlo. Un perro. 10.000 muertos.
Cuando una sociedad llora más a un perro sacrificado por la derecha que a 10.000 sacrificados en el altar de la incompetencia de la izquierda es que esa sociedad está ya madura. Para qué, en concreto, lo dejo a su imaginación.