Florencio Domíngue, LA VANGUARDIA.COM 19/12/12
La situación era grave, las medidas duras y el coste social elevado.
Mariano Rajoy cumple un año al frente del Gobierno reivindicando las reformas que ha llevado a cabo en este tiempo y cruzando los dedos para que a lo largo del próximo ejercicio esas medidas comiencen a dar resultados que puedan ser percibidos por los ciudadanos.
Un gobierno puede hacer frente a protestas callejeras del tipo del 15-M o la tuiteada spanish revolution, protagonizadas por jóvenes o antisistema. Son movimientos muy vistosos, coloristas y de gran impacto mediático, pero no es seguro que a corto plazo tengan gran repercusión social, en particular entre las clases medias que son el pilar de sociedades como la nuestra. Son fuegos artificiales que trazan geometrías de colores en la oscuridad, pero en poco tiempo se desvanecen. Si no se cometen errores graves en las políticas de orden público, si se sabe encontrar el punto justo entre un necesario grado de tolerancia y mano izquierda que permita la expresión del malestar existente, con no perder el control de la calle ante los más radicales, los protagonistas de esas protestas acaban agotándose o evolucionando para participar en política a través de medios convencionales. El crecimiento de IU, que ahora se presenta como la Syriza española, es un ejemplo de la capacidad que tiene una democracia para integrar la disidencia dentro del sistema. A ello se añade la posibilidad de atender algunas de las reivindicaciones de los protagonistas de la protesta.
Un gobierno puede hacer frente también al sindicalismo y a huelgas generales, a pesar del desgaste. Desde el dramatismo con que se vivió la huelga de 1988 porque iba dirigida contra un Gobierno del PSOE y suponía la fractura histórica entre las dos almas de la familia socialista, representadas por Felipe González y Nicolás Redondo, se sabe que después del paro siempre hay margen para reconducir la situación. Incluso el ejemplo griego demuestra que los gobiernos pueden sobrevivir a continuas convocatorias sindicales sin acuerdo con los trabajadores.
Más difícil lo tiene un gobierno como el de Rajoy cuando sus reformas le conducen a enfrentarse con la protesta de una estructura del Estado como el Poder Judicial, desde sus órganos de gobierno hasta sus empleados, o con protestas sectoriales de calado como las de la sanidad que se suman a la desafección callada de muchos de votantes que se sienten engañados por el incumplimiento de aspectos fundamentales del programa electoral.
La situación era grave, las medidas han sido muy duras, el coste social muy elevado y trae consigo malestar extendido. Si el tratamiento no empieza a hacer efecto antes del ecuador de la legislatura, el PP se va a encontrar en una situación difícil. Y ello a pesar de que el partido de la oposición está incapacitado para sacar partido del desgaste que la crisis provoca en el Gobierno.
Florencio Domíngue, LA VANGUARDIA.COM 19/12/12