Un año a la plancha

EL MUNDO 29/12/12
ARCADI ESPADA

Querido J:
¡Qué grandes momentos hemos vivido este año! Comprendo que la felicidad y el optimismo no tengan prestigio intelectual. Comprendo que sean incluso inmorales, como aquel tipo que durante el antifranquismo espetaba: «Tú, que reír es contrarrevolucionario». Lo sé, y pido perdón de antemano. Pero advirtiendo que no tengo más obligación de pedir perdón por la felicidad de la que tienen los infelices por describirnos sus desgracias. ¡También ellos nos molestan mucho!
Para empezar, absolvieron a Francisco Camps, presidente que fue de la Comunidad Valenciana. Lo absolvieron después de 126 portadas de la prensa socialdemócrata y la campaña más vil que se ha hecho jamás en España contra un hombre. No fue la única satisfacción periodística ni sociológica. Le pregunté a unos 40 catalanes por su actitud personal ante la independencia y sólo dos (la filósofa Camps y el banquero Oliu) tuvieron el valor de responder. Por lo demás, hace un par de días se supo que Jacintha Saldanha había tratado de morir dos veces antes de la broma australiana: fue un gran día para el pensamiento racional. Leí cosas extraordinarias. A Kahneman y su Pensar rápido, pensar despacio. A los de Edge: Este libro le hará más inteligente. A Pinker y su Better Angels. Ahora imagina, querido amigo, que la reforma Wert hubiera consistido en meter en los temarios, incluso en el monotema cerebral de la consejera Rigau, las herramientas epistemológicas de estos libros. Y luego su mecanografía y su inglés, donde antaño se daba su poquito de piano y su francés. ¡Adónde iríamos a parar! Leí también este párrafo del blog Little Spain, que este año se abrió de capa: «Casa Pepe, refugio de españolazos. Acodado en la barra, ordeno la comanda: una manzanilla de Sanlúcar y unas aceitunas de Gordales. El camarero, natural de Grazalema, me lo sirve sin pestañear, aunque afea el gesto al ofrecerme para acompañar pan con tomate. No contesto a tal afrenta y cogiendo la copa por la base engallo la postura y con aire jaquetón hago un brindis al sol. Estoy en la España profunda, la de mis entretelas, en mitad de esta ciudad traidora».
Leí HHhH, algo así como si Cercas fuera inteligente. Leí tres o cuatro libros sobre el cielo y crecí: si la Vía Láctea ya me parece puramente provinciana, qué decir de Cataluña. Y es que yo siempre tiro por elevación. Di mítines, por cierto, reviví. Defendí la propiedad, mi propiedad. Escribí también sobre y en la felicidad: «Un lunes de invierno, laborable, tibio, limpio. Acabo de comerme como una bestezuela tendida al sol un grosero bocadillo de lampredotto, bagnato, bagnato. Cuando acabo me miro las uñas y me siento Caravaggio. Luego paseo casi en solitario por la orilla del Arno, y como de costumbre en estas circunstancias pienso mucho en los desgraciados». Una noche de otoño en el Kru, y ya levantándonos, Ever Cubillo nos hizo sentar y sirvió un ceviche de salmonete con toda la mar detrás. Bebí un jerez de carbón del Equipo Navazos donde Dani García. Salí de Aponiente en El Puerto, hecho un intelactual, ojo linotipista: «No hay nada más trash que empezar la comida con la piel de una morena hecha chip. Ésta es la propuesta gastro del año, y un enorme propósito moral para España. Basura y talento».
Estuve en Wannsee: el lago, la villa, la reunión. El lugar convenido del crimen. Y es que hay que ir a los sitios. A pesar de viajar a Florencia y a Berlín la mejor obra de arte la vi en Legazpi: «Fernando Sánchez Castillo compró el Azor y ahora lo exhibe en el Matadero de Madrid, pasado por una plancha de los desguaces. Cuando los atunes, el barco medía 47 metros de eslora y 10 de manga. Ahora es una chapa de 3 x 7 m2. La jíbara operación me parece sensacional, y a la altura de sus precedentes. Lo que ha hecho Sánchez Castillo con el barco es lo que hace la historia con los hechos. Planchar cien años en un párrafo.» Viajé mucho a Madrid este año. Cuando subía a la azotea del Hotel de la Letras venía el señor Manuel Chaves Nogales a verme, y me decía insinuante: «Acabo de llegar a Madrid y esta mañana voy a almorzar con don Luis Montiel. Faltan cuatro meses para que estalle la guerra civil». Me lo sacaba de encima como a una puta.
Durante muchas mañanas estuve escribiendo un libro. Lleva esta frase Liberty Valance en la primera página: «When the legend becomes fact, print the legend». Es una frase que quiere decir, exactamente: «Mi oficio nunca existió.» Fue el gran año de Filmin. Ya había llegado la música. Lo que quiero oír cuando lo quiero oír. Ahora ha llegado el cine. Casi. Lo que quiero ver cuando quiero. Vi Detour. Oh, oh. Vi La piel quemada. Esta película, una obra maestra del cine español, tuvo un colofón. Josep Maria Forn, emparentado con el autor, me escribió una carta avergonzándose de sí mismo y pidiendo perdón por gustarme. La escupí. Durante todo el año, y después de cenar, esperé con extraña paciencia sólo una cosa: que Josh besara a Donna. Por si queda alguien virgen no haré spoiler. Pero después de El libro de la selva ya viene El Ala Oeste de la Casa Blanca.
Tomé cialis. Tiene un gran interés. Pero no deja de ser una cosa parcial. Uno tiene más músculos. Y los otros no responden del mismo modo. El año próximo ha de traernos un cialis generalizado.
Lo último que pasó, por así decirlo, fue un libro del fotógrafo Pomés del año, la ciudad y la gente cuando nací. Para que la estupidez apocalíptica mire por el agujero del culo de donde venimos.
Eso es.
Sigue con salud
A.