Un camino de España

Juan Van-Halen /  Escritor, ABC 08/12/12

El tirón centrífugo, disgregador, egoísta, ha surgido o se ha alimentado en periodos de graves crisis. Es la historia de nuestros nacionalismos, paralela a la pérdida de pulso compartido que encuentra demasiadas veces enfrente un buenismo consentidor.

En escaso tiempo, por carreteras serpenteantes que atraviesan paisajes de una belleza encrespada y singular al abrazo de los Picos de Europa, el viajero recorre un camino de España que supone un eje histórico. Desde el albor de la Reconquista, Cangas de Onís, cabecera del Reino que fundara Don Pelayo –puente medieval, que se dice romano, sobre el Sella; iglesia de Santa Eulalia en la parroquia de Abamia donde recibió sepulcro el primer rey astur; ricas casas de indianos, posos vivos de sus esfuerzos en tierras americanas…– hasta el albor de la idea imperial española, la parroquia de Tazones, concejo de Villaviciosa, a cuyo mínimo puerto llegó desde Flandes un día de septiembre de 1517 el joven Rey Carlos –una extensión de poco más de tres kilómetros, menos de trescientos lugareños, entonces acaso no llegasen al medio centenar que huyeron ante el temor de una invasión berberisca– con una flota de varias decenas de buques, un séquito flamenco y un fuerte contingente militar.

Don Pelayo, de orígenes confusos aderezados por la leyenda; para unos noble y visigodo, hombre rústico de la montaña para otros, no es clara su genealogía, aunque ilustres historiadores lo consideran hijo del dux asturiensis Favila. Lo cierto es que resistió en las crestas asturianas, venció a competentes generales enviados por Muza para destruirle, apuntaló su poder en la batalla de Covadonga, iniciando así la Reconquista y lesionando gravemente el prestigio de los invasores. Historiadores árabes de los siglos XIV y XV consideran al caudillo astur «asno salvaje», lo que da idea de que la importancia de la gesta de Pelayo dolía tanto tiempo después.

El muchacho que llegaba a Tazones porque una tempestad impidió el desembarco previsto en Santander o en Vizcaya abandonaba el cómodo palacio de Gante para ocupar un Reino desconocido del que le habían llegado intranquilizadoras noticias. Era, según la descripción hecha pocos años después por el embajador veneciano Contarini, de estatura mediana, pálido, ojos ávidos, nariz algo aguileña, aspecto grave, de mentón y faz interior tan ancha y larga que «parece postiza» y «no puede cerrando la boca unir los dientes inferiores con los superiores», por lo que al hablar «balbucea alguna palabra y no se le entiende muy bien». No conocía el idioma castellano ni las costumbres de su Reino, y le rodeaban cortesanos flamencos que produjeron desconfianza en sus súbditos.

No es extraño que las Cortes de Castilla, antes de jurarlo como Rey, incluyesen entre sus peticiones al joven monarca que aprendiera a hablar castellano, que cesasen los nombramientos de extranjeros, que prohibiera la salida de Castilla de metales preciosos y de caballos, y que diese un trato más respetuoso a su madre, la Reina Juana. No había satisfecho la brevedad de la estancia de Carlos en Tordesillas para visitar a su madre, que se produjo antes de cumplirse dos meses del desembarco en Tazones.

El nuevo Rey consiguió ser jurado por Castilla, Aragón y Navarra tras un largo proceso, convirtiéndose en el primer monarca que ostentaba las Coronas de los tres reinos. Tuvo que enfrentarse a la guerra con los comuneros, con las Germanías y con una rebelión en Navarra favorecida por el Rey de Francia, pero consolidó su poder al tiempo que se convertía en Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Guerreó con Francia por pugnas italianas, flamencas y la recuperación de Borgoña; y con el Papa Clemente VII, aliado del Rey francés, con tristes episodios como el Saco de Roma; se erigió en protector de la Fe y de su unidad en luchas tanto con los otomanos como con los reformistas luteranos.

Durante su reinado, Hernán Cortés conquistó México a los aztecas, Pizarro Perú a los incas, Jiménez de Quesada el territorio de la actual Colombia a los chibchas; Benalcázar fundó San Francisco de Quito; Orellana, tras fundar Guayaquil, descubrió el río Amazonas, Pedro de Mendoza fundó Buenos Aires, Salazar y Gonzalo de Mendoza fundaron Asunción; y Pedro de Valdivia, la ciudad de Santiago. Se crearon las primeras universidades del Nuevo Mundo en Santo Domingo, Lima y México. Elcano completó la primera vuelta al mundo e inició la soberanía española en las islas Marianas y en Filipinas. El poder de Carlos de Gante se desplegó en Europa tanto como en lo que entonces se consideraba Indias y Tierra Firme.

Al final de su vida, en la austera habitación de Yuste, al cuidado de la Orden Jerónima, reflexionó sobre su obra, convencido de que no la había completado, al no cumplirse lo que anheló. Se vio obligado a pactar con los luteranos sin haber podido impedir el asentamiento de su doctrina, no recuperó Borgoña, no consiguió dotar a sus enormes territorios de ultramar de estructuras estables y seguras, y probablemente creía que había tenido que ceder demasiado. Uno de sus triunfos fue mantener el dominio español sobre Italia que consolidaría su hijo.

El imperio universal español no era ni un sueño en la mente del inexperto muchacho que desembarcó en Tazones, no muy lejos de aquel Cangas de Onís de la Corte de Don Pelayo. Del año 737 en que muere en la capital de su Reino el primer Rey astur y es enterrado entre las añejas piedras, primero visigóticas y luego románicas, de Santa Eulalia de Abamia, hasta el año 1558 en que muere en Yuste el Emperador, de muerte natural los dos guerreros, España pasó de consolidar el primer Reino cristiano tras la caída visigoda de Guadalete a proyectarse como el imperio más poderoso del mundo.

En los pocos kilómetros de hermoso y apabullante paisaje que van de Cangas de Onís a Tazones, la Historia de España cumple un recorrido de siglos, con afanes compartidos y protagonismo de cada uno de sus viejos reinos, de pueblos que encontraron un destino común. El tirón centrífugo, disgregador, egoísta, ha surgido o se ha alimentado en periodos de graves crisis. Es la historia de nuestros nacionalismos, paralela a la pérdida de pulso compartido que encuentra demasiadas veces enfrente un buenismo consentidor y suicida. Debemos mirar atrás para reconocer lo que nos une. Es un camino de España, algo así como nuestra carretera de Cangas de Onís a Tazones.

Juan Van-Halen /  Escritor, ABC 08/12/12