Ignacio Marco-Gardoqui-EL CORREO
Bajo la presidencia de la vicepresidenta Teresa Ribera, la Unión Europea ha alcanzado un acuerdo dirigido a estabilizar los precios de la electricidad. Un asunto capital para la industria y para el conjunto de la economía que echamos muy en falta cuando hace un par de años la guerra de Ucrania hizo estallar los mercados. Conseguir un acuerdo en la UE siempre es un hito meritorio. Es muy difícil aunar a tantos países -27 es una cifra excesiva para cualquier tema-, máxime cuando tienen sistemas de generación tan diversos y ello conlleva intereses concretos tan dispares.
Pero no estoy seguro de que la señora Ribera este satisfecha en su fuero interno. Lo digo, porque para lograr tan meritorio acuerdo ha tenido que arrinconar sus principios y saltar por encima de sus objetivos iniciales. El acuerdo, como suele suceder habitualmente es fruto de un compromiso entre Francia -que exigía poner a buen recaudo sus plantas nucleares y dotarlas de un sistema que garantizase su rentabilidad en el muy largo plazo, que es en el que se debate la industria-, y Alemania, que sigue anonadada por la ‘metedura de pata’ de su dependencia del gas y de Rusia y que ha tenido que resucitar sus minas y plantas de carbón. La solución gira alrededor de los acuerdos por diferencias en los que el generador pacta con el Estado para suministrar energía en un plazo dilatado en el tiempo, hasta 15 años, durante el cual se compromete a mantener sus precios dentro de una horquilla, lo que favorece a los consumidores que ven despejado el horizonte de sus costes energéticos. Lo malo es que, luego, la realidad de los mercados internacionales va por su cuenta, sin sentirse condicionado por esa horquillas.
Así que, si los precios del mercado descienden por debajo de su límite inferior, los productores reciben una compensación (¿subsidio? del Estado) y si superan el máximo, éste puede retirar ese exceso y dedicarlo a ayudar a los consumidores. También se mejora el tratamiento de la garantía de potencia, lo que da a Alemania una cierta compensación a sus titubeos y a su generación eléctrica de origen fósil.
Total, que se ha alcanzado un compromiso, eso es bueno, pero sobre bases muy distantes de los objetivos iniciales españoles, que suponen un espaldarazo a la energía nuclear -de la que hemos renegado- y un alivio al carbón, que nosotros hemos postergado. Así de dura es la Unión Europea.