- La encuesta de El Debate ratifica que la política se ha vuelto un partido de fútbol, con un tercio que traga lo que sea con tal de que no gobierne la derecha
La política española está hecha un asco. Y no es hipérbole fachosférica. Es lo que hay. Esta semana, el Gobierno salió con bombo y platillo a presentar un plan orwelliano de «regeneración democrática», que en realidad iba de todo lo contrario: pretenden restringir la democracia controlando a los medios que no son del régimen, porque al divo le ha dado un ataque de ira al ver que han destapado las andanzas de su mujer (y de su hermano).
En la presentación de ese programa, al insufrible Bolaños se le llenó la boca hablando de fomentar la «transparencia». Pues bien, el organismo regulador de la Transparencia acaba de amonestar al Ejecutivo porque se niega en redondo a responder a una pregunta de una ciudadana sobre las andanzas de Begoña Gómez con el Gobierno de Ghana y con su embajada en Madrid (ya ven, nuestra Bego le pega a todo).
A la misma hora, Santos Cerdán, fontanero en jefe de Ferraz, sale pitando a Suiza a pedirle piedad a un prófugo, Puigdemont, al que Sánchez, Marlaska y Margarita dejaron pasearse por Barcelona sin trincarlo. Por supuesto la negociación será a oscuras. Se le dará lo que haga falta y los españoles no seremos informados de las nuevas concesiones de Sánchez a un manifiesto e inestable enemigo de España.
Y no quiero aburrir, pero hay más, principalmente un Gobierno que en realidad no hace nada, que se limita a fingir que hace y se ve incapaz de aprobar los presupuestos (salvo que Cerdán le prometa a escondidas a Puchi algún tipo de consulta, si es que no lo ha hecho ya). Acabamos esta acuarela rápida recordando que tenemos al frente del CIS a un golfo salido de la Ejecutiva del PSOE, que utiliza unas encuestas que pagamos todos de nuestro bolsillo para manipularlas sistemáticamente al servicio de su jefe (en la última, se pasa directamente al campo del delirio y otorga a Sánchez cuatro puntos de ventaja).
En medio de un cuadro tan cutre, El Debate publica hoy su encuesta de Target Point, que suelen acertar bastante. ¿Y con qué nos encontramos? Lo primero, por supuesto, con que Tezanos miente, pues es exactamente al revés: el PP saca cuatro puntos al PSOE. Lo segundo es que… ¡Sánchez sube!, un poco, pero sube, ganando unos seis diputados hasta situarse en unos 127-128. Se beneficia de que aglutina el voto de la izquierda tras el desplome absoluto de Sumar, puesto que los chavistas-pop Yolanda y Urtasun pierden 20 escaños y se quedan en el chasis, con diez.
¿Y qué pasa por estribor? Para el PP, la nave va. Feijóo, al que parte del público diestro reprocha que carece de pegada, lo cierto es que gana 13 escaños respecto a las generales del año pasado y ya está en 151-153 (es decir, obtendría unos 62 diputados más de los que logró Casado en su último intento, en noviembre de 2019).
Vox empieza a sudar un poquito, pues sigue bajando. Pasa de 33 a unos 23-25, en parte porque el voto friki-cabreado a Alvise le resta entre dos y cuatro escaños. Pero su problema no está solo ahí, es más hondo, porque el partido de Abascal tenía 52 escaños en 2019 y ahora estaría en la mitad. Tal vez les toque meditar sobre si la política de dar más bofetadas al PP que a Sánchez es lo que quiere el público de derechas, si fue positivo perder a algunas personas de peso y templanza, tipo Espinosa, y si el futuro de la derecha conservadora realista pasa por Roma o por Budapest. Aún así, Vox seguirá jugando un papel clave, pues sin ellos no habrá Moncloa. Su contrapeso le vendrá bien a un PP genovés que cuando no lo espolean los abascalianos tiende a comprar, con penoso complejo de inferioridad, el marco mental de la izquierda, en especial en cuestiones culturales y morales.
El titular grande de la encuesta es que PP y Vox podrán desalojar a Sánchez, aunque por poco. Pero lo asombroso del sondeo está en ese 30,3 % de votantes que con todos los destrozos de Sánchez, con su cupo catalán y su amnistía, sus trolas en serie, las gamberradas de su mujer, su hermano y su examigo Ábalos, el plan contra la democracia, su negativa a reconocer al ganador de Venezuela, su nula gestión práctica, porque en realidad no hace nada… al final le siguen votando, y lo harán siempre. ¿Por qué?
Pues porque el presidente más divisivo que hemos tenido ha entendido que tenía que encabronar al máximo las discrepancias ideológicas, levantar muros, exacerbar los odios, fomentar el miedo a la derecha a golpe de propaganda e histeria alarmista…y lo ha logrado. Para un tercio de la población vale todo con tal de que no gobiernen «la derecha y la ultraderecha», como les repite la coletilla que del régimen. Y eso no va a cambiar. Y menos mientras casi todas las televisiones remen para la izquierda, incluida alguna que no lo parece.