Un ataque contra nuestros principios que merece una respuesta firme

EL MUNDO 08/01/15
EDITORIAL

Es imposible disociar lo ocurrido ayer en París del auge del islamismo radical, que hoy impone su ley del terror en Oriente Próximo de la mano del Estado Islámico, pero que viene golpeando desde hace años en todo el mundo. Es el mismo que dio lugar al atentado contra las Torres Gemelas en 2001 y al de Bali (Indonesia) en 2002, el que causó la masacre de los trenes en Madrid en 2004 y del metro de Londres en 2005, y el que protagonizó la acción criminal de 2008 en Bombay, por citar sólo algunas de sus acciones más cruentas.

Charlie Hebdo es una revista satírica que había sufrido amenazas y ataques desde que en 2006 reprodujo unas viñetas con caricaturas de Mahoma publicadas en la prensa danesa. Se podrá cuestionar si su contenido era más o menos apropiado y resultar, o no, ofensivo para un creyente musulmán. Sin embargo, eso es algo que debe resolverse en el terreno de las ideas y, llegado el caso, en los tribunales. Porque una cosa es respetar los diferentes credos de las personas y, otra, imponer la censura o tratar de acallar con el terror a quien expresa opiniones diferentes a las propias.

Las democracias occidentales decidieron hace tiempo que los problemas se abordan bajo el imperio de la ley, con la separación entre el poder civil y el religioso, y garantizando la igualdad de todos los ciudadanos. Quienes ayer cometieron los asesinatos al grito de «vamos a vengar al profeta» pretenden imponer un modelo de sociedad que nos retrotrae a la Edad Media, donde la religión se imponía al Derecho y las libertades individuales no existían como tales.

El golpe asestado ayer por los islamistas en el corazón de Europa merece una reacción serena, pero contundente. Desde luego, no debería ser utilizado para exacerbar el sentimiento antimusulmán, pero eso es ahora difícil porque hay movimientos populistas, como el que en Francia puede representar el Frente Nacional, que no perderán la ocasión de usar la matanza como coartada para alimentar sus tesis xenófobas. No hay que perder la perspectiva: el islam es una religión que profesan más de mil millones de personas en todo el mundo y, huelga decirlo, la inmensa mayoría es pacífica.

La conmoción política que ha causado el atentado debería de servir a los gobiernos europeos para colaborar más estrechamente ante la amenaza que supone el islamismo y actuar de forma coordinada dentro y fuera del continente. Para empezar, tendría que existir una legislación común que garantice que en el territorio de la UE no se vulneran derechos básicos que han de estar garantizados. Habría que prohibir, por ejemplo, el uso en los espacios públicos de una prenda como el burka, que atenta contra la dignidad de las personas y contra la seguridad, dos principios irrenunciables. Sin embargo, cada país tiene hoy su propia legislación al respecto.

Desde los gobiernos europeos se ha tratado algunas veces, además, de escurrir el bulto en las acciones internacionales de castigo a los yihadistas, todo indica que por el temor a una respuesta violenta en sus respectivos países. Es una actitud insolidaria que no puede repetirse y que sólo muestra una enorme debilidad ante los violentos.

Ha llegado también el momento de reclamar a las comunidades musulmanas que exterioricen de forma más clara su rechazo al yihadismo, como ayer hicieron en Francia, y que colaboren con todas sus fuerzas para detectar y erradicar a quienes representan un peligro para la seguridad de todos. Sirva de muestra el hecho de que el agente rematado ayer cobardemente en el suelo por los terroristas era un musulmán de origen tunecino llamado Ahmed Merabet.

El atentado contra Charlie Hebdo lo es contra todo nuestro sistema de valores, el que, con todos sus defectos, ha alumbrado las mayores cotas de libertad del individuo, de dignidad de la persona, de libertades y de respeto a los derechos humanos. En su defensa no podemos dar ni un solo paso atrás.