.Jesús Cuadrado–Vozpópuli

  • Si Sánchez fuera un demócrata, dimitiría ya, pero no lo es. Habrá desplome

Con la convocatoria de este domingo, Núñez Feijóo ejerció el liderazgo nacional que se le exige. En la manifestación de la Plaza de España, él también se examinaba. Nadie puede ignorar que Sánchez hace depender su continuidad en La Moncloa de mantener a los españoles en modo guerra civil permanente . La pelea entre los ciudadanos es su plan de supervivencia: “Mantener la tensión”. A ese monstruo debe enfrentarse el líder de la oposición al régimen sanchista. En ese sentido, fue un acierto convocar bajo el enunciado “sin banderas del PP, solo con la bandera de España”.

Madrid se inundó este domingo de ciudadanos hartos de ver cómo se pone el Estado al servicio de sus enemigos y se destruye la convivencia. Los estudios de opinión y el éxito de la manifestación muestran que se consolida un rechazo masivo a un Gobierno que asume con normalidad mentir para sobrevivir. Una gran mayoría de españoles saben que el sanchismo es una amenaza letal y que se le debe parar a tiempo.

Muchos piensan que estas movilizaciones son inútiles, pero las analogías, es decir, la comparación con otras democracias que, salvando distancias temporales y geográficas, también vieron degradada su institucionalidad democrática, cuestionan esa idea. En Polonia, en 2023, había poca esperanza en derrotar a los ultranacionalistas antiliberales de Ley y Justicia que contaban con mayorías inalcanzables para la opositora Coalición Liberal liderada por el europeísta Donald Tusk. Hoy nadie discute la influencia decisiva en el vuelco electoral de las grandes manifestaciones ciudadanas, especialmente la denominada “el millón de corazones”, de octubre de ese año en Varsovia.

Esa fue la cara. La cruz se vivió en Polonia hace unos días con la derrota, solo por décimas, del candidato liberal a la presidencia. Con respecto a lo ocurrido dos años antes, la gran diferencia estuvo en la desmovilización que se reflejó en una participación de casi cuatro puntos porcentuales menos. No es la única analogía a considerar; hay muchas más. Recientemente, en Rumanía o Corea del Sur, no se podría entender el triunfo de los candidatos liberales frente a aspirantes a autócratas sin las masivas movilizaciones en defensa de la democracia liberal en peligro.

Para este 8-J, en el que niegan con soltura la evidencia de las imágenes, ¿con qué lo compararán los sanchistas? ¿Con la “foto de Callao” de hace un mes y una asistencia de menos de mil personas de todas las izquierdas del catálogo, incluido el PSOE?

En España se puede recurrir a un buen ejemplo. El triunfo sorpresivo de Ciudadanos en 2017 (desaprovechado) se produjo días después de la espectacular manifestación constitucionalista de Barcelona. Por cierto, en todos los casos, los gobiernos autocráticos interpelados cuestionan el número de asistentes. No fueron tantos, dicen. Para este 8-J, en el que niegan con soltura la evidencia de las imágenes, ¿con qué lo compararán los sanchistas? ¿Con la “foto de Callao” de hace un mes y una asistencia de menos de mil personas de todas las izquierdas del catálogo, incluido el PSOE?

Para un análisis sobre lo que está pasando hoy en España, viene como anillo al dedo el excelente estudio de Timothy Garton Ash (La linterna mágica) que trata sobre los procesos de rehabilitación de democracias averiadas en Europa. En su opinión, las movilizaciones ciudadanas son muy útiles por situar el foco público en la degradación de la democracia liberal. Para restaurar el Estado de derecho hace falta lo que él denomina una “segunda liberación”. En el caso español, sería necesaria una reactivación de la sociedad como la de la transición de 1978. Tras la caída de Sánchez, olvídense de una vuelta al viejo bipartidismo PP-PSOE; esa tecla está inutilizada.

Ante la pregunta obsesiva para todos los demócratas españoles sobre cuánto aguantarán, es público y notorio que, como ocurre con todos los grupos extractivos del dinero público, los sanchistas resistirán atrincherados todo lo posible; días, meses o años

Los españoles, impresionados y avergonzados por lo que va saliendo a la luz, tendrán que preguntarse, no solo por lo que se hizo bien hace cincuenta años, sino también por lo que se ha hecho mal ahora para llegar a esto. Garton Ash analiza el caso de Hungría que, tras recuperar la democracia liberal con una gran movilización en 1989, ya había logrado en 2009 un sólido Estado de derecho, pero en 2019 se había convertido en una autocracia. La enseñanza a retener: las democracias siempre están en peligro y deben ser defendidas por cada generación.

Cabe esperar que la marea de manifestantes en la Plaza de España ayude a poner fin a la barbarie sanchista. Ante la pregunta obsesiva para todos los demócratas españoles sobre cuánto aguantarán, es público y notorio que, como ocurre con todos los grupos extractivos del dinero público, los sanchistas resistirán atrincherados todo lo posible; días, meses o años. Si Sánchez fuera un demócrata, dimitiría ya, pero no lo es. Habrá desplome.