Pedro García Cuartango-ABC

  • Sánchez ha dejado de ser del PSOE porque el PSOE se ha convertido en Sánchez, lo que augura una dura caída cuando los vientos sean desfavorables

Recorrí Bulgaria en el verano de 1980. Era imposible andar por la calle o viajar por las carreteras sin toparse con la figura omnipresente de Todor Zhivkov, líder del Partido Comunista y dirigente del país durante 35 años. Un enorme mural lo mostraba abrazándose a Brezhnev en Sofía. Había reseñas hagiográficas en la televisión y en los medios de su intervención en un congreso del Partido Comunista en el que su gestión fue aprobada por unanimidad. Se decía en aquella época que había más votos que votantes en los congresos en los que Zhivkov era aclamado como un héroe de la patria cuando, en realidad, era un burócrata que había empezado su ascenso como jefe de policía de la capital. Aquellas exhibiciones de servidumbre de la militancia pasaron a ser conocidas como «congresos a la búlgara», un modelo exportado a otros países comunistas.

Zhivkov era la cabeza de un régimen que reprimía la libertad y Sánchez es un gobernante que está sustentado por una mayoría parlamentaria, salida de las urnas. El PSOE es un partido con una tradición de debate y pluralidad. No hace falta recordar las encendidas discusiones entre Besteiro, Prieto y Largo Caballero. Por eso, choca con esa trayectoria histórica lo sucedido estos días en Sevilla, donde el partido ha evitado la menor autocrítica y se ha dedicado a ensalzar al líder.

El culto a la personalidad, el ataque a los jueces y los medios, la victimización y la apología de conductas delictivas superan incluso aquellos congresos a la búlgara en los que los delegados rivalizaban en la intensidad y duración del aplauso. Si Sánchez tuviera sentido del pudor, se debería haber sentido avergonzado de ese paroxismo del halago.

En su intervención de ayer, se arrogó la defensa de la democracia frente a la derecha, volvió a incidir en el frentismo y se vanaglorió de su gestión. Se jactó de dos cosas de las que no puede presumir: de democracia interna y de limpieza de su Gobierno. Y afirmó que el PSOE es «un referente mundial» y que la izquierda salvará a «la humanidad».

Sánchez, que se situó en el lado correcto de la historia, no sólo fue incapaz de reconocer el menor error, sino que además se presentó como el adalid del progreso y de la verdad, sin cuya tutela el país se hubiera hundido en la miseria. Un providencialismo jaleado por los suyos, que, parafraseando a Popper, han sustituido la racionalidad por un pensamiento mágico.

Sánchez ha dejado de ser del PSOE porque el PSOE se ha convertido en Sánchez, lo que augura una dura caída cuando los vientos dejen de ser favorables. Quienes le aclamaban serán los primeros en denostarle, como le sucedió a Zhivkov, que acabó siendo expulsado del partido y culpabilizado de todos los males. Como decía Lincoln, es imposible engañar a todos todo el tiempo. España no es Bulgaria.