Ignacio Camacho-ABC
- En una emergencia crítica, el abandono del puesto de mando inhabilita a un gobernante para permanecer en el cargo
Los dos principales problemas que ha afrontado Feijóo desde que es líder de la oposición se los ha planteado el presidente valenciano. El primero fue el precipitado pacto con Vox, que Mazón cerró por su cuenta ante la incomprensible renuencia de su jefe de filas a desautorizarlo; ese acuerdo sirvió en bandeja a Sánchez la campaña que trocó la victoria cantada del PP en un deprimente gatillazo. El segundo es el abandono del puesto de mando en una emergencia crítica, flagrante dejación que lo inhabilita para el cargo y deja a sus compañeros desarmados ante los ataques del adversario. Da igual que estuviera localizable –sólo faltaría que no tuviese cobertura, como Rajoy el día de la moción–; su ausencia física al frente del comité operativo en un trance tan grave constituye una omisión de los deberes elementales de un gobernante. Y la reconstrucción de esas horas decisivas revela una cadena de desatinos mezclados con negligencias imperdonables.
Por supuesto que se tiene que ir. Su idoneidad y su credibilidad, de por sí escasas, están arruinadas. El problema es que esa renuncia obligada provocaría un vacío de poder susceptible de empeorar aún más la actual situación de descontrol e inoperancia. Aunque la búsqueda de un sucesor fuese rápida, el relevo implicaría otra negociación con Vox –cuyo respaldo es condición aritmética necesaria–, otro áspero debate parlamentario, la formación de un nuevo gabinete y la consiguiente pérdida de tiempo en circunstancias dramáticas. Es fácil imaginar el clima de opinión que puede generar un proceso así en una población desesperada. Y posponer la sustitución tampoco ayuda a generar confianza en unas autoridades que además de mostrarse incompetentes y sobrepasadas –lo de la consejera que ignoraba el procedimiento de alerta es de traca– han cometido irresponsabilidades palmarias. El daño está hecho; literal y metafóricamente, ya no hay modo de recoger el agua derramada.
Más allá de dificultar las imprescindibles tareas de reconstrucción, que suponen el principal imperativo ahora mismo, la frivolidad, la ocultación y las contradicciones de Mazón impactan de lleno sobre su propio partido, al que ha colocado en un inmanejable compromiso. Por una parte, Sánchez ha encontrado el relato de culpabilidad ajena que buscaba para camuflar su vergonzoso absentismo y lo va a explotar a fondo con toda la fuerza de su poderoso aparato comunicativo. De otro lado, Feijóo y su equipo se ven obligados a partir de este momento a ejercer la oposición con las manos atadas y lastrados por un déficit de prestigio que deteriorará su fortaleza moral para reprochar al Ejecutivo la clamorosa tardanza en la prestación de auxilio. La tragedia de la riada va a marcar el resto de la legislatura, tanto la valenciana como la nacional, y será muy complicado enfrentarse al sanchismo cargando a cuestas con el peso de un cadáver político.