Antonio Rivera-El Correo

  • Es autor (con Eduardo Mateo) de ‘Fernando Buesa, una biografía política. No vale la pena matar ni morir’ (2020)

La vida nos coloca en ocasiones en situaciones críticas donde podemos dejar pasar o podemos responder conforme se esperaría de un ciudadano comprometido con lo que le ha tocado. A finales del pasado siglo, aquí en Euskadi, el ciudadano Fernando Buesa, que ya tenía trayectoria en la vida pública y política como diputado general de Álava, como secretario de los socialistas alaveses y como vicelehendakari, decidió que no podía dejar pasar el reto que se le ponía delante. La situación política y social vasca se había deteriorado por completo. Las fuerzas nacionalistas habían acordado un pacto para aislar a los no nacionalistas y a la parte de la sociedad que se representaba en ellos. Decían hacerlo para dar una oportunidad a la paz. Para ello, los partidos que gobernaban el país y casi todas sus instituciones suscribieron un acuerdo con la organización terrorista que lo había puesto en jaque desde que empezó a autogobernarse y a ser de nuevo democrático, e incluso desde antes. A la vez, los terroristas de ETA concedieron una tregua para dar tiempo a que se realizasen los logros que habían pactado. Sin asesinatos, la violencia siguió con una ‘kale borroka’ (tumulto callejero) teledirigida contra los no nacionalistas, manteniendo así el temor, la tensión y el desasosiego. La oportunidad para la paz se soportaba en la continuidad de una violencia de menor intensidad contra esa parte a la que ahora se expulsaba de la condición ciudadana vasca.

Fernando Buesa decidió que aquello no podía ser, que era injusto, antidemocrático, letal, y que rompía la sociedad vasca con el señuelo de una tregua que se demostró realmente tramposa. Decidió terciar e intervenir. Primero instó a su partido a romper de una vez con un Gobierno que no le quería allí, porque para esas horas la parte nacionalista ya había cambiado de socio y prefería la homogeneidad a la diversidad, la unicidad de criterios al pluralismo. Luego, en el Parlamento vasco, se puso al frente de quienes denunciaban a diario que un proceso de paz no se construye acordando con los asesinos, cohabitando con sus soportes, mostrándose ciegos ante el acoso de media sociedad y tratando de invisibilizar a los representantes políticos y sociales de esta. Sus intervenciones parlamentarias, además de grandes piezas de oratoria, fueron extraordinarias en capacidad analítica, en discernimiento de lo básico e importante, y en denuncia de lo que allí estaba pasando.

El ciudadano Buesa, y otros como él, decidió ser contemporáneo, coherente y comprometido con el tiempo que le había tocado en suerte. Esa decisión le costó la vida, junto con el policía vasco que le protegía (Jorge Díez), en el momento en que los terroristas decidieron volver a matar. Se recuerda al cabo de un cuarto de siglo aquel hecho trágico de un 22 de febrero de 2000. Lo recordamos todos, ajenos ya al papel que cada uno estaba jugando por esas fechas, prescindiendo de la responsabilidad que pudo tener en que las cosas acabaran de esa manera. Posiblemente tiene que ser así en lo concreto de cada uno, porque no se trata de arrastrar culpas in aeternum. Pero se debe recordar cuáles fueron los contextos sociales y políticos que hicieron posible aquella aberración y ese crimen (y otras y otros como estos que les siguieron).

Fernando denunció que la construcción nacional de entonces se soportaba, tras el pacto de Estella, en la división buscada y forzada de la ciudadanía vasca. Una división que pasó de los partidos políticos a la relación más privada, cotidiana y doméstica. Que la esperanza de media sociedad de recuperar una paz se soportaba indolente en el temor que sufría la otra media. Que fuerzas de gobierno firmaron en secreto con una fuerza terrorista. O que el funcionamiento de las instituciones se retorció hasta lo inaudito e inaceptable (vg. aquella Comisión de Derechos Humanos con Josu Ternera dentro).

Si no recordamos ese contexto y solo nos quedamos con el horror evidente de aquella violencia, no estamos entendiendo la razón de esta y no sacamos conclusiones que nos prevengan de repetir los mismos errores. Estaríamos celebrando en vano, como fariseos que pretenden pasar página sin haber querido tomar nota de nada. Ya no se trata de pedir responsabilidades particulares ni colectivas por lo hecho o no hecho. Quizás nos desborde ya el tiempo. Pero sí de recordar con rigor cuál fue el contexto increíble que hizo que durante años unos vascos pudieran matar o extorsionar a otros, vascos y españoles, solo por ser diferentes, por pensar de otra manera o solo por pensar.