RAFA LATORRE-EL MUNDO
EN UN enésimo alarde de olfato publicitario, Zapatero popularizó aquella consigna de que el PSOE es el partido que más se parece a España. Lo brillante no es la frase en sí sino que ésta es fruto de una operación muy sutil. En realidad, es España la que siempre está en trance de parecerse al PSOE. Así que la celebérrima consigna es ese típico engaño hipereficaz en el que la causa se disfraza de la consecuencia. Como cuando se dice que el nacionalismo es el resultado de la desafección, cuando es exactamente al revés.
El PSOE de hoy se parece en muy poco al PSOE de hace ocho años y sin embargo en todo este tiempo España no ha dejado de parecerse al PSOE. Si esta locura es posible es porque el partido ejerce una hegemonía cultural tan avasalladora que yo al menos no le encuentro correspondencia en ninguna otra formación de ningún otro país. Quizás sea, esta sí, la verdadera anomalía española, un prodigio nacional que hace que por muy excéntrico que sea el nuevo secretario general socialista, la opinión pública española lo termine asumiendo como un líder naturalísimo. Porque por muy lejos que se vaya el PSOE, España siempre se le termina arrimando.
Este vínculo siamés entre partido y zeitgeist es tan férreo que cada giro programático o cada nueva alianza del PSOE provoca un desplazamiento general del marco político. Los últimos meses, la aceleración ha sido tal que ya hay tribunas en la prensa ideológicamente afín que identifican a Albert Rivera con Viktor Orbán y el fascismo ahora empieza exactamente donde termina Madrid Central.
Hace sólo dos años, Torra era el Le Pen catalán, el procés una rebelión y de todas las aberraciones que hacían de Pablo Iglesias un socio imposible para los socialistas, su pacto con Bildu en Navarra era de las más insalvables. Me interesa este punto, porque la concepción de Bildu es uno de esos asuntos donde se revela todo el poderío del PSOE para la conformación de las conciencias. El adagio de la legalidad empezó a sonar tenue hace sólo unas semanas. Es una línea melódica flotante que suena de fondo y que sugiere que todos los escaños valen lo mismo y que un diputado es un diputado, lo sea de Bildu o de cualquier otra fuerza. Son legales, eh, son legales.
La presencia de Arnaldo Otegi en TVE se ha despachado como si fuera un mero debate deontológico. La parabellum es lo único que ha salvado a Otegi de ser un pueblerino cualquiera, así que la entrevista carece de todo interés. Lo sublime es la certeza, un punto fascinante, de que Bildu será un actor político más en el preciso instante en que el PSOE así lo decrete.