JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • Europa y la Constitución juegan a nuestro favor. Lo que puede hacer (y vaya si hace) el sanchismo, sistema sin escrúpulos como el sujeto que le da nombre, es tratar de eludir la Ley de leyes de todas las formas imaginables y mantener engañados a los de Bruselas tanto tiempo como sea posible

Contemplo los pedazos de 2022 como miraba Quevedo los muros de la patria suya, que es la nuestra. El desmoronamiento no es menor. Ya pueden ir despreciando los diletantes esta democracia bendita que agoniza, que para minar y debilitar en el peor momento siempre hay voluntarios. Es a la hora de levantar instituciones, legitimidades y prosperidades que faltan manos. España vive en la fantasía de que la política y los políticos protagonizan la vida nacional, pero eso solo sucede en raras ocasiones. Si hay suerte, acuden puntuales los brazos constructores. Parece que no van a llegar, pero de repente las necesidades históricas se cubren, como cuando Suárez y Juan Carlos y Carrillo. Uno por torero, otro por instinto de supervivencia, otro por oportuno. Aparecieron e hicieron lo debido cuando lo debido no era evidente y la sola guía era la democracia liberal. Los dos primeros se sacudieron los principios fundamentales del Movimiento; el tercero se sumó al eurocomunismo italianizante, conservando el Cadillac de Ceaucescu. Solo Carrillo tenía muertos en su lado oscuro, pero, contra la lerda visión del mundo en blanco y negro, nadie es malvado todo el tiempo. Si la cosa salió bien fue por atenerse a la guía, por no escuchar consejos sobre democracias a medias, sobre democracias vigiladas y autoritarismos blandos.

Todo eso lo traería casi medio siglo después un altivo don Nadie. Se ha resaltado la simetría Suárez-Sánchez por sus operaciones ‘de la ley a la ley’. Lo que solo puede significar que aquella Transición y esta Caída son exactamente lo contrario. Todo en Sánchez es voladura y afrenta. Con derroche. Cuanto lleva su sello repele la estabilidad y la creación de riqueza. Por eso cuando veo los cascotes de 2022, tanto esfuerzo malogrado, tanta consecución echada a perder, pienso en otras simetrías, en otras precisas inversiones, en otros contrarios exactos. Así, del mismo modo que la Transición española sirvió de ejemplo a cualquier país que se dispusiera a desmontar una dictadura sin provocar la guerra –como los satélites de la URSS–, la actual Caída no puede ser modelo de nada. Al revés: toma ejemplo de la estrategia neobolivariana por la que transitaron antes nuestros hermanos hispanoamericanos en sus respectivas involuciones. Parlamentos sometidos a Ejecutivos autoritarios, desprovistos de cualquier capacidad de control al Gobierno; legislativos que son extensiones del autócrata de turno y que mantienen las formas de una inexistente división de poderes. Nada similar podría haberse operado en España sin la complicidad de una presidenta de las Cortes que solo mueve ficha a instancias del líder dizque carismático.

Si esta catástrofe no ha producido las imágenes que le son propias, con sus jaleos, desalojos, detenciones, cierre de las Cámaras por las bravas; si a este oprobio no se añade la vergüenza de las nuevas asonadas (salvo en Cataluña), es porque nuestra pertenencia a la Unión Europea exige mucho más cuidado y disimulo. No falta aquí tampoco, por supuesto, la voz discordante de los diletantes. Qué pesaditos. No son ellos los autores de la involución, como no lo son los derechistas empeñados en deplorar la guerra cultural. De esos aficionados aguafiestas y de estos obsesos no esperamos ninguna contribución al apuntalamiento de un sistema que amenaza ruina y que tenemos la obligación de salvar. Lo que, sin esperanza, cabría pedirles es que no molesten mientras los demás trabajan.

A otros aclararemos que señalar los destrozos del sanchismo no es pesimismo, que esto no va de disposiciones del ánimo ni de interpretaciones subjetivas. Con una excepción: la de los políticos que se presentan como alternativa al sanchismo. Estos sí tienen, por su condición y por lo delicado del momento, la obligación simultánea de ofrecer esperanza y decir la verdad. Tirando del tópico: sangre, brega, lágrimas y sudor. Sin sangre. Contarle a España lo que está pasando sin contemporizaciones y, al tiempo, indicar el camino de retorno. Ah, puedo oírte, diletante: ¿Retorno a qué? ¡Esto no es una democracia de verdad! Bla, bla, bla. ¿Qué demonios es una democracia entonces? O vivimos en la idea platónica o rompemos la baraja, ¿es eso?

Pues la baraja ha dado un juego extraordinario que debe ser valorado en términos humanos, es decir, relativos. España pertenece al club más exclusivo y afortunado del mundo: el de los Estados democráticos de derecho provistos de bienestar. Ya sé, ya sé, ahora viene lo de ¿qué bienestar es este? Cíñase, diletante, a los términos relativos. Y sobre todo, no confunda la coyuntural desgracia de un mal gobierno, los estragos de un autócrata –al que un día las élites, siempre tan inteligentes, aplaudieron con las orejas– con las virtudes del sistema. Europa y la Constitución juegan a nuestro favor. Lo que puede hacer (y vaya si hace) el sanchismo, sistema sin escrúpulos como el sujeto que le da nombre, es tratar de eludir la Ley de leyes de todas las formas imaginables y mantener engañados a los de Bruselas tanto tiempo como sea posible. Pero ni la debilidad de Ursula, la baranda mayor de allí, es una patente de corso perpetua, ni las pirulas legislativas cuelan siempre, como lo demuestra la adopción de medidas cautelarísimas por el TC ante el grosero intento de alterar el bloque de constitucionalidad vía enmiendas a una proposición de ley. Este es un juego peligroso porque el Gobierno lo ha querido, del mismo modo que estamos en guerra cultural porque la izquierda nos la ha declarado. Queda 2023 para capear las torpes añagazas del gran tramposo y llegar a elecciones generales sin complejitos.