Rebeca Argudo-ABC

  • Empezaron a salir a la luz otras mentirijillas curriculares

A Diana Morant le parece bien que se falsifiquen títulos universitarios. Parece un chiste pero no lo es: la ministra de Ciencia, Innovación y Universidades pide «no entrar en el debate de la titulitis». Que no todo en esta vida va de un diplomita, una orla en el salón de madre y la acreditación oficial de estudios realizados. Que lo importante, dice, es la «hoja de servicios». Solo le ha faltado loar la universidad de la vida, la escuela de la calle. Tanto estudio y tanto leche ya. De chiste, ya les digo. Todo a cuenta de la dimisión de Jose María Ángel, excomisionado de la dana y expresidente del PSPV-PSOE. Y es que cuando Óscar Puente, ministro y trol en redes (las hay médico y madre y los hay ministro y trol), abrió la caja de los truenos de los currículums inflados (o, al menos, maquillados) no parecía ser consciente de que escupía al cielo. O sí lo era y le daba igual, sabedor de que entre su hinchada funciona el «ellos más» (aunque este implique, invariablemente, un «nosotros también»). El caso es que tras la renuncia de Noelia Núñez por haber embellecido su currículum empezaron a salir a la luz otras mentirijillas curriculares del mundo político y, simultáneamente, a desaparecer misteriosamente cursos y másters de los recorridos académicos de algunos. Y en ese trajín afloró la falsificación de un título por parte de José María Ángel. Título, por otra parte, imprescindible para acceder a su puesto de funcionario. Detengámonos aquí un minutito, para paladear la sutil diferencia: no es lo mismo que se infle un currículum o se mienta respecto a algún dato concreto (caso Núñez) que falsificar un título académico necesario para optar a una plaza en la administración (caso Ángel). Lo primero puede ser poco honesto y nos serviría, en todo caso, como medida de la catadura moral del perpetrador y su tendencia a idealizarse a sí mismo con tal de lograr beneficio o ventaja; lo segundo es directamente delictivo. Y no solo delictivo (otra cosa es que haya prescrito a día de hoy), es que además perjudicó en su momento a alguien que sí estaba legítimamente acreditado para ocupar esa plaza y para cobrar del erario un sueldo. Pues bien, ante estas circunstancias, a la ministra de Universidades no se le ocurre otra cosa que defender y alabar la trayectoria de su compañero, el que falsificó un título universitario, y pedir que no se caiga en «el debate de la titulitis». Un debate que, hace apenas unos días, era fundamental abordar ante los ciudadanos por la inaceptable mentira de una diputada prácticamente desconocida que había fingido terminar unos estudios que todavía estaba cursando. Así, frente a chavales que aligeran sus currículums para tener posibilidades de optar, por necesidad, a trabajos muy por debajo de sus capacitaciones tenemos a ‘brillantes’ políticos desacomplejados cobrando sueldos públicos muy por encima de las suyas. Y a ministras que olvidan que nos representan a todos cuando ejercen constantemente de militantes de unas siglas más que de defensoras de los intereses de toda la ciudadanía en el ámbito académico, como les corresponde.