- Se pretende, explican fuentes del partido, reforzar al militante y reducir el peso de las federaciones. Cesarismo en rama disfrazado de democracia interna
El 27 de septiembre de 2011 el Boletín Oficial del Estado publicaba el decreto por el que se disolvían las Cortes Generales y se convocaban elecciones el 20 de noviembre. 20-N. Algún genio de la mercadotecnia política había convencido a Alfredo Pérez Rubalcaba de que fecha tan señalada, tan reverenciada por la mitología franquista, era la ideal para movilizar a militantes y simpatizantes. Otra vez el recurso al miedo. En este país nos hemos pasado media vida entre sobresaltos. ¡Que vienen los rojos! ¡Alerta antifascista! Pero la cosa no funcionó: el PSOE perdió 4,2 millones de votos, que se dice pronto, y 44 diputados, y Mariano Rajoy alcanzó sin grandes apuros la mayoría absoluta. ¡Que vienen los fachas!
Claro que lo de Rubalcaba tenía en parte explicación. Nadie habría sido capaz de resucitar en aquellas circunstancias a las moribundas siglas que dejó en herencia ese eminente estadista llamado José Luis Rodríguez Zapatero. ZP, Bambi para los enemigos íntimos, fue el principal responsable, más por omisión negligente que por acción, de la metamorfosis de un partido que aún no se ha recuperado de la devastación que siguió a aquella etapa de pasmosa incompetencia. ZP dejó al PSOE en situación tal que hasta hizo buena la idea de que algo tan maleable, gris y por lo general mediano como la militancia, pudiera decidir, sin contrapesos racionales, el liderazgo de una organización que derivó, como no podía ser de otro modo, en gris y mediano.
A Pedro no le gustan los contrapoderes. El lema elegido podría muy bien ser “Avanzo”, en lugar de “Avanzamos”, y ninguno de los delegados que acuden a la coronación tendría derecho a quejarse
A veces me he preguntado cómo sería este país de haber sobrevivido políticamente Rubalcaba a esa imparable corriente de opinión que, alimentada por dirigentes mediocres, ha venido sosteniendo la idea de que unos militantes/asalariados, que en su mayoría no ven más allá de los límites geográficos de su provincia, acreditan mejor criterio que los comités federales o nacionales, o como se llamen, para elegir a quien acabará dirigiendo los destinos de la nación. No me hago ilusiones, pero participo de aquella tesis de Eduardo Haro Tecglen que ponía en cuestión la que calificaba como “enfermedad característica del historiador: creer que lo que ha sucedido es lo único que podía suceder” (‘Hijo del siglo’. El País-Aguilar).
No, de haber salido airoso Rubalcaba de aquel proceso de hostigamiento al que contribuyó el guiñol de ZP, es muy probable que este país no estuviera viviendo lo que está viviendo, al menos no exactamente; ni que el PSOE fuera el partido irreconocible que hoy es. De ser ahora Rubalcaba el secretario general de los socialistas, los debates estrella del 40 Congreso de su partido, con ser plenamente legítimos, no estarían subordinados a la agenda que impone el socio minoritario de gobierno; ni se permitiría que un grupo consentido por el aparato abriera, en el más inconveniente de los contextos, el melón de ningún asunto que desvíe la atención de los problemas reales que acucian a los españoles y pueden hipotecar pesadamente a las nuevas generaciones.
Feminismo y modelo de Estado: parece que no hay otras urgencias
Que, como parece confirmarse, y aderezado por encuestas precocinadas, el cónclave socialista vaya a perder el tiempo en discutir sobre el modelo de Estado, como si no hubiera problemas más importantes que resolver, demuestra hasta qué punto el PSOE ya no es el eficaz instrumento que fue al servicio del interés general. Dar cancha en el congreso a un grupo minoritario que cuestiona la Monarquía Parlamentaria, solo puede obedecer a dos motivos, ambos complementarios: mandar un aviso a Felipe VI, al que, a diferencia de Pedro Sánchez, solo cuestionan los más radicales, y ocultar la falta de propuestas viables para afrontar una descomunal crisis que puede terminar, de seguir por este camino, en un serio choque intergeneracional y en un deterioro de la convivencia desconocido en democracia.
