Metidos en un bucle electoral y ante la evidencia de que estamos a cuchilladas, el futuro -que es presente- nos convierte en guerreros. El que baje el pistón corre el riesgo de quedarse fuera y en ridículo. El Poder tiene tanto miedo a perderlo y es tan frágil su Gobierno que reacciona como un poseso, sin máscaras ni afeites, a las bravas. Ni la amnistía, ni las insólitas concesiones, han servido para otra cosa que enseñorear sus ambiciones a la espera de que se les siga necesitando, digan lo que digan y hagan lo que hagan; la aritmética parlamentaria no da para hacer trucos con las sumas y las restas. De presuntos estrategas del futuro se han convertido en prestidigitadores del presente. Un circo estomagante.
Si tenemos la peor clase política de la democracia, en opinión del número dos de los líderes del país, habrá que darlo por bueno porque tiene un conocimiento más exacto del gremio que cualquiera de nosotros. Sólo nos queda como consuelo preguntarnos por qué se ha ido dando esta selección a la baja de nuestro personal político. Incluirá, imagino, desde los padres putativos de la patria con asiento parlamentario hasta las áreas inescrutables de las autonomías. Los sistemas se deterioran de tanto usarlos, y más si lo hacen de manera aviesa, es decir, mal. Abandonemos la simpleza de sobrevalorar la ambición, porque sin ambición hablaríamos de otra cosa. Es un acicate fundamental por más que los barnices de humildad sean imprescindibles para que los adictos, además de poco despiertos, se crean benéficos servidores del ideal.
Sucede con la amnistía. En lo que va de una semana a otra he comprobado no sin perplejidad que gentes que se jactan de veteranía y buen juicio han pasado de algo contrario a sus principios -eran y son profesores y juristas- tanto personales como constitucionales, a admitir el borrado de todos los delitos como fórmula para seguir donde están. Vivo en Barcelona y de pronto con estos argumentos tan falazmente ponderados he tenido la misma sensación que en la era dinástica de Jordi Pujol. En el fondo se trata de gentes asentadas en los aledaños del Poder, la Universidad por ejemplo, y pueden pasar de aquel Honorable President, un padrino, a Pedro Sánchez, otro. Lo que da ventaja a la inteligencia vicaria, por más mediocre que sea, es su capacidad para argumentar. No olviden que venimos de una tradición escolástica y que en Salamanca se estilaba que un examinando tuviera que improvisar sobre un tema de fuste, primero a favor y luego en contra.
Gracias al portavoz honorario de Pedro Sánchez, Carlos (Elordi) Cue, sabemos que el Presidente tiene “una agenda internacional potente” en las próximas semanas, igual que la tuvo en las pasadas. Más que trabajarse el presente creo que se prepara para el futuro. El camino que abrió Zapatero permite consagrarse a una nueva profesión en el campo de la política internacional, menos abrasiva que la nacional y más gratificante en el terreno del narcisismo; no es lo mismo tratar con líderes del mundo mundial que hacerlo con tipos de menor cuantía salidos del terruño como Otegi o Puigdemont.
Por mucho que se proyecten nuevos No-Do de inserción obligatoria, la política internacional exige potencia y no estamos para eso
La cuestión estriba en la jeta no en la geopolítica. El peso internacional de España, o lo que es lo mismo, España como potencia, es de una modestia incontestable. Baste decir que dependemos de los Fondos Europeos, que anteayer estábamos en cuarentena pendientes de “los hombres de negro” y que veíamos al Presidente acosando a Biden en un pasillo para que le reconociera. Por mucho que se proyecten nuevos No-Do de inserción obligatoria, la política internacional exige potencia y no estamos para eso. Cierto que encandila al personal devoto, sin percibir que estamos ante un remake posmoderna del 98, la guerra de Cuba y la honra y los barcos.
Cada vez que vuelve a España se procura exhibir una supuesta honra, ya que no da para barcos. Caer de Qatar a Cuelgamuros para una foto disfrazado de jefe del equipo forense es algo que supera la extravagancia. Una provocación a los familiares de las víctimas, a la memoria histórica y a la dignidad del cargo. Una puesta en escena con huesos desenterrados de las fosas, numerados y ordenados para la ocasión. Eso no se improvisa, se construye. ¿Qué quiere decir? Para los fieles, que la guerra no ha terminado todavía y que ha llegado el momento de la reparación que él acaudilla como primer Presidente de la Movida. Para el común, que más le hubiera valido invitar a la tenida a Puigdemont, Otegui, Ortúzar y Yolanda Díaz, para que compartieran la machada que afecta a la sensibilidad de una ciudadanía que no cabe en sí de asombro e indignación.
Se puede ser más cínico pero no más golfo. Su cuerpo viaja por el mundo, sin embargo, su espíritu permanece aquí. De otra manera, no se entendería que vísperas del bucle electoral se metiera como Pedro en cacharrería dentro de la siempre orgánica TVE para sacar adelante un programa que melle la crítica que le hace otro. “¡Mi reino por un programa de televisión! ¡Que se pague al precio que sea, que caigan las cabezas que me deben su supervivencia! Me trae al pairo lo que digan, ¡Yo quiero joderle a ese chisgarabís con audiencia!” Alucinante, es la palabra.
La fidelidad es un grado; el supremo para un líder en la cuerda floja. Mientras se mantenga tendrá en la mano el Tribunal de Cuentas, la Fiscalía, la Agencia EFE, el Tribunal Constitucional, las encuestas del CIS donde Tezanos ejerce de alquimista, los diarios y digitales fedatarios, con grandes orejas para escuchar al Mando, los 250 millones de propaganda institucional, el maná de la supervivencia. Esa sí que es la fachosfera del cuento; inmunes a la duda, menos aún a la crítica y dependientes del poder.
Es un viejo procedimiento, el de poner cubrecamas para tapar las verdaderas miserias en que vive el señorito. Se acuerdan cuando el inefable Zapatero se inventó el Encuentro de las Tres Culturas que iba a cambiar el futuro del Mediterráneo. De seguro que alguien aún vivirá de aquello. Seamos humildes y pidamos lo imposible que en este momento se reduce a cómo quitarnos de encima este aire tóxico que exhala el guerrero de plastilina. La arrogancia de un buscavidas capaz de meterle el miedo en el cuerpo a una ciudadanía absorta ante el mal que nos amenaza y que no es él. Siempre son los otros, nosotros.