ABC 08/03/15
EDITORIAL
· Lo que será la España política del mañana empieza a decidirse ahora: este año electoral, con una sociedad cada vez más exigente, es un test de estrés a la continuidad del bipartidismo
PP y PSOE están obligados a un profundo cambio en su manera de actuar y de interrelacionarse con un electorado cada vez más exigente. Si no lo hacen, la sociedad les pasará por encima
LA campaña andaluza ha inaugurado un año monopolizado por una secuencia de contiendas electorales –autonómicas y locales, catalanas y generales– y en el que España someterá a un auténtico examen de estrés la continuidad del bipartidismo, la gobernabilidad del Estado y la recuperación económica. Otras cuestiones, como el desafío separatista en Cataluña, también marcarán la agenda electoral, pero son aquellas las que van a definir la España futura, no sólo la de los próximos cuatro años, y de las que dependerá cómo abordar otros problemas, entre ellos el secesionismo catalán.
La sensación de que se abre un nuevo ciclo domina el debate entre las formaciones políticas y los ciudadanos. Los dos grandes partidos, PP y PSOE, dan muestras de fatiga y de dificultades para encajar las embestidas de pequeños grupos que, sin ofrecer un discurso de peso, están siendo capaces de actuar como refugio para los votantes disgustados. Entre la encuesta y la urna hay un trecho considerable, pero socialistas y populares no deberían estar tan seguros como otras veces de que, al final, vencerá el voto útil o el voto del miedo. Las cosas han cambiado más de lo que creen. Por esto, el margen de indecisos que reflejan todos los sondeos hace muy difícil pronosticar resultados, más aún cuando, descartadas nuevas mayorías absolutas, las alianzas postelectorales pueden depender de un puñado de escaños.
Lo que está realmente en juego no es el éxito o el fracaso de los grandes partidos, sino las seguridades que ha ido ad
quiriendo la democracia española en estos años. La más inmediata es la recuperación económica, que es un tanto innegable del Gobierno de Mariano Rajoy, aunque no haya llegado aún a la mayoría de ciudadanos golpeados por la crisis. La incógnita de este año electoral es si la decepción de los ciudadanos con los grandes partidos se traducirá o no en una demolición del bipartidismo y, por tanto, en la inauguración de un tiempo de inestabilidad política. La irrupción de nuevas formaciones en el paisaje político ha venido a alterar el «statu quo» de una democracia que hasta ahora se ha caracterizado por la alternancia entre el PSOE y el PP, monopolizadores absolutos del escenario. Desde estas líneas, ABC ha defendido el valor del bipartidismo como instrumento garante de la estabilidad, una seña de identidad de las democracias más asentadas. Frente a quienes legítimamente cuestionan el bipartidismo con el argumento de que supone un dique a la pluralidad, este periódico ha venido sosteniendo que el problema no es una cuestión de número, sino de calidad, de manera que ha urgido a los dos grandes partidos a acometer una profunda tarea de rehabilitación y regeneración en aras de una transformación interna capaz de conectar con la demanda de una sociedad que está reclamando a gritos un cambio profundo en su manera de actuar y de interrelacionarse con un electorado cada vez más exigente. Si no lo hacen, la sociedad les pasará por encima, de manera que PP y PSOE se encuentran ante una encrucijada histórica.
Podemos y Ciudadanos son dos formaciones antagónicas que han sabido aprovechar el hastío d euna sociedad a la que la crisis económica y la corrupción han catapultado susansias de cambio. Su irrupción es una amenaza al actual modelo bipartidista, pero, independientemente de que el populismo que encarna Podemos presente aspectos altamente inquietantes para la convivencia, lo fundamental es preguntarse las razones por las que Podemos y Ciudadanos se han convertido en seria alternativa. Y la respuesta está en la falta de reacción de los grandes partidos y en su escasa capacidad predictiva para pulsar el latido de la calle. El cambio no consiste en darle la vuelta al sistema, sino en transformar la manera en que los dos grandes partidos se han venido relacionando con una sociedad que exige mayor protagonismo y reclama un papel más mucho activo. Ahí es donde el PP y el PSOE tienen que echar el resto. Las elecciones andaluzas de marzo; las municipales y autonómicas de mayo; las catalanas en septiembre, y las elecciones generales de finales de año adquieren una consideración inédita, no tanto por la acumulación de citas ante las urnas, sino porque se producen en un momento de transformación social sin precedentes. Lo que será la España política del mañana empieza a decirse ahora.