ABC 27/11/12
PRESIDENTA DEL PP DE MADRID ESPERANZA AGUIRRE
«Con el salto cualitativo que el espejismo de la Diada provocó en Artur Mas, CiU se ha convertido en un apéndice de Esquerra y eso no lo han entendido sus votantes»
Todos sabemos que, después de unas elecciones, los periodistas, los analistas y los políticos exprimen los datos con más o menos habilidad para demostrar o, al menos, intentar demostrar que los resultados vienen a corroborar sus tesis o sus posicionamientos. Como de las estadísticas, también de los resultados electorales se puede decir eso de que, convenientemente torturados, pueden acabar demostrando cualquier cosa.
No querría entrar en esa tortura de los datos, pero sí señalar lo que me ha parecido más significativo de estas elecciones catalanas. Y es que los electores han premiado a los partidos que han hablado claro y han castigado a los que han enviado un mensaje incomprensible, falso o confuso.
Han premiado a Esquerra porque ha hablado sin ambages de la ruptura con España y de la implantación en Cataluña de un Estado absolutamente intervencionista. Un proyecto aberrante, pero claro de entender por los electores y coherente con la tradición de ese partido.
Han premiado a Ciudadanos porque también ha hablado claro de lo que ofrece a sus votantes: una Cataluña próspera dentro de España, parte esencial de España, como vía, además, para estar en Europa.
Y han premiado al Partido Popular porque lo han identificado como el partido que mejor asegura el encaje de Cataluña en la España autonómica y el que mejor defiende la Constitución Española en Cataluña, que, no se olvide, fue votada por el 91 por ciento de los catalanes hace sólo 34 años.
Y han castigado a los partidos que se han presentado con unos proyectos que nada tienen que ver con su tradición, con su esencia y con la imagen que los ciudadanos se habían forjado de ellos a lo largo de estos 34 años de régimen constitucional en España.
A CiU, porque no han entendido su giro de los últimos tiempos. Con sus ambigüedades, con su oportunismo, con su capacidad camaleónica para estar indistintamente con el PSOE o con el PP, la «marca CiU» estaba asociada en el imaginario colectivo de los catalanes con la moderación, con el posibilismo, con un catalanismo muy marcado pero que nunca desbordaría unos límites de sensatez. Con el salto cualitativo que el espejismo de la manifestación de la Diada provocó en Artur Mas, CiU se ha convertido en un apéndice de Esquerra, y eso no lo han entendido sus votantes. Y, probablemente, cada vez lo entenderán menos. Es ya un tópico afirmar que nadie elige un sucedáneo pudiendo elegir el original, pero es la verdad.
Y el PSC paga ahora su monumental error de haber desencadenado la carrera soberanista y haber intentado competir con todos los secesionistas en su afán de ser más osado que ninguno a la hora de asomarse al abismo de la independencia. El discurso natural de un partido socialista —me gustaría decir socialdemócrata, en la línea de Tony Blair o, incluso, de Gerhard Schröder, pero no puedo— nada tiene que ver con el nacionalismo y con el culto al localismo de campanario. Los electores catalanes desde 1977 tenían identificado al Partido Socialista como un partido de izquierda moderada e inequívocamente español y constitucionalista, y por eso tenían siempre buenos resultados. Después de la aventura del tripartito, esos electores de izquierda —pero claramente constitucionalistas y que no dudan de su condición de ciudadanos españoles— ya no se identifican con este partido socialista que ha perdido el rumbo y que esgrime un incomprensible discurso federalista. Y por eso lo han abandonado.
En resumen, los resultados son alarmantes. Basta contemplar, como síntoma, la aparición de un partido antisistema. Y eso que los votantes que todavía querían votar comunista tenían a Iniciativa, y los que querían votar independencia tenían a Esquerra.
Pero, dentro de la alarma que producen estos resultados, creo que podemos encontrar un síntoma de algo positivo: los electores prefieren a los partidos que hablan claro.