EL MUNDO 13/09/13
SANTIAGO GONZÁLEZ
Lo de Margallo explicando los intríngulis del problema catalán en tanto que ministro de Asuntos Exteriores es uno de los misterios más insondables del Gobierno. ¿De qué Gobierno? Se preguntarán ustedes. Podría ser de cualquiera, pero empecemos por éste que es el que tenemos más a mano. Margallo había saludado la Diada con una expresión notable ya de víspera: buscar una fórmula que permita a Cataluña «encajar en España». Este encajar fue el concepto clave de Azaña en el debate de mayo del 32 frente a Ortega y Gasset sobre el Estatut. Hasta el propio Azaña se dio cuenta de que quien tenía razón era Ortega, y así lo dio a entender en La velada en Benicarló y en sus Diarios. También nos había mostrado la izquierda su capacidad de tropezar más veces en el encajar de Azaña. Así pasó en los años 70, buscando el encaje de Euskadi y Cataluña en una España democrática y autonómica. O alegre y faldicorta, qué más da.
Zapatero inició el desastre en el Palau Sant Jordi hace hoy 10 años menos dos meses exactos al prometerle a Maragall apoyo a un proyecto extravagante de Estatut, del que CiU, con Pujol y Mas al frente, no quería saber nada. Recuerden: una España plural y diversa, más fuerte y unida que nunca, naturalmente por el encaje.
No es preciso romperse la cabeza en el análisis; basta examinar los hechos con sus fechas para evaluar el resultado. Pues bien, el problema no es que la izquierda haya vuelto a esforzarse en encajar Cataluña en este incierto rompecabezas. Es que ahora también quiere encajarla la derecha. Ni siquiera el ministro Margallo habla de Cataluña y el resto de España. Dice Cataluña y España como si fueran conceptos disjuntos. No es raro que en el mainstream del discurso político se impongan los conceptos flou: el derecho a decidir, el diálogo, la consulta democrática, por delante de conceptos tan básicos como el imperio de la ley. La democracia es la expresión de la voluntad ciudadana dentro del respeto a unas reglas, sujeta a un procedimiento definido por las leyes.
El diálogo es importante, claro, pero lo es más la sintaxis. Un diálogo perfectamente democrático sería: –Mas: Mariano, quiero convocar un referéndum de autodeterminación.
Rajoy: Mira, Artur, ni tú puedes convocarlo ni yo puedo autorizártelo. No nos lo permite la Ley.
Artur Mas amenaza con dejar pequeño a Forrest Gump en sus carreras de costa a costa de EEUU, aunque no tiene su carisma y no sabe que quienes le siguen son en realidad de Junqueras; que esta aventura va a dejar en todos los españoles graves secuelas emocionales, pero que las primeras van a ser las suyas.
La clase política catalana, como el resto de la española, muestra una inteligencia alternativa que yo no me atrevería a subestimar desde que leí el gran diagnóstico de Herodes Agripa sobre su gran amigo Claudio en la novela de Graves: «Querido Claudio. He conocido listos que se fingían tontos y tontos que se fingían listos. Pero eres el primer caso que he visto de un tonto que se finge tonto. Te convertirás en un dios».