JORGE BUSTOS-El Mundo

 

Sabemos que hemos entrado en campaña porque el Gobierno redobla su oposición a la oposición. Si a Pedro Sánchez ya era difícil pillarle en una verdad en periodo ordinario, ahora todos sus guionistas en La Moncloa y en las redacciones amigas se van a poner a competir con Irene Lozano en el Gran Certamen de Autoficción del Sanchismo, concurso de cuentos que dirimirá quién viste mejor al maniquí de paradigma de la moderación y el constitucionalismo.

Volvía Sánchez al Congreso –lo pisa poco– y Pablo Casado le recibió con obligada cita de Fray Luis antes de someterlo a su ya clásica fórmula de pregunta-racimo, del Aquarius a Cuba, de la desaceleración a la feria de vanidades del ya inmortal Manual de resistencia. Coronó su diatriba en alto: «Empaquete el colchón, señor Sánchez, porque lo sacará de La Moncloa en dos meses». Larga ovación de los suyos. Por la unanimidad militar de las palmas en los grupos parlamentarios también advertimos que estamos en campaña, pese a que muchos saben que son los últimos aplausos con que pelotean al líder: susanistas y marianistas van a la purga de cabeza.

Albert Rivera afirmó que se metió en política para que gente como Sánchez no fuera presidente del Gobierno: gente que lo es gracias a los separatistas. Sánchez no se lo tomó bien. Está invirtiendo muchos recursos en borrar su ayer, su hoy y su mañana con Torra y Junqueras, y no le gusta que se lo recuerden.

Dolors Montserrat auguró a la vicepresidenta el papel de «relatora del fracaso» de Sánchez y a Calvo no le sentó bien tampoco. Cubrió de descalificaciones a Montserrat y acto seguido se permitió esta maravilla: «Hemos devuelto la política a la política, es decir, al respeto al adversario». Sanchismo es esto: tener los cojones de sílex y la cara de titanio.

A Irene Montero la campaña le viene fatal. Trató de disimularlo marcando distancias con el Gobierno del que ha sido sumisa muleta, acusando a Sánchez de planear los mismos recortes que Montoro y reivindicando a Podemos como destino del «voto útil de la gente». Pero Podemos hace mucho que se asfixia en el abrazo del oso sanchista, que esa era la primera parte del plan Redondo; la segunda parte, la de viajar al centro una vez absorbido el voto de Podemos para hacer lo propio con Ciudadanos, se la ha estropeado Rivera solemnizando su veto al sanchismo. Decisión que ha enfadado mucho a los editorialistas orgánicos y a otras almas bellas, que aspiraban a que Rivera blanquease al aventurero de sí mismo que duerme sobre el colchón de Moncloa. No funciona así, damas y caballeros: Sánchez debe pagar por lo que ha hecho estos nueve meses de realquilado del separatismo y del populismo. Si los españoles se lo perdonan, qué se le va hacer, entraremos merecidamente en terreno institucional desconocido. Indulto, estatuto o referéndum: lo que toque.

Por eso el que está más tranquilo es Joan Tardà, que después de llamar fascista a Rivera le recordó a Sánchez que después del 28-A ellos seguirán donde están hoy: exigiendo negociar la autodeterminación. ERC pagó el colchón de Sánchez y es el único que puede seguir pagándoselo, y el que paga manda. Pero si a Sánchez no le sale otra suma Frankenstein, tendrá que recoger su colchón relleno de lazos amarillos e irse a casa.