Editorial-El Español

La noticia de que Edmundo González, el ganador de las elecciones presidenciales venezolanas del pasado 28 de julio, ha aterrizado en España, donde recibirá asilo político, ha sido interpretada de formas radicalmente distintas por los partidos del arco político español, por la dictadura venezolana y por la oposición al chavismo.

La concesión de asilo político a Edmundo González es un alivio humanitario, pero también un fracaso democrático.

La acogida de un político de setenta y cinco años que se vio catapultado al puesto de líder de la oposición por las artimañas de la dictadura chavista y la represión del resto de candidatos, y a la cabeza de ellos María Corina Machado, es una obligación desde el punto de vista humanitario y un alivio personal para él y su familia.

Pero es innegable que su marcha de Venezuela, tras un pacto entre la dictadura y el Gobierno español muy probablemente gestionado por Zapatero, tal y como ha insinuado Albares, supone un golpe muy duro a las esperanzas de millones de venezolanos demócratas y daña seriamente la posibilidad de que Maduro abandone el poder.

La salida de Edmundo González deja a María Corina Machado como única líder visible de la oposición. El foco de la dictadura se centrará ahora por completo en ella, y Maduro podrá esgrimir el argumento de que Edmundo González ha reconocido la autoridad del gobierno «legítimo» y «reconocido» su derrota en las elecciones.

Su huida de Venezuela es por tanto comprensible desde un punto de vista personal, pero tendrá consecuencias políticas de una gravedad extrema.

El Gobierno español ha dado asilo a Edmundo y ha intentado presentar ese gesto humanitario, por otro lado tan conveniente para la dictadura, como prueba de su compromiso con la democracia.

Pero la realidad es más compleja. El Gobierno español sigue sin reconocer la victoria de la oposición en las elecciones del pasado julio, y también sigue sin condenar el robo de esos comicios por parte del chavismo. Encastillarse en la petición de las actas no es más que una manera de dejar transcurrir el tiempo hasta que el asunto desaparezca de las portadas de los diarios y Maduro se asiente definitivamente en el poder.

Si es cierto por otro lado que Zapatero ha mediado con el chavismo para que este se «desembarace» de Edmundo González, es decir, si es cierto que el expresidente español continúa teniendo influencia en el régimen socialista venezolano, ¿por qué no trabaja entonces para denunciar el robo de las elecciones y exige la renuncia de Maduro?

La salida de Edmundo González es, una vez más, prueba del fracaso de las democracias, inermes frente a dictadores como Nicolás Maduro o Vladímir Putin. Mientras no dispongamos de herramientas tanto jurídicas como políticas para desalojar a los dictadores del poder, casos como el de Edmundo González seguirán siendo habituales.