A la vista de la Ponencia Marco del congreso que empieza mañana, puede deducirse que los delegados van a prestar atención especial a la pugna entre feministas, pero pasarán de puntillas en asuntos mucho más relevantes. Llama por ejemplo la atención que en las 304 páginas de la ponencia no se dedique al menos un capítulo al conjunto de problemas que afectan a los más jóvenes, ni haya previsto ningún debate sobre cómo reducir el tremendo impacto que va a tener en las nuevas generaciones la terrorífica deuda acumulada. Mucho feminismo y bastante utopía republicana, mucho sacar a pasear el espantajo de la ultraderecha, ya verán, pero ningún cuestionamiento de decisiones que son cualquier cosa menos progresivas, ni debate alguno sobre cómo recomponer un mínimo consenso político en las grandes cuestiones de Estado.
A ningún delegado se le pasará por la cabeza criticar el daño que hace a España el optimismo predictivo de un Gobierno al que corrigen sistemáticamente, y a la baja, sus previsiones
Nadie en el 40 Congreso del PSOE se atreverá a denunciar el falso progresismo de un incremento del salario mínimo que, coinciden expertos e instituciones independientes, va a impedir el acceso al mercado o dejar directamente sin trabajo a cerca de 250.000 personas; a ningún delegado se le pasará por la cabeza criticar el daño que hace a España el optimismo predictivo de un Gobierno al que sistemáticamente le corrigen a la baja sus cálculos macroeconómicos y que lleva demasiado tiempo sin acertar siquiera cuando rectifica; ni habrá compromisario que se atreva a plantear la conveniencia de reconstruir puentes de diálogo con los partidos de la Oposición para frenar el deterioro institucional y afrontar las reformas urgentes que reclama la Unión Europea y exige la situación del país.
Cuentan los colegas que siguen al PSOE que el 40 Congreso va a ser una demostración de poder del secretario general en el que no habrá ni siquiera apariencia de crítica interna. Se pretende, explican fuentes del partido, reforzar al militante y reducir el peso de las federaciones. Cesarismo en rama disfrazado de democracia interna. Al largocaballerete no le gustan los contrapoderes. El lema elegido podría muy bien ser “Avanzo”, en lugar de “Avanzamos”, y ninguno de los centenares de delegados que acudirán a la coronación tendría derecho a quejarse. Como tampoco debiera lamentarse Felipe González si, como es previsible, se explota indebidamente su presencia en la romería.
González también fue César, pero arriesgó su enorme poder para construir un partido de gobierno, para acelerar la incorporación de España a las instituciones europeas, para modernizar la economía anteponiendo el interés general al sindical, acordando en muchas ocasiones con el adversario político asuntos concernientes a la política exterior y al modelo de Estado. Pérez Rubalcaba, a quien sus más hostiles críticos pretenden ahora homenajear, fue su alumno más aventajado. Salvo para alzar la voz, en su nombre y en el de Alfredo, contra ese otro cesarismo personalista y miope, nada pinta González convalidando un congreso diseñado para enaltecer lo contrario de lo que uno y otro llegaron a representar.
La postdata: alergia a la utopía
“Desconfío por principio de cuanto menoscaba la serenidad. No siento obligación alguna de ser feliz. Le tengo alergia al concepto de utopía. Lo mismo digo de las tierras prometidas, los paraísos sociales y la paleta habitual de engañifas a menudo preconizadas por famosos intelectuales. Huyo a ultranza de embadurnarme el cuerpo con esperanzas que excedan mi modesto tamaño. No me calientan los símbolos de la patria; aunque, no enarbolados contra nadie, los respeto, de la misma manera que, como no creo en Dios, no practico la blasfemia”. (Toni, personaje central de ‘Los vencejos’. Fernando Aramburu. Tusquets).