IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

Los que pensamos que la inflación es nuestro más grave problema recibimos ayer dos noticias. Una buena y otra mala. La mala es que los intentos para avanzar en la firma de un pacto de rentas se posponen hasta septiembre. Me parece un grave error que demuestra lo difícil que resultará avanzar en este espinoso y crucial asunto. No solo por el retraso, que es lamentable cuando las urgencias son tantas, sino porque trasmite cierta impresión de incapacidad o, cuando menos, de impotencia. Ya sé que Pepe Alvarez, el secretario general de UGT dijo, claro y rotundo, «Que se vayan a hacer puñetas, vamos a disfrutar del verano», pero este señor no es el dueño del cronómetro y no se ha ganado el poder de marcar los tiempos. Tampoco sé quienes somos exactamente los que debemos ir a hacer puñetas, aunque lo sospecho y por si acaso me incluyo en el paquete, para luego no asustarme. Y, aunque me parece muy bien, casi enternecedor, que nos anime a disfrutar del verano, es un tanto temerario hacerlo sin considerar el momento que atravesamos. ¿Es incompatible disfrutar del verano con mantener conversaciones exploratorias para lograr un acuerdo, cuando es evidente que se van a necesitar y no serán ni pocas ni cortas? ¿Necesita su disfrute tanta concentración que no admite distracciones, ni siquiera de este calado? Así nos va…

La noticia buena es la multa impuesta por la CNMC a seis constructoras por alterar, es decir pactar, ¡durante 25 años! los precios de las licitaciones públicas. No me alegra la multa, me alegra el celo que muestra la CNMC en la defensa de la competencia que es, guste o no y en general no gusta nada a quienes la padecen, la mejor medicina que existe para limar los precios. Los que defendemos al mercado libre debemos congratularnos porque se identifique a quienes los adulteran y se sancionen las practicas que los falsean. Máxime cuando se trata de licitaciones públicas pagadas con dinero público. ¿Se han hecho las constructoras seguidoras de la exvicepresidenta Calvo y pensaban que el dinero que cobraban no era de nadie y se podía expoliar?

Tenemos que conseguir que los precios no suban o, mejor aún, que bajen. Y la mejor forma de hacerlo, la que menos distorsiona y la más eficiente, es la competencia. Si nos quejamos cuando el Gobierno irrumpe en el mercado y trata de fijar precios de mercancías y servicios, tenemos que aplaudir cuando interviene para castigar prácticas abusivas. Pues eso, un aplauso